martes, 22 de diciembre de 2009

El bebedor solitario


Se sienta sólo al fondo de la barra de uno de esos bares que han visto tiempos mejores.

En su día el local fue un sitio de postín frecuentado por actores, modelos, empresarios y personajes que, en general, se podían permitir lo que cobraban por los cócteles que era, para gusto y disfrute de los habituales, un disparate.

Hace ya tiempo que la madera perdió su fuste, el cuero verde se ha envejecido hasta parecer sólo una mala imitación, las botellas de ginebra parecen añejas y los cuartos de baño piden a voz en grito un alicatado y, quizás, algo más de limpieza.

Ahora es refugio de putas viejas, perdedores, trapicheros de droga de mala calidad y ruidosos comerciales adictos al gin tonic de media tarde que beben para tener el valor de mentir sobre ventas millonarias que, en realidad, nunca llegaron a cerrar.

Él se sienta sólo en el rincón donde acaba la barra. Ha pasado los cincuenta y viste discreto pero elegante. Bebe whiskey con hielo y permanece ausente al paisanaje que frecuenta esa cloaca. Él sólo bebe y calla. No se muestra en absoluto interesado en nada de lo que ocurre a su alrededor, no lee el periódico, ni habla por el móvil. Sólo se sienta, pone un billete de 50 euros sobre la mesa y bebe tanto como dicha cantidad pueda costear.

Permanece con la mirada fija en un punto indeterminado frente a él, ausente, circunspecto, ajeno a todo.

A veces alguna novata del oficio que trata de ganarse la vida con los clientes del bar intenta iniciar una conversación con él. Algo que siempre suele ser parecido a “hola guapo, ¡qué solo estás!, ¿me invitas a una copa?”. Y él, sin girar la cabeza ni dirigirle la mirada responde un escueto “No”.

Los vendedores de relojes de pega, los de las rosas marchitas o incluso algún comercial que se ha adelantado a sus compañeros y parece sufrir por no tener a quien contar el último chiste, intentan también arrancarle, a veces, alguna otra palabra, involucrarle en sus propósitos, hacerle su cómplice. Todo es inútil, la respuesta sigue siendo “No”.

Viene al bar, con una regularidad tan matemática como inexplicable, todas las tardes del segundo y cuarto miércoles de cada mes, y permanece entre 3 y 4 horas dependiendo de la velocidad a la que beba. Eso es lo único que parece variar en su modus operandi, la única diferencia en una sucesión idéntica de imágenes idénticas.

Sólo se sienta, hace un gesto al camarero, que ya conoce la consigna, y bebe.

En una ocasión los comerciales, haciendo gala de un insoportable cinismo, invitan a tomar una copa al director comercial de la empresa en la que trabajan para despedirse de él ante su próxima pre-jubilación. El mismo al que han criticado, insultado, despellejado y faltado al respeto en cada uno de sus encuentros en ese bar, siempre sin que él estuviera delante.

Cuando éste entra saluda a los comerciales sin demasiado entusiasmo, repara en la presencia del solitario bebedor del final de la barra y camina hasta él. Le saluda, éste se levanta y le devuelve el saludo con una sonrisa, se estrechan las manos y hablan durante unos cuantos minutos. El “autista” como le han apodado los ingeniosos comerciales, es más alto de lo que creían, y también más atractivo.

Todos los comerciales han quedado estupefactos por la interacción del misterioso personaje con su próximo ex-jefe y reducen la voz mientras cuchichean conjeturas sobre ambos.

Cuando su mando vuelve todos le interrogan sobre él, le acosan a preguntas, le piden explicaciones, ¿quién es?, ¿de qué le conoces?, ¿por qué bebe?

El maduro directivo queda impresionado por la insana curiosidad de sus subordinados. Tuerce el gesto, va a hablar pero hace una pausa, se lo piensa y sugiere un juego. Cada uno deberá deducir, de lo que han podido observar a lo largo de los meses, cómo es la vida de ese hombre.

Todos aceptan el reto, al fin y al cabo son comerciales, se supone que deben saber cómo son las personas antes de tratar en profundidad con ellas, deben tener una fina empatía que les permita anticipar las respuestas negativas y neutralizarlas antes de que se produzcan. “No” no es una palabra que le guste a un comercial.

