martes, 22 de diciembre de 2009

El bebedor solitario


Se sienta sólo al fondo de la barra de uno de esos bares que han visto tiempos mejores.

En su día el local fue un sitio de postín frecuentado por actores, modelos, empresarios y personajes que, en general, se podían permitir lo que cobraban por los cócteles que era, para gusto y disfrute de los habituales, un disparate.

Hace ya tiempo que la madera perdió su fuste, el cuero verde se ha envejecido hasta parecer sólo una mala imitación, las botellas de ginebra parecen añejas y los cuartos de baño piden a voz en grito un alicatado y, quizás, algo más de limpieza.

Ahora es refugio de putas viejas, perdedores, trapicheros de droga de mala calidad y ruidosos comerciales adictos al gin tonic de media tarde que beben para tener el valor de mentir sobre ventas millonarias que, en realidad, nunca llegaron a cerrar.

Él se sienta sólo en el rincón donde acaba la barra. Ha pasado los cincuenta y viste discreto pero elegante. Bebe whiskey con hielo y permanece ausente al paisanaje que frecuenta esa cloaca. Él sólo bebe y calla. No se muestra en absoluto interesado en nada de lo que ocurre a su alrededor, no lee el periódico, ni habla por el móvil. Sólo se sienta, pone un billete de 50 euros sobre la mesa y bebe tanto como dicha cantidad pueda costear.

Permanece con la mirada fija en un punto indeterminado frente a él, ausente, circunspecto, ajeno a todo.

A veces alguna novata del oficio que trata de ganarse la vida con los clientes del bar intenta iniciar una conversación con él. Algo que siempre suele ser parecido a “hola guapo, ¡qué solo estás!, ¿me invitas a una copa?”. Y él, sin girar la cabeza ni dirigirle la mirada responde un escueto “No”.

Los vendedores de relojes de pega, los de las rosas marchitas o incluso algún comercial que se ha adelantado a sus compañeros y parece sufrir por no tener a quien contar el último chiste, intentan también arrancarle, a veces, alguna otra palabra, involucrarle en sus propósitos, hacerle su cómplice. Todo es inútil, la respuesta sigue siendo “No”.

Viene al bar, con una regularidad tan matemática como inexplicable, todas las tardes del segundo y cuarto miércoles de cada mes, y permanece entre 3 y 4 horas dependiendo de la velocidad a la que beba. Eso es lo único que parece variar en su modus operandi, la única diferencia en una sucesión idéntica de imágenes idénticas.

Sólo se sienta, hace un gesto al camarero, que ya conoce la consigna, y bebe.

En una ocasión los comerciales, haciendo gala de un insoportable cinismo, invitan a tomar una copa al director comercial de la empresa en la que trabajan para despedirse de él ante su próxima pre-jubilación. El mismo al que han criticado, insultado, despellejado y faltado al respeto en cada uno de sus encuentros en ese bar, siempre sin que él estuviera delante.

Cuando éste entra saluda a los comerciales sin demasiado entusiasmo, repara en la presencia del solitario bebedor del final de la barra y camina hasta él. Le saluda, éste se levanta y le devuelve el saludo con una sonrisa, se estrechan las manos y hablan durante unos cuantos minutos. El “autista” como le han apodado los ingeniosos comerciales, es más alto de lo que creían, y también más atractivo.

Todos los comerciales han quedado estupefactos por la interacción del misterioso personaje con su próximo ex-jefe y reducen la voz mientras cuchichean conjeturas sobre ambos.

Cuando su mando vuelve todos le interrogan sobre él, le acosan a preguntas, le piden explicaciones, ¿quién es?, ¿de qué le conoces?, ¿por qué bebe?

El maduro directivo queda impresionado por la insana curiosidad de sus subordinados. Tuerce el gesto, va a hablar pero hace una pausa, se lo piensa y sugiere un juego. Cada uno deberá deducir, de lo que han podido observar a lo largo de los meses, cómo es la vida de ese hombre.

Todos aceptan el reto, al fin y al cabo son comerciales, se supone que deben saber cómo son las personas antes de tratar en profundidad con ellas, deben tener una fina empatía que les permita anticipar las respuestas negativas y neutralizarlas antes de que se produzcan. “No” no es una palabra que le guste a un comercial.

