miércoles, 27 de octubre de 2010

No, muchas gracias



Querido/a anónimo/a,

Como ve usted le contesto a su email en público además de hacerlo a su correo, así se entera usted por duplicado.

Seré claro y muy directo. Yo en mi blog escribo de lo que quiero, cuando quiero y como quiero. No necesito asesores de contenidos, ni de redacción, ni de temas de interés. Verá usted, a mi ser más o menos popular me la trae al pairo.

Tampoco quiero entrar en ningún “circuito” de los que usted me habla, ni voy a hacer el canelo aquí y allá para conseguir esa pretendida “notoriedad” que usted tanto me recomienda. Con lo de “monetizar” como “escenario previsible a medio plazo” ya es que me da la risa.

Sé cuántas personas entran en mi blog desde hace una semana, e instalé Google Analytics simplemente porque quería comprobar una sospecha que finalmente se confirmó. Si no, tampoco lo hubiera instalado. Mis lectores y comentaristas tienen tanto derecho a su intimidad como yo a la mía, y me esfuerzo por ser un caballero, aunque no esté muy de moda.

Le contaré un secreto, no pienso en ganar el Pulitzer, o como se llame su equivalente en Internet.

Mi profesión a nadie le importa, y sí , la mayoría de las “historias verdaderamente falsas” son bastante auténticas, con las incorrecciones, falsas pistas y desinformación necesarias para que ni sea fácil dar con la historia “real”, ni con mi persona, ni con el resto de “personajes” que en ellas aparecen. En cualquier caso, ¡qué ejercicio de sagacidad el suyo!, su mamá debe estar muy orgullosa de usted.

En cuanto a lo de cambiar los nombres de las etiquetas para que “hagan aumentar tu posición en Google”…

Celebro que sea usted un/a “entusiasta” de mi “estilo”, y me alegra saber que cuento con usted entre mis escasos lectores, pero esa prepotencia de la que hace gala me resulta insultante e irritante y si a usted no le ha gustado o le parece que “no viene a cuento” la entrada sobre mi amigo Toshi y los japoneses pues es su problema, no el mío.

Para el final dejo lo del usted.

Mire usted, no escribo con usted por nada en especial sino, simplemente porque me hace gracia. No soy más “altivo”, ni “distante”, ni “jerárquico”, ni “superior” que nadie por hablar de una forma obsoleta pero absolutamente válida. Me divierte escribir así y, además, me hace un poco reconocible, y quien me conoce en la “blogosfera” ya sabe que un usted mío es tan tú como un vos argentino, o no, según mi voluntad. Y eso lo hace aún más interesante para mí.

El día que me canse de escribir con usted pues cambiaré, y punto. No tengo ningún contrato que me obligue a escribir de una forma concreta.

Agradezco muy sinceramente su gentil ayuda pero…

No, muchas gracias.

martes, 26 de octubre de 2010

Lo confieso, tengo debilidad por ellos



Son, en muchos aspectos, justo lo contrario a los españoles. Son disciplinados (obsesivamente disciplinados), siguen siempre el procedimiento, son respetuosos (como seas mayor que ellos el “San”, equivalente a nuestro D., no te lo quita ni Dios), no saben improvisar, son meticulosos, detallistas y precisos. No mienten y rara vez dicen tacos.

Además de eso, tratan de ser rebeldes (cosa que les sale previsiblemente mal) y tienen una curiosa dualidad, tradición / anti-tradición.

Hablan inglés casi tan mal como los franceses (los que lo hablan) y sin embargo han tenido una gigantesca influencia de los EE.UU. en las últimas décadas.

Los japoneses, o al menos a mi me lo parecen, son fascinantes.

Cuando viví en Estados Unidos, compartí “pupitre” con algunos de ellos, y creo que nunca los podré olvidar. Poseen una cierta candidez que les hace ser especialmente vulnerables y, por tanto, objeto de protección y, al mismo tiempo, una fortaleza moral que les hace verdaderamente temibles y dignos de respeto.

De todos ellos, quizás fue con Toshi (Toshimasa) con el que tuve más relación. Yo y el resto de “no americanos” que compartíamos residencia, ala de habitaciones, cuartos de baño y duchas, rancho y, sobre todo, salidas nocturnas.

Rocket San era mi nombre para Toshi y, como he dicho, a pesar del trato continuo y las 20 cervezas que compartíamos con cierta frecuencia, no había forma de hacerle bajar del burro.

Quizás otro dato común entre los japoneses, y especialmente en Toshi, es la poca resistencia que tienen al alcohol. Rara era la vez en que Toshi no se volvía a “casa” por su cuenta mucho antes de que lo hiciéramos el resto por haberse agarrado la castaña correspondiente.

Al llegar a la residencia, y como pequeño castigo por su falta de resistencia, nuestra tradición era despertar a Toshi y hacerle mil perrerías durante un buen rato.