Comienza uno de los más veteranos, quiere rematar pronto el juego, darles una lección a sus más noveles compañeros. Es alto, luego norteño, probablemente mal divorciado, cuernos de por medio, bebe para olvidar. Acaso es funcionario y por eso siempre va por las tardes, nunca le han visto por las mañanas, y siempre en miércoles, lo que indica algún tipo de turno, eso quiere decir que es funcionario, bien del ministerio del interior, bien del de defensa, bien del de exteriores que son los únicos que hacen guardias fuera del consabido “ocho a tres”. Él apuesta por el de interior. En cualquier caso es un cornudo que ya ha perdido el tren de la recuperación. A su edad sólo le queda ser un perdedor, está bien jodido, ese no remonta.

Una vez entiende que ha terminado, el jefe, da turno al siguiente, un “águila” de 35 que presume de ser el mejor comercial de la empresa. Le considera un fracasado, no hay más que verle, un hombre que se precie nunca bebe sólo porque para eso están los amigos, como en su caso. Éste no tiene, lo que indica que los hombres no se fían de él, traicionó a un amigo, le fue, o intentó serlo, infiel con su mujer y desde entonces soporta la pena de la culpa y la vergüenza y es demasiado mayor para hacer nuevas amistades. No les gustaría que su mujer estuviera allí, no se fía de ese tipo.

El tercero en discordia es un nuevo fichaje procedente de la competencia, una joven promesa de 28 años que cerró un acuerdo espectacular con un cliente de su antigua empresa y, una vez fichado, se arregló para derivar a la nueva. Desde entonces no ha vuelto a cerrar un acuerdo y siempre es el primero en estar en el bar. Es el impenitente cuentachistes del grupo, el relaciones públicas local, y en alguna ocasión ha tratado de mantener contacto con el “autista”. Es además el autor del mote.

Da por sentado que ese hombre tiene un problema de salud, es muy posible que sus visitas al bar coincidan con algún tipo de tratamiento establecido, no una quimio, obviamente, pero sí algún tipo de rutina. Él, o quizás algún familiar suyo, su mujer, un hijo, la madre. Sí, eso es, alguien cercano a él tiene cáncer y pasa aquí las horas que dura la quimio, amargado y consumido por el dolor de ver que las cosas no mejoran.

El último en hablar es el más joven del grupo. Un jovenzuelo que apenas si acaba de cumplir los 24. Está fascinado con la sagacidad de sus colegas, él no tiene tanta imaginación o empatía o lo que sea. El tipo se considera a sí mismo más aburrido, quizás tenga menos talento porque trabaja más horas en la oficina que el resto. Prepara más a conciencia las visitas, lleva una agenda de todos los contactos, se esfuerza por detallar los presupuestos, habla y tiene el doble de reuniones con los posibles clientes. La falta de experiencia le obliga a esforzarse más, a asegurarse de qué es lo que sus clientes necesitan, le da miedo perder alguno de los ocho acuerdos que ya ha conseguido cerrar este año. Por eso paga siempre una ronda extra por ser el último en llegar al bar, y por eso es el que menos habla y más escucha a sus compañeros, tratando de aprender siempre algo.

Él pasa, no tiene una opinión formada sobre ese señor. En su opinión no hace nada malo, no se mete con nadie y además no parece emborracharse, no parece triste ni desesperado, sólo ausente. Cuando se va, camina derecho y tieso y no parece vacilar o tambalearse. Además se ha fijado que cada vaso lleva mucho hielo y poco whiskey y que los 50 euros le dan para siete copas, con lo que sumado al contenido de cada una de ellas no es, en realidad, tanto alcohol. También se ha fijado que sólo pide y paga a un camarero, al más mayor de todos, ignora al resto. Parecen tener un pacto. Fuera de eso no puede aportar más, salvo que la ropa es de muy buena calidad, que siempre viste diferente y que va perfectamente planchado. ¡Ah! Y que visita al peluquero cada semana, siempre lleva el pelo exactamente igual de largo y arreglado.

El jefe reflexiona un momento antes de empezar a hablar.