Comienza uno de los más veteranos, quiere rematar pronto el juego, darles una lección a sus más noveles compañeros. Es alto, luego norteño, probablemente mal divorciado, cuernos de por medio, bebe para olvidar. Acaso es funcionario y por eso siempre va por las tardes, nunca le han visto por las mañanas, y siempre en miércoles, lo que indica algún tipo de turno, eso quiere decir que es funcionario, bien del ministerio del interior, bien del de defensa, bien del de exteriores que son los únicos que hacen guardias fuera del consabido “ocho a tres”. Él apuesta por el de interior. En cualquier caso es un cornudo que ya ha perdido el tren de la recuperación. A su edad sólo le queda ser un perdedor, está bien jodido, ese no remonta.

Una vez entiende que ha terminado, el jefe, da turno al siguiente, un “águila” de 35 que presume de ser el mejor comercial de la empresa. Le considera un fracasado, no hay más que verle, un hombre que se precie nunca bebe sólo porque para eso están los amigos, como en su caso. Éste no tiene, lo que indica que los hombres no se fían de él, traicionó a un amigo, le fue, o intentó serlo, infiel con su mujer y desde entonces soporta la pena de la culpa y la vergüenza y es demasiado mayor para hacer nuevas amistades. No les gustaría que su mujer estuviera allí, no se fía de ese tipo.

El tercero en discordia es un nuevo fichaje procedente de la competencia, una joven promesa de 28 años que cerró un acuerdo espectacular con un cliente de su antigua empresa y, una vez fichado, se arregló para derivar a la nueva. Desde entonces no ha vuelto a cerrar un acuerdo y siempre es el primero en estar en el bar. Es el impenitente cuentachistes del grupo, el relaciones públicas local, y en alguna ocasión ha tratado de mantener contacto con el “autista”. Es además el autor del mote.

Da por sentado que ese hombre tiene un problema de salud, es muy posible que sus visitas al bar coincidan con algún tipo de tratamiento establecido, no una quimio, obviamente, pero sí algún tipo de rutina. Él, o quizás algún familiar suyo, su mujer, un hijo, la madre. Sí, eso es, alguien cercano a él tiene cáncer y pasa aquí las horas que dura la quimio, amargado y consumido por el dolor de ver que las cosas no mejoran.

El último en hablar es el más joven del grupo. Un jovenzuelo que apenas si acaba de cumplir los 24. Está fascinado con la sagacidad de sus colegas, él no tiene tanta imaginación o empatía o lo que sea. El tipo se considera a sí mismo más aburrido, quizás tenga menos talento porque trabaja más horas en la oficina que el resto. Prepara más a conciencia las visitas, lleva una agenda de todos los contactos, se esfuerza por detallar los presupuestos, habla y tiene el doble de reuniones con los posibles clientes. La falta de experiencia le obliga a esforzarse más, a asegurarse de qué es lo que sus clientes necesitan, le da miedo perder alguno de los ocho acuerdos que ya ha conseguido cerrar este año. Por eso paga siempre una ronda extra por ser el último en llegar al bar, y por eso es el que menos habla y más escucha a sus compañeros, tratando de aprender siempre algo.

Él pasa, no tiene una opinión formada sobre ese señor. En su opinión no hace nada malo, no se mete con nadie y además no parece emborracharse, no parece triste ni desesperado, sólo ausente. Cuando se va, camina derecho y tieso y no parece vacilar o tambalearse. Además se ha fijado que cada vaso lleva mucho hielo y poco whiskey y que los 50 euros le dan para siete copas, con lo que sumado al contenido de cada una de ellas no es, en realidad, tanto alcohol. También se ha fijado que sólo pide y paga a un camarero, al más mayor de todos, ignora al resto. Parecen tener un pacto. Fuera de eso no puede aportar más, salvo que la ropa es de muy buena calidad, que siempre viste diferente y que va perfectamente planchado. ¡Ah! Y que visita al peluquero cada semana, siempre lleva el pelo exactamente igual de largo y arreglado.

El jefe reflexiona un momento antes de empezar a hablar.