Toshi protestaba enérgicamente por sacarle de la cama para ponerle a hacer flexiones, hacer que se bebiera otra cerveza o, simplemente, contarle las increíbles rubias que habíamos conocido en su ausencia (algo completamente falso), pero terminaba riéndose a carcajadas y llamándome a mí, Rocket San, “diablo despertador” por considerarme el cerebro de la operación.

Una noche, cuando la estancia conjunta estaba a punto de terminar, Toshi descubrió la forma de que le dejáramos en paz. Mientras cumplíamos la rutina de despertarle un sábado de madrugada, Toshi se metió el dedo índice de la mano derecha en su culo, lo removió dentro y se lo sacó amenazándonos con él y utlizándolo a modo de “ahuyenta pesados”.

Nadie osó volver a despertar a Toshi. Huelga decir el motivo de ese cambio de actitud.

Sin embargo, y pese a nuestras más molestas que pesadas bromas, Toshi nos tenía un sincero y muy entusiasta aprecio. Le parecíamos espontáneos y alegres, comprometidos y estudiosos, brillantes y trabajadores, incluso con la diferencia de horas que dedicábamos a estudiar en comparación con él (que seguía arrastrando, pese al tiempo transcurrido, dificultades con el idioma).

Y le hacía sentirse orgulloso y le intrigaba tremendamente cómo era posible que supiéramos lo que era seppuku (el hara-kiri no existe) o quién fue Yukio Mishima, que pudiéramos hablar de la época Shogun, que fuéramos capaces de ubicar Nagoya en el mapa o que tuviéramos algo más que afición por la gastronomía nipona y nos mostráramos sesudamente de acuerdo con el famoso refrán “me gustaría comer fugu, pero amo la vida”

Supongo que en el fondo sabía que, al menos algunos de nosotros, dedicábamos un rato de vez en cuando a estudiar un poco de la historia y cultura japonesa, y que la encontrábamos tan apasionante como entretenida.

El día que nos despedimos, Toshi me hizo una reverencia y me dijo en su particular inglés “Ten una buena vida”, como si jamás nos fuéramos a volver a ver.

Y es muy posible que estuviera en lo cierto, pero no por ello resta importancia a la frase.

El bueno de Toshi.

¡Qué tío más grande!

P.D.

Sepan ustedes que España es conocida en Japón por cosas tan tópicas como los Sanfermines y el flamenco y, ¡oh sorpresa!, ¡¡por la Tomatina de Buñol!!

¿Son o no son adorables estos japoneses?

lunes, 18 de octubre de 2010

"El Cachondismo"

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No es que el que suscriba sea un machista impenitente, ni que con esto del cambio de dígito me haya vuelto un carrozón, o un intransigente, o un reaccionario. Sin embargo, algunas cosas, aún hoy en día, le crujen a uno un poco las entrañas.

Hablemos del “cachondismo”, ese fenómeno que se está produciendo en todo el mundo por el que las mujeres en general, desde los 15 hasta los 105 años, reconocen abiertamente, sin pelos en la lengua y con absoluta desinhibición, que están “cachondas”, incluidas algunas de las poquísimas lectoras que tiene este blog.

No es que me refiera a conversaciones privadas, escarceos amorosos o arrumacos entre amantes o enamorados (o combinación de ellos), no, me refiero a decir que se está “cachonda” como el que dice “me gustan las croquetas de jamón”

Déjenme que les ponga un ejemplo.

Rocket: ¿Y qué se cuenta usted?
Azofaifa: ¡Pues que estoy cachonda!
Rocket: ¡¡Pero, señorita Azofaifa!!
Azofaifa: Pues sí, con su permiso, ¡cachonda perdida!, Adelaido, el de la segunda planta, que me pone como una moto GP.

Y créame el lector que soy partidario de que cada individuo se exprese como le venga en gana (siempre y cuando se pongan esos comentarios al resguardo de púberes oídos) pero, ¡coño!, hay cosas que no comento a personas del sexo contrario ni yo.

Si esa es la reacción que causa el “cachondismo” en una conversación de ascensor, pueden ustedes imaginarse cómo hace reaccionar a las féminas en aquello llamado Internet 2.0, es decir, blogs, redes sociales y páginas webs en general.

Iba a poner ejemplos claros y palpables que apuntalan y respaldan mi teoría, pero finalmente he decidido no hacerlo porque cada una tiene derecho a su no intimidad y a no ser difundido fuera de su ámbito.

En cualquier caso, la fiebre se expande por los 5 continentes, y aunque desconozco el foco de este nuevo movimiento desinhibidor y libertario, puedo atestiguar que sus efectos se hacen notar en USA, Francia, Japón, Portugal e, incluso, el siempre muy casto y muy recatado (para con las mujeres, claro) reino de Marruecos. Todos ellos liderados, por supuesto, por la Piel de Toro, siempre a la vanguardia de nuevos retos de igualdad que afrontar.

