lunes, 28 de septiembre de 2009

Amsterdam



¡Por fin acabo una entrada!

Me cuesta encontrar un rato de tranquilidad para poder escribir alguna de mis estupideces, pero ya no es por desidia, es por simple falta de tiempo.

Flandes, Flandes. Y su capital Amsterdam, tierra de promisión para los que sueñan con la libertad del Siglo XXI. Ya sabe el lector.

No me refiero a la posibilidad de elegir libremente a los representantes del pueblo en sufragio universal, ni a la escolarización obligatoria y gratuita, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley o el derecho a la propiedad privada. No, me refiero a la posibilidad de fumarse un porro o irse de putas de manera “legal”.

En el imaginario de los post-adolescentes españoles, Amsterdam se presenta como una suerte de nueva Babilonia donde las fuentes manan vino y los perros se atan con longaniza. Pero quizá no sea tan fiero el león como lo pintan.

Visito Holanda por motivos profesionales con bastante frecuencia, y suelo disponer en cada viaje de tiempo libre para visitar, con mis colegas de otros países, la ciudad de los canales, la Venecia del Norte.

Nunca fui fumador de “chuflos”, con mis ducados (“bullshit” decían los Yankees) tenía suficiente, y si alguna vez probaba alguno tampoco le sacaba todo el “partido” que se suponía.

Con respecto al puterío, nunca he sido muy partidario. Mi ego masculino me ha impedido ser usuario de tan ancestral servicio, porque pagando no puntúa y uno tiene su prurito de vanidad. Bien es cierto que el resultado de mis “gestiones” particulares no era siempre exitoso, pero es lo que había, ya saben ustedes, “vacas gordas y vacas flacas”. Eso si, jamás he puesto objeción a que los demás ejerzan su libertad de “visitar” determinados sitios o personas y darse un capricho, o un atracón, a cambio de un pecunio. Allá cada cual con su vida y su moral.

Si que me ha preocupado siempre que los profesionales del “amor” (ellas y ellos, que desde que Loles León afirmó ser usuaria habitual de “compañía” masculina de pago, el asunto de los putos está muy en voga) ejercieran su trabajo desde una decisión personal, sin mafias, imposiciones o chantajes.

Pues bien, esa es la única diferencia entre Amsterdam y España en relación al sexo de pago. Allí quien ejerce la prostitución lo hace libremente. Venden su cuerpo a cambio de vil parnés y, quizás, por ello irán al infierno de cabeza, pero lo harán con sus impuestos pagados, su sanidad en regla, sus derechos y obligaciones satisfechos como cada hijo de vecino y, además, con el carnet de su sindicato que, según he podido leer, cuenta con unas tasas de afiliación cercanas al 100%. Es decir, se irán a tomar el té o hacer el guarro con Belcebú, pero desde el punto de vista de ciudadanos tendrán su expediente más limpio que el de Santo Tomás Moro.

El hecho de que sea legal, la prostitución digo, genera algunos usos y costumbres que chocan con las prácticas pseudo-clandestinas de otras latitudes, incluidas éstas en las que nos encontramos los que leemos este blog. Los escaparates del Barrio Rojo, por ejemplo, suelen ser punto obligado de visita por todos aquellos turistas que pasen por la ciudad. Choca ver a señoritas (o señoras) en mínima ropa interior en un escaparate insinuándose y contoneándose al paso de cualquiera al que consideren un cliente potencial. Las hay que superan en espectacularidad y medidas a las modelos de playboy, otras siguen otro patrón de belleza, las hay más jóvenes, más maduras, gorditas, flacas, altas, bajas, negras, blancas, rubias, morenas, pelirrojas, asiáticas, latinas y, prácticamente, cualquier canon que uno pueda imaginar. Un colmado de carne, según unos, una oferta amplia, según otros.

El caso es que no hay explotación, ni chulos, ni mafias, ni engaños, ni victimismo. Fin de las diferencias.

Por lo que respecta a los clientes, no creo que vayan a encontrar otro comportamiento que el esperado en estos casos en cualquier parte del mundo. Tampoco creo que haya más diferencia con respecto al acuerdo de servicios que se alcancen con las meretrices y sus primos los prostitutos.

Oía la pasada semana en el aeropuerto de Amsterdam mientras esperaba para embarcar de vuelta a la península, a dos caballeros (más bien diría mastuerzos) españoles quejándose de que las putas holandesas eran igual de expeditivas (entiéndase su intención de ir “directamente al grano”) que las españolas, y voceaban, casi, su indignación por un viaje en busca de la nueva frontera del vicio que se había quedado en, cito, “dos polvos con prisa y a la puta calle”.

Volvemos al imaginario colectivo. En Amsterdam la prostitución es legal, pero las prostitutas no te van a buscar a pie del avión a entregarte su cuerpo cuán amante despechada. No sé, pero no creo. Y el que es feo, gilipollas y maleducado lo es aquí y en la Conchinchina. Si para los putos y putas del mundo lo de su cuerpo es negocio, aún más lo será con los que no tienen tirón ni en su casa. Por bocazas y por soplagaitas.