"Ese hombre era el dueño de una empresa que comenzó de la nada con 18 años. Es de San Lucar de Barrameda, pero montó su empresa en Sevilla. La vendió hace 4 años a los 54 a una multinacional que le pagó una millonada por ella y, además, le ofreció un puesto en el consejo de administración. Está felizmente casado con una mujer de la que sigue enamorado y que es una señora estupenda. Tienen cinco hijos, tres chicas y dos chicos que sacan buenas notas y hacen deporte. Los mayores empiezan a dar algún quebradero de cabeza a los padres porque les gusta una música muy extraña y visten sólo ropas de surf, pero de momento no les han dado ningún disgusto gordo aparte de llegar algún día fuera de hora o llegar oliendo a alcohol. Regañina y el mes correspondiente sin salir"

"Sigue levantándose temprano cada día porque en toda su vida no ha hecho otra cosa, y ha vuelto a montar dos pequeños negocios, sin muchas ambiciones, con dos de sus antiguos empleados que siempre le demostraron sentido común y ganas de desarrollar cosas. No es un hombre de excesos. Vive en una casa grande pero normal, no conduce un coche excesivamente llamativo y es más de comer en casa que de visitar los restaurantes de moda"

"Viene aquí por dos razones principales. La primera por fidelidad al que parece el camarero viejo, que en realidad es el dueño y fue quien le presentó a su mujer 20 años atrás, cuando este sitio era la creme de la creme en bares de copas, y la segunda para que nunca, nunca se le olvide de dónde viene, de ser un tipo normal, en una familia no precisamente acomodada, un tipo corriente que con tesón y buen ojo, pero también con una dosis de suerte, fue capaz de conseguir algo verdaderamente bueno. Viene aquí para que no se le olvide nunca que, ojalá que no, las cosas siempre pueden empeorar y tendría que venir a un sitio como éste por obligación, no por gusto"

"Viene a veros a vosotros, perdedores de mierda, a ver en lo que él se podría haber convertido si no fuera porque no se dejó llevar por un pequeño golpe de suerte o por la autocomplaciencia que a vosotros os sobra a raudales. Viene aquí a curarse en humildad en cabeza ajena, a no perder el norte, a no convertirse, aún ahora, en todo lo que vosotros representáis. Viene a tener siempre presente que el futuro hay que seguir currándoselo, no dormirse en los laureles. No ser un apestoso"

"Señores, diría que ha sido un placer trabajar con ustedes, pero mentiría, son ustedes tres el grupo más patético que he visto en mi vida, siempre pensando mal del prójimo, siempre riéndose de la desgracia ajena, haciendo gracietas a costa del personal, trabajando mal y pensando que lo hacían bien. Son ustedes unos gilipollas"

Miró al joven del grupo que mostraba la misma cara de asombro que el resto y dijo. “Vente conmigo, tú no eres como ellos, que les jodan, ya están acabados antes de haber empezado. Tú tienes futuro”

Y cada segundo y cuarto miércoles de cada mes el misterioso bebedor sigue acudiendo al mismo antro y haciendo exactamente lo mismo que el miércoles anterior, que hará el miércoles siguiente. Sólo que últimamente ha notado que hay menos barullo en el bar, ¡ah!, son los comerciales, ya ninguno para por allí.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Memorias de un portador de malas noticias (II y final)


Continuamos con los recuerdos del LtCol George Goodson. Ayer olvidé decir que el relato original se llama "Burial at sea", algo así como "Funeral en el mar", pero la traducción me parecía una macabra versión de "Vacaciones en el mar", así que lo cambié. Licencia de traductor.

OTRA NOTIFICACIÓN

Una mañana el sargento Jolly cogió el teléfono cuando yo entraba en la oficina y tras un momento me dijo “Tiene otro más, Coronel”, asentí y entré en mi despacho, cogí el teléfono, tomé notas mientras, aún no sé porqué, agradecía al oficial al otro lado de la línea su llamada y colgué. Jolly, que había estado escuchando entró con un Directorio de Teléfono especial que traducía los números de teléfonos en direcciones de personas y sus puestos de trabajo.

El padre de esta baja era un estibador. Vivía tan sólo a una milla de mi oficina. Llamé a la oficina de la Unión de Estibadores y pregunté por su jefe. Contestó al teléfono, le expliqué quién era y le pregunté por el horario del padre del muchacho.