"Ese hombre era el dueño de una empresa que comenzó de la nada con 18 años. Es de San Lucar de Barrameda, pero montó su empresa en Sevilla. La vendió hace 4 años a los 54 a una multinacional que le pagó una millonada por ella y, además, le ofreció un puesto en el consejo de administración. Está felizmente casado con una mujer de la que sigue enamorado y que es una señora estupenda. Tienen cinco hijos, tres chicas y dos chicos que sacan buenas notas y hacen deporte. Los mayores empiezan a dar algún quebradero de cabeza a los padres porque les gusta una música muy extraña y visten sólo ropas de surf, pero de momento no les han dado ningún disgusto gordo aparte de llegar algún día fuera de hora o llegar oliendo a alcohol. Regañina y el mes correspondiente sin salir"

"Sigue levantándose temprano cada día porque en toda su vida no ha hecho otra cosa, y ha vuelto a montar dos pequeños negocios, sin muchas ambiciones, con dos de sus antiguos empleados que siempre le demostraron sentido común y ganas de desarrollar cosas. No es un hombre de excesos. Vive en una casa grande pero normal, no conduce un coche excesivamente llamativo y es más de comer en casa que de visitar los restaurantes de moda"

"Viene aquí por dos razones principales. La primera por fidelidad al que parece el camarero viejo, que en realidad es el dueño y fue quien le presentó a su mujer 20 años atrás, cuando este sitio era la creme de la creme en bares de copas, y la segunda para que nunca, nunca se le olvide de dónde viene, de ser un tipo normal, en una familia no precisamente acomodada, un tipo corriente que con tesón y buen ojo, pero también con una dosis de suerte, fue capaz de conseguir algo verdaderamente bueno. Viene aquí para que no se le olvide nunca que, ojalá que no, las cosas siempre pueden empeorar y tendría que venir a un sitio como éste por obligación, no por gusto"

"Viene a veros a vosotros, perdedores de mierda, a ver en lo que él se podría haber convertido si no fuera porque no se dejó llevar por un pequeño golpe de suerte o por la autocomplaciencia que a vosotros os sobra a raudales. Viene aquí a curarse en humildad en cabeza ajena, a no perder el norte, a no convertirse, aún ahora, en todo lo que vosotros representáis. Viene a tener siempre presente que el futuro hay que seguir currándoselo, no dormirse en los laureles. No ser un apestoso"

"Señores, diría que ha sido un placer trabajar con ustedes, pero mentiría, son ustedes tres el grupo más patético que he visto en mi vida, siempre pensando mal del prójimo, siempre riéndose de la desgracia ajena, haciendo gracietas a costa del personal, trabajando mal y pensando que lo hacían bien. Son ustedes unos gilipollas"

Miró al joven del grupo que mostraba la misma cara de asombro que el resto y dijo. “Vente conmigo, tú no eres como ellos, que les jodan, ya están acabados antes de haber empezado. Tú tienes futuro”

Y cada segundo y cuarto miércoles de cada mes el misterioso bebedor sigue acudiendo al mismo antro y haciendo exactamente lo mismo que el miércoles anterior, que hará el miércoles siguiente. Sólo que últimamente ha notado que hay menos barullo en el bar, ¡ah!, son los comerciales, ya ninguno para por allí.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Memorias de un portador de malas noticias (II y final)


Continuamos con los recuerdos del LtCol George Goodson. Ayer olvidé decir que el relato original se llama "Burial at sea", algo así como "Funeral en el mar", pero la traducción me parecía una macabra versión de "Vacaciones en el mar", así que lo cambié. Licencia de traductor.

OTRA NOTIFICACIÓN

Una mañana el sargento Jolly cogió el teléfono cuando yo entraba en la oficina y tras un momento me dijo “Tiene otro más, Coronel”, asentí y entré en mi despacho, cogí el teléfono, tomé notas mientras, aún no sé porqué, agradecía al oficial al otro lado de la línea su llamada y colgué. Jolly, que había estado escuchando entró con un Directorio de Teléfono especial que traducía los números de teléfonos en direcciones de personas y sus puestos de trabajo.