Algo parecido ocurre con el tema de los porros. Aunque resulte difícil, créame el lector, no todos los holandeses fuman porros.

De verdad.

Las madres no utilizan el hachís o la marihuana como complemento dietético para sus querubines, los deportistas no lo consumen, los ejecutivos no lo usan como relajante muscular y las ancianas no alegran sus últimos días en este valle de lágrimas fumándose unos porretes. Su consumo es legal y, verdadera novedad, su comercialización también, pero al margen de ser un atractivo turístico adicional, la vida de la ciudad no gira en torno a su producción, comercialización y consumo.

No hay una secreta camaradería entre fumadores de porros. No se hacen furtivas y esotéricas señas por la calle. No hay patrones de conducta que les identifique. No, no hay nada de eso.

Si antes hablaba de los españoles tripones, puteros y bocazas, ahora lo hago de los post-adolescentes preuniversitarios con la mayoría de edad recién estrenada, y la mental aún por estrenar, y ganas de relatar sus hazañas con el consumo del cannabis.

Veamos pequeñines míos, fumarse diez canutos en una noche no sólo es una jodida barbaridad, sino que me cuesta mucho trabajo creer que hayáis sido capaces de hacerlo y seguir de marcha. Además, ¿cuánto dinero tienen estos niñatos para irse dos días a Amsterdam, comprar más de 40 porros de rojo libanés, polen del rif y no sé cuántas otras exóticas variedades de cannabis (que, sospecho, no son baratas), salir de marcha, beber alcohol a mansalva (éste si que sé que no es barato), y pagarse un hotel, viaje, comidas etc?

“Amsterdam es guay tío, pero la gente no tiene mucha marcha y el tío del coffe shop, ¡un cabrón, menudo precio!” le decía uno al otro mientras escondían sus dilatadas pupilas de la poca luz que había en la terminal parapetándose tras dos estrambóticas gafas de sol.

Así que antes de salir para España, remití un email al Excmo. Ayuntamiento de Amsterdam en el que les rogaba encarecidamente que, siguiendo la visión que en España se tiene de tan hermosa ciudad, y antes las inquietantes opiniones vertidas (vomitadas quizás) por mis compatriotas en sus periplos de vuelta, recapacitasen e incrementasen la cantidad y calidad de los servicios que con tanta fruición son demandados por los españoles.

En lo sucesivo, proponía yo, espero que haya una amplia variedad de putos y putas en las escalerillas (ahora finger) de los aviones con origen en nuestra piel de toro que propongan y proporcionen favores sexuales gratuitos y apasionados a todos cuantos viajen en su interior. Pueden ofrecer, adicionalmente y a modo de bienvenida y prueba de buena voluntad, porros de todas las variedades habidas y por haber acompañados de copazos sin dosificador, hongos alucinógenos, birras múltiples y un sofá cama para descansar, brevemente, antes de continuar con la fiesta.

Aún no me han contestado, pero estoy seguro que lo harán.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Desidia


Apático. Así es como me he quedado después de las vacaciones. En blanco, sin ideas, desidioso y remolón. Y no es serio, no lo es. El que tiene un blog tiene un compromiso, ¿o no?

Da igual, excepto por mi permanente jugueteo con el golf y con dejar de fumar, no soy de los que dejan las cosas a medias, y me irrita tener el blog más intermitente que la filmografía de Woody Allen. ¡Maldita sea mi estampa!

Y no es que no lo haya intentado, no señor. He empezado cuatro entradas en las dos últimas semanas, de verdad. Pero se me quedan sin fuerza, interruptus, cuando voy por el cuarto o el quinto párrafo… gatillazo literario.

Estoy seguro que las iré recuperando en los meses de frío invierno pero, mientras, las guardo en el cajón de “no apto” y dejo que se reposen y maduren. Con un poco de suerte se pudrirán y ya no estarán ahí cuando quiera tirar de ellas. ¡Que me den, por perezoso y cigarrón!

Nada, cero, nulo, negativo.

También es cierto que el ritmo de trabajo en las últimas semanas ha sido alto, y que la cabeza la tengo más en el quirófano, el plan de marketing, la nueva suspensión, la reunión NATO de la semana que viene, el número del trapecio o el nuevo planeta extrasolar, que en cualquier otra cosa pero, insisto, ésto no es serio.

Quizás debería irme al cine a inspirarme, a encontrar en una historia ajena y ficticia la parte de verdad en la que me pueda sentir reconocido y luego volver delante del teclado y contarla, soltarla, escupirla o vomitarla. Pero es que, salvo honrosas excepciones, el cine actual es una mierda, especialmente el español, y sólo me inspira bostezos o maliciosas sonrisas de medio lado.

Así que, querido lector, no desista usted de pasar por aquí de vez en cuando porque prometo enmendarme y coger velocidad de crucero, lenta pero constante, el día menos pensado

Por cierto, que no escriba no quiere decir que no lea, y a aquellos de ustedes que tiene su propio blog les tengo bastante vigilados, aunque ustedes, quizás, no lo sepan.