Su jefe preguntó, “¿es su hijo?” y yo no dije nada. Después de un momento dijo “Tom está en casa hoy”, “No le llame -dije- yo me ocuparé de ésto”. “¡A la orden, señor!”, y luego explicó “Tom y yo servimos en los marines en la Segunda Guerra Mundial”

Entré en mi coche y conduje hasta la casa. Iba de uniforme. Llamé a la puerta y abrió una mujer con cuarenta y pocos años. Inmediatamente noté que no tenía ni idea de mi misión. Pregunté si el Sr. Smith estaba en casa, sonrió y contestó muy amablemente “Si, pero está desayunando, ¿podría venir un poco más tarde?”, “lo siento – dije – es importante, necesito verle ahora”

Asintió, volvió a la cocina y le escuché decir “Tom, es para ti”

Un momento después un hombre rudo en la última parte de los cuarenta apareció en la puerta. Me miró, se puso completamente blanco, se sujetó y dijo “¡Dios mío*, sólo llevaba tres semanas allí!”

Los meses pasaron. Aún más notificaciones y más funerales. Entonces un día, mientras corría en el cuartel, el sargento Jolly salió de la oficina y me silbó con los dos dedos juntos (¡yo nunca he podido hacer eso!) poniéndose a continuación un teléfono imaginario en la oreja.

Otra llamada del Cuartel General de los Marines. Tomé notas, dije “lo tengo” y colgué. Hacía mucho tiempo que había dejado de decir gracias.

“¿Dónde?”, dijo Jolly “En la costa este de Maryland. El padre es un brigada de la marina retirado. El hermano del chico acompañará el cuerpo desde Vietnam”.

Jolly meneó su cabeza despacio, luego la enderezó mientras me miraba y dijo “a estas horas del día llevaría tres horas llegar allí y volver. Llamaré a la Base Naval para que nos manden un helicóptero, y llamaré al capitán Tolliver para que uno de sus hombres con un coche le recoja y le lleve a la casa del Brigada”

Lo hizo y 40 minutos más tarde estaba llamado a la puerta del padre del muchacho. Abrió la puerta, me miró, miró al marine que permanecía en una perfecta posición de descanso junto al coche y preguntó, “¿cuál de mis chicos ha sido coronel?”

Permanecí con él por espacio de dos horas, le di cuanta información fui capaz, los teléfonos de la oficina y de mi casa y le dije que me llamara si me necesitaba, a cualquier hora.

Me llamó esa noche sobre las 23:00. “Revisando los papeles de mi chico, he encontrado su última voluntad. Quería ser enterrado en el mar. ¿Podría hacer usted que eso ocurriera?”, “Sí, si que puedo – repliqué – puedo y lo haré”

Mi mujer, que había estado escuchando la conversación, dijo “¿de verdad puedes hacer eso?”, “No tengo ni idea - repliqué - pero me voy a romper el culo intentándolo”

Llamé al Teniente General de Marines de la Flota Atlántica, General Browser a las 23:30, le expuse la situación y le pregunté “Mi general, ¿puede concertarme una reunión rápida con el Almirante del Cuartel General de la Flota Atlántica?”, “Estése en su despacho mañana a las 09:00 y le recibirá”.

Allí estuve y él me recibió. Me dijo fríamente, “Dígame Coronel, ¿Cómo puede la Marina ayudar a los Marines?”, le conté la historia y él llamó al jefe de personal y le dijo “¿cuál es el mejor destructor del puerto?” y el jefe de personal respondió con un nombre. El almirante llamó al barco y dijo “Capitán, van a celebrar un entierro naval. Reportará al Teniente Coronel Goodson hasta que la misión esté completada”

Colgó, me miró y dijo “La próxima vez que necesite usted un barco, coronel, llámeme, no tiene que enviar al general Browser a morder mi culo”. “¡A la orden!” contesté y salí cagando leches del despacho.

Fui al barco y me reuní con el capitán, el oficial ejecutivo y el suboficial mayor. El sargento Jolly y yo entrenamos a la tripulación durante cuatro días y fue entonces cuando Jolly se dio cuenta de un detalle que nos había pasado inadvertido. “¿Cómo haremos que el ataúd reglamentario se hunda si viene sellado y lleno de aire?”

Todos los presentes nos quedamos mudos. Entonces el suboficial mayor del barco se levantó y dijo, “vamos Jolly, conozco un bar donde van a tomarse una copa los veteranos de la segunda guerra mundial”

Volvieron dos horas después un tanto "desaliñados" y dijeron “es simple, hacemos cuatro agujeros de 12 pulgadas a cada lado de la funda del ataúd y metemos 100 kilos de plomo en el fondo. Podemos hacerlo, no hay que preocuparse.