El padre de esta baja era un estibador. Vivía tan sólo a una milla de mi oficina. Llamé a la oficina de la Unión de Estibadores y pregunté por su jefe. Contestó al teléfono, le expliqué quién era y le pregunté por el horario del padre del muchacho.

Su jefe preguntó, “¿es su hijo?” y yo no dije nada. Después de un momento dijo “Tom está en casa hoy”, “No le llame -dije- yo me ocuparé de ésto”. “¡A la orden, señor!”, y luego explicó “Tom y yo servimos en los marines en la Segunda Guerra Mundial”

Entré en mi coche y conduje hasta la casa. Iba de uniforme. Llamé a la puerta y abrió una mujer con cuarenta y pocos años. Inmediatamente noté que no tenía ni idea de mi misión. Pregunté si el Sr. Smith estaba en casa, sonrió y contestó muy amablemente “Si, pero está desayunando, ¿podría venir un poco más tarde?”, “lo siento – dije – es importante, necesito verle ahora”

Asintió, volvió a la cocina y le escuché decir “Tom, es para ti”

Un momento después un hombre rudo en la última parte de los cuarenta apareció en la puerta. Me miró, se puso completamente blanco, se sujetó y dijo “¡Dios mío*, sólo llevaba tres semanas allí!”

Los meses pasaron. Aún más notificaciones y más funerales. Entonces un día, mientras corría en el cuartel, el sargento Jolly salió de la oficina y me silbó con los dos dedos juntos (¡yo nunca he podido hacer eso!) poniéndose a continuación un teléfono imaginario en la oreja.

Otra llamada del Cuartel General de los Marines. Tomé notas, dije “lo tengo” y colgué. Hacía mucho tiempo que había dejado de decir gracias.

“¿Dónde?”, dijo Jolly “En la costa este de Maryland. El padre es un brigada de la marina retirado. El hermano del chico acompañará el cuerpo desde Vietnam”.

Jolly meneó su cabeza despacio, luego la enderezó mientras me miraba y dijo “a estas horas del día llevaría tres horas llegar allí y volver. Llamaré a la Base Naval para que nos manden un helicóptero, y llamaré al capitán Tolliver para que uno de sus hombres con un coche le recoja y le lleve a la casa del Brigada”

Lo hizo y 40 minutos más tarde estaba llamado a la puerta del padre del muchacho. Abrió la puerta, me miró, miró al marine que permanecía en una perfecta posición de descanso junto al coche y preguntó, “¿cuál de mis chicos ha sido coronel?”

Permanecí con él por espacio de dos horas, le di cuanta información fui capaz, los teléfonos de la oficina y de mi casa y le dije que me llamara si me necesitaba, a cualquier hora.

Me llamó esa noche sobre las 23:00. “Revisando los papeles de mi chico, he encontrado su última voluntad. Quería ser enterrado en el mar. ¿Podría hacer usted que eso ocurriera?”, “Sí, si que puedo – repliqué – puedo y lo haré”

Mi mujer, que había estado escuchando la conversación, dijo “¿de verdad puedes hacer eso?”, “No tengo ni idea - repliqué - pero me voy a romper el culo intentándolo”

Llamé al Teniente General de Marines de la Flota Atlántica, General Browser a las 23:30, le expuse la situación y le pregunté “Mi general, ¿puede concertarme una reunión rápida con el Almirante del Cuartel General de la Flota Atlántica?”, “Estése en su despacho mañana a las 09:00 y le recibirá”.

Allí estuve y él me recibió. Me dijo fríamente, “Dígame Coronel, ¿Cómo puede la Marina ayudar a los Marines?”, le conté la historia y él llamó al jefe de personal y le dijo “¿cuál es el mejor destructor del puerto?” y el jefe de personal respondió con un nombre. El almirante llamó al barco y dijo “Capitán, van a celebrar un entierro naval. Reportará al Teniente Coronel Goodson hasta que la misión esté completada”

Colgó, me miró y dijo “La próxima vez que necesite usted un barco, coronel, llámeme, no tiene que enviar al general Browser a morder mi culo”. “¡A la orden!” contesté y salí cagando leches del despacho.