Y no, no son como decía sólo las adolescentes, fieles seguidoras de "Física y Química" y otros bodrios similares, las que llevan la delantera, no, no. También las mujeres maduras y bien formadas de cualquier otra edad siguen su ejemplo, o acaso lo implantaron, en una suerte de ponerse las bragas por montera y lanzarse a tumba abierta al exhibicionismocachondil”.

Y ya está, este es el fin, se acabó lo que se daba, plis-plas, caput. El último reducto ha sido tomado, los perdedores nos retiramos a nuestros cuarteles de invierno con clara resignación en nuestros semblantes. El último feudo masculino, esa agresividad cazadora o, si me apuran, esa insolencia en el verbo ha sido tomada por las huestes femeninas. Bandera blanca. Rendición incondicional.

Tanto es así que la pasada semana un amigo, al que en nuestra reducida comunidad masculina heterosexual siempre le hemos reconocido por sus insignes y notorias conquistas femeninas, me confesaba que una señorita le había “entrado” en una de mis tascas favoritas con la frase “hola, ¿cómo te llamas?, me pones cachonda”.
Él, al parecer, sólo había acertado a responder, tras parpadear con asombro tres o cuatro veces, su nombre de pila y algo así como “¡joder macho!,¿y qué te pareció el partido del Atleti del otro día?”.

Exageración o no, esa parece ser la excepción que se va a convertir en norma general en el futuro inmediato.

Y sí, habrá que aceptarlo, y no escandalizarse, y asumirlo como la expresión de una sensación, de un sentimiento más, tan habitual como el sueño, el aburrimiento, el nerviosismo o las ganas de comerse una paella valenciana. Pero que quieren ustedes que les diga, yo prefería cuando había que cortejar a las damas (que en ocasiones se hacían las duras) y luego te hacían creer que eras tú y no ellas el que terminaba resolviendo favorablemente el asunto para acabar en el catre. Todo ello tras haber hecho honrosamente el memo durante horas, días o incluso meses.

Siempre hemos sido el sexo débil, pero ¡diablos!, ¿hace falta que nos lo restrieguen ustedes por la cara?

This is the end of the world as we know it.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Un respeto, ¡cojones!


La calle es de todos, estamos de acuerdo, y existe libertad de expresión, ¡por supuesto!, lo que al parecer no existe es educación ni respeto.

El que siga este blog, me conozca o no, sabe que no simpatizo con los políticos. No lo hago porque demuestran habitualmente que son sumisos practicantes del “pesebring”, bonito y animado deporte que cualquiera puede practicar siempre y cuando tenga la suficiente falta de escrúpulos para ello.

Tampoco me gusta Mr. Zapatero, y poco me importa si le silban, reprueban, gritan o abuchean. Todo ello siempre y cuando se mantenga un mínimo de corrección porque, nos guste o no, es el Presidente del Gobierno de España.

Pero hace falta ser malnacido para hacerlo durante el homenaje a los caídos.

No pido del lector una defensa a ultranza de las Fuerzas Armadas, ni exijo que a los militares, presentes o pasados, se les trate de manera especial, que se les tenga veneración o sumiso respeto.

No quiero que se les conceda mesas especiales en los restaurantes, ni que los niños vayan gratis a cualquier cole, no quiero economatos, ni viviendas protegidas, no pido que no se reprochen cosas a los militares o que tenga que gustar especialmente la función militar.

De verdad que no pido nada de eso.

Tan sólo pido un poco de respeto por los que murieron defendiendo al resto de españoles allí donde les ordenaron ir y luchar, o interponerse, o custodiar.

En la batalla del Ebro (pues no exigimos a nuestros muertos color o afiliación política alguna), en Herat, en Camagüey o Cavite, en Annual o el Sahara, en Hernani, en Bosnia o Haití murieron nuestros vecinos, nuestros hermanos, nuestros abuelos, ese simpático señor de bigote o aquel hijoputa que nos debía dinero. Pero por el camino, y por nosotros, se dejaron lo más preciado que se posee, la vida.

No son, no pueden ser, los momentos en que solemnemente les recordamos una excusa para gritar contra nadie, por muy mal que lo haga o que te caiga. Es una falta de educación, de respeto, que nada puede justificar.

A todos los que gritaron les diré que son unos canallas y unos sinvergüenzas. Les pediría que la próxima vez se queden viendo el desfile desde su casa, y allí hagan lo que les plazca sin molestar a nadie, cagarse en su salón o en su sofá, por ejemplo, algo que es órdenes de magnitud más educado que hincharse los carrillos gritando mientras suena el toque de oración.

Quizás precisamente hoy esté un poco más sensible de lo normal con estos temas por razones personales, pero eso no hace sino afianzarme en la certeza de que tengo razón.

Un respeto, ¡cojones!