Llegó el día, tanto el barco como la tripulación lucían radiantes. El general Browser, el Almirante, un senador y la banda de la armada estaban a bordo. El ataúd fue subido a bordo y llevado abajo para ser preparado y el barco zarpó hasta encontrar un sitio donde hubiera más de 25 metros de profundidad.

El sol pegaba, la mar estaba completamente calmada y el ataúd fue llevado a cubierta y colocado sobre un catafalco. El capellán rezó, se dispararon las salvas, la bandera se arrió, se dobló y yo se la entregué a su padre. La banda de música tocó “Eternal Father Strong to Save” y el féretro fue ligeramente inclinado hacia delante hasta que cayó al mar y se hundió unos 5 metros cuando golpeó el agua. Entonces, cuando el aire interior y el agua que entraba por los agujeros chocaron, se detuvo, volvió a salir abruptamente a la superficie en vertical y luego, poco a poco mientras las burbujas salían por los agujeros, se fue hundiendo hasta que desapareció de nuestra vista para siempre.

Al día siguiente llamé a mi amigo personal el teniente general Oscar Peatross del Cuartel General de los Marines y le dije “General, sáqueme de aquí, no puedo más con ésto”. Fui transferido a otro destino dos semanas más tarde.


Yo había sido un buen marine, pero después de 17 años había visto demasiada muerte y demasiado sufrimiento. Estaba machacado.

Vacié la casa y mi familia y yo fuimos a la oficina en los dos coches. Me despedí y el sargento Jolly salió conmigo, se despidió de mi familia, me miró con los ojos llenos de lágrimas, se puso firme, saludó y me dijo “¡Buen trabajo, mi coronel, buen trabajo!”


Y yo me sentí como si mi hubieran concedido la medalla de honor del congreso.

Fin

* N. del T. El padre dice textualmente "Jesus Christ man" que no se corresponde con "¡Dios mío!", sino que es sensiblemente más vulgar, casi un taco. Sin embargo no he encontrado una expresión más adecuada.

martes, 15 de diciembre de 2009

Memorias de un portador de malas noticias (I Parte)


Curioseando por la red encontré la pasada semana un texto escrito por un Tte. Coronel ya retirado del Cuerpo de Marines de los USA. Lejos de narrar las aventuras del "abuelo cebolleta" en el campo de batalla, este hombre cuenta con simpleza y emoción la que considera la peor misión de su vida, ésto es, la de oficial de notificaciones de bajas a familiares durante la guerra de Vietnam.

A mí me gustó, no me pregunten porqué. Me parece terriblemente cercano, desoladoramente real.

El militar en cuestión es el LtCol George Goodson y la fuente donde lo encontré es el blog de un cabo de los Marines llamado Wally Beddoe quien, a su vez, lo había extraído de la revista mensual del Cuerpo. La traducción es propia, y he procurado transcribirla tal cual la encontré, añadiendo o modificando por mi parte lo imprescindible para que fuera legible en castellano. En cualquier caso éste es el original
http://usmc81.blogspot.com/2009/12/burial-at-sea.html

El texto es largo, así que lo parto en dos entradas. Me gustaría que alguien hiciera algún comentario al respecto. Estoy seguro que es el típico relato que deja una sensación muy distinta a cada uno que lo lea.Y quizás tengamos una sana polémica sobre las impresiones que individualmente nos cause.


A mis 76 años, los hechos de mi vida se me aparecen, en ocasiones, como una sucesión de viñetas, como un cómic. Algunos fueron relevantes, la mayoría fueron triviales

La Guerra es un momento crucial en la vida de cualquiera que haya tenido que sufrirla. Aunque llegué a luchar en Corea y luego en la República Dominicana, donde fui herido, Vietnam fue mi Guerra.


Ya han pasado 37 años desde aquello y, afortunadamente, es rara la ocasión en la que pienso en aquellos días en Camboya, Laos y los enclaves de Vietnam de Norte donde pequeños grupos de americanos y locales lucharon contra elementos del ejército norvietnamita mucho más numerosos. En lugar de eso, veo viñetas, algunas exóticas, otras más mundanas:

*El olor de Nuc Nam
*El calor, la humedad, el polvo
*El humo azul de las motocicletas en los atascos
*Elefantes moviéndose silenciosamente sobre la hierba
*Duras expresiones en la mirada detrás de la sonrisa de cada civil que encontrábamos en los pueblos
*El rugido de un tigre en una montaña de Laos
*Una mujer estrujándome la mano mientras mi médico le ayudaba a dar a luz
*Los vestidos tradicionales de las chicas que bajaban en bici hacia Trang Hung Dao
*Mis dos años como Oficial de Notificación de Bajas en Carolina del Norte, Virginia y Maryland

Era 1967, acababa de regresar de 18 meses en Vietnam y las bajas se incrementaban. Me mudé con mi familia desde Indianápolis a Norfolk, alquilé una casa, inscribí a mis hijos en su quinto o sexto colegio y compré un segundo coche.

Una semana más tarde conduje 10 millas hasta la base de Little Creek, Virginia y me estiré el uniforme antes de entrar en mi nueva oficina.

La apariencia es muy importante para los marines de carrera, aunque yo ya no era, si alguna vez lo había sido, un Marine de póster.


Había vuelto de mi tercera estancia en Vietnam tan solo 30 días antes y a mi 1,80 m de altura acompañaban sólo 58 Kg. de peso, 16 por debajo de mi peso ideal. Mi propio uniforme me quedaba ridículamente grande, mi piel seguía estando amarilla por la medicación contra la malaria y sospecho que había adquirido un tic, o dos.

Enderecé mis hombros, entré en la oficina, miré al cartel donde aparecía el nombre del sargento de personal y me presenté, “Sargento Jolly, soy el teniente coronel Goodson, estas son mis órdenes y mi carpeta de historial”
El sargento Jolly se detuvo, me miró muy cuidadosamente, cogió mis órdenes y me tendió la mano, la chocamos y me dijo “¿Cuánto tiempo ha estado usted allí coronel?”, “18 meses esta vez”, contesté. Jolly suspiró y dijo “debe ser usted un poco lento aprendiendo mi coronel”. Y yo sonreí.
“Bien coronel, le enseñaré su despacho y luego le llevaré a conocer al sargento mayor”, “No - dije - prefiero ir directamente a conocerle”. Jolly asintió y bajó la voz “El sargento mayor, verá, ha estado en este puesto los últimos dos años, está muy apretado, estoy preocupado por él.” Yo asentí.

Jolly me guió hasta la oficina del sargento mayor. “Sargento mayor, éste es el coronel Goodson, el Nuevo comandante de la oficina”, el sargento mayor se levantó, extendió su mano hacia mi y dijo “Encantado de volver a verle coronel”, “Hola Walt, ¿cómo estas?”, El sargento Jolly me miró, alzó la vista al cielo en un gesto de paciencia, salió de la habitación y cerró la puerta.


Me senté un rato con el sargento mayor, tomamos la obligada taza de café y hablamos sobre conocidos en común. Su estrés era palpable. Finalmente le dije “¿Walt, qué diablos te ocurre?”, él giro su silla, miró por la ventana y dijo “George, desearás estar de vuelta en Vietnam antes de que acabes tu destino aquí. Estoy en el Cuerpo desde 1939, estuve en el pacífico 36 meses, en Corea 14 meses y otros 12 en Vietnam. Ahora vengo aquí y entierro a esos chicos. No puedo más.” “OK Walt - le dije – Si es lo que quieres yo personalmente enviaré tu solicitud de retiro, y haré cuanto esté en mi mano para agilizarlo en el Cuartel General”

El sargento mayor Walt Xxxxxxx se retiró 12 semanas después. Había sido un buen marine durante 28 años, pero había visto demasiada muerte y demasiado sufrimiento. Estaba machacado.


Durante los siguientes 16 meses, hice 28 notificaciones de muerte, llevé a cabo 28 funerales militares e hice 30 notificaciones a familias de marines muy gravemente heridos o desaparecidos en combate. La mayor parte de los detalles de aquellas notificaciones se han borrado, afortunadamente, de mi memoria. Sin embargo, cuatro de ellas aún permanecen:

MI PRIMERA NOTIFICACIÓN


Mi tercer o cuarto día en Norfolk.

Me notificaron la muerte de un marine de 19 años. Recibimos una llamada de teléfono desde el Cuartel General de los Marines. Nos comunicaron:

*Nombre, rango y número de identificación
*Nombre, dirección y número de teléfono de los parientes más cercanos
*Fecha y algunos detalles sobre la muerte del marine
*Día aproximado en el que el cuerpo llegaría al aeropuerto de la base naval de Norfolk
*Una fuerte recomendación de si el ataúd debía permanecer abierto o cerrado.

La familia del muchacho vivía en la frontera de Carolina del Norte, a unas 60 millas de distancia. Cogí un coche oficial del Cuerpo, crucé la frontera con Carolina del Norte y, llegado al pueblo del chico, paré en una tienda / gasolinera para preguntar la dirección.

Había tres personas en la tienda. Un hombre y una mujer se aproximaban a la pequeña ventanilla del servicio postal llevando un paquete. El tendero, ahora en funciones de cartero, les saludó por su nombre. “Hola John, buenos días señora Cooper”

Me quedé petrificado. El familiar más cercano a mi muerto se llamaba John Cooper y era su padre.

Me enderecé, me acerqué a ellos y dije “Discúlpenme, ¿son ustedes los señores Cooper?”

El padre me miró, miró mi uniforme, comprendió, se dobló y vomitó. Su mujer le miró horrorizada y luego me miró a mí. Cuando comprendió la escena, entró en colapso y se desmayó muy lentamente. Afortunadamente me dio tiempo a cogerla antes de que chocara con el suelo.

El dueño de la tienda cogió una botella de whiskey del mostrador y la ofreció al Sr. Cooper quien bebió.

Contesté allí mismo a sus primeras preguntas antes de llevarles a casa en el coche oficial. El tendero cerró la tienda y nos siguió en su furgoneta. Estuvimos en su casa aproximadamente una hora antes de que comenzara a llegar familia.

Llevé al tendero a su tienda en mi coche, me lo agradeció y me dijo “Señor, yo no haría su trabajo ni por un millón de dólares”, “Yo tampoco” le contesté.

Recuerdo vagamente haber conducido de vuelta a Norfolk. Violando unas cinco normas del Cuerpo, fui directamente a mi casa conduciendo el coche oficial, acompañé a mi familia en la cena sin probar bocado y luego me fui al porche y pasé la noche entera allí, sólo.

Mis marines me dejaron en paz durante días. Acababa de hacer mi primera notificación de muerte.

LOS FUNERALES

Pasaron los meses con más notificaciones y más funerales. Pedí prestados marines a la reserva local del Cuerpo de Marines y les enseñé cómo se lleva a cabo un funeral militar: cómo llevar un ataúd, cómo disparar las salvas, cómo doblar la bandera, etc.

Cuando le entregaba la bandera a la madre, viuda o padre siempre decía, “Todos los Marines les acompañamos en su sufrimiento”. Había aprendido a decir la fórmula oficial “En nombre de una nación agradecida…” pero realmente no creía que la nación estuviera agradecida, así que siempre empleé mi propia fórmula.
Algunas veces, mis emociones afloraban y me costaba hablar. Cuando eso ocurría, sólo entregaba la bandera y agarraba su hombro. Ellos solían mirarme y asentir.

En una ocasión, una madre me dijo “siento muchísimo que tenga usted este trabajo tan horrible”. Mis ojos se llenaron de lágrimas, me agaché y la besé la frente.

Seis semanas después de mi primera notificación, tuve la segunda. Era de un joven soldado de primera clase. Conduje hasta casa de su madre. Como siempre, vestía uniforme y conduje un coche oficial de los marines. Aparqué delante de la casa, inspiré profundamente y entré en el porche. De pronto la puerta se abrió y apareció una mujer de mediana edad. Me miró y salió corriendo hacia la parte de atrás de la casa diciendo “¡NO, NO, NO!"

Los vecinos comenzaban a llegar cuando salí corriendo tras ella, la abracé y la dije unas cuantas estupideces para tranquilizarla. Se desmayó. La llevé en brazos hacia el interior de la casa, ocho o nueve vecinos nos siguieron, diez o quince minutos más tarde llegó su marido con un par de sanitarios. No tengo recuerdo de cómo dejé aquel lugar, pero recuerdo que el funeral tuvo lugar unas dos semanas más tarde. La madre nunca me miró, el padre sólo lo hizo una vez y meneó la cabeza con tristeza.


(Continuará...)