Fui al barco y me reuní con el capitán, el oficial ejecutivo y el suboficial mayor. El sargento Jolly y yo entrenamos a la tripulación durante cuatro días y fue entonces cuando Jolly se dio cuenta de un detalle que nos había pasado inadvertido. “¿Cómo haremos que el ataúd reglamentario se hunda si viene sellado y lleno de aire?”

Todos los presentes nos quedamos mudos. Entonces el suboficial mayor del barco se levantó y dijo, “vamos Jolly, conozco un bar donde van a tomarse una copa los veteranos de la segunda guerra mundial”

Volvieron dos horas después un tanto "desaliñados" y dijeron “es simple, hacemos cuatro agujeros de 12 pulgadas a cada lado de la funda del ataúd y metemos 100 kilos de plomo en el fondo. Podemos hacerlo, no hay que preocuparse.

Llegó el día, tanto el barco como la tripulación lucían radiantes. El general Browser, el Almirante, un senador y la banda de la armada estaban a bordo. El ataúd fue subido a bordo y llevado abajo para ser preparado y el barco zarpó hasta encontrar un sitio donde hubiera más de 25 metros de profundidad.

El sol pegaba, la mar estaba completamente calmada y el ataúd fue llevado a cubierta y colocado sobre un catafalco. El capellán rezó, se dispararon las salvas, la bandera se arrió, se dobló y yo se la entregué a su padre. La banda de música tocó “Eternal Father Strong to Save” y el féretro fue ligeramente inclinado hacia delante hasta que cayó al mar y se hundió unos 5 metros cuando golpeó el agua. Entonces, cuando el aire interior y el agua que entraba por los agujeros chocaron, se detuvo, volvió a salir abruptamente a la superficie en vertical y luego, poco a poco mientras las burbujas salían por los agujeros, se fue hundiendo hasta que desapareció de nuestra vista para siempre.

Al día siguiente llamé a mi amigo personal el teniente general Oscar Peatross del Cuartel General de los Marines y le dije “General, sáqueme de aquí, no puedo más con ésto”. Fui transferido a otro destino dos semanas más tarde.


Yo había sido un buen marine, pero después de 17 años había visto demasiada muerte y demasiado sufrimiento. Estaba machacado.

Vacié la casa y mi familia y yo fuimos a la oficina en los dos coches. Me despedí y el sargento Jolly salió conmigo, se despidió de mi familia, me miró con los ojos llenos de lágrimas, se puso firme, saludó y me dijo “¡Buen trabajo, mi coronel, buen trabajo!”


Y yo me sentí como si mi hubieran concedido la medalla de honor del congreso.

Fin

* N. del T. El padre dice textualmente "Jesus Christ man" que no se corresponde con "¡Dios mío!", sino que es sensiblemente más vulgar, casi un taco. Sin embargo no he encontrado una expresión más adecuada.

martes, 15 de diciembre de 2009

Memorias de un portador de malas noticias (I Parte)


Curioseando por la red encontré la pasada semana un texto escrito por un Tte. Coronel ya retirado del Cuerpo de Marines de los USA. Lejos de narrar las aventuras del "abuelo cebolleta" en el campo de batalla, este hombre cuenta con simpleza y emoción la que considera la peor misión de su vida, ésto es, la de oficial de notificaciones de bajas a familiares durante la guerra de Vietnam.

A mí me gustó, no me pregunten porqué. Me parece terriblemente cercano, desoladoramente real.

El militar en cuestión es el LtCol George Goodson y la fuente donde lo encontré es el blog de un cabo de los Marines llamado Wally Beddoe quien, a su vez, lo había extraído de la revista mensual del Cuerpo. La traducción es propia, y he procurado transcribirla tal cual la encontré, añadiendo o modificando por mi parte lo imprescindible para que fuera legible en castellano. En cualquier caso éste es el original
http://usmc81.blogspot.com/2009/12/burial-at-sea.html

El texto es largo, así que lo parto en dos entradas. Me gustaría que alguien hiciera algún comentario al respecto. Estoy seguro que es el típico relato que deja una sensación muy distinta a cada uno que lo lea.Y quizás tengamos una sana polémica sobre las impresiones que individualmente nos cause.


A mis 76 años, los hechos de mi vida se me aparecen, en ocasiones, como una sucesión de viñetas, como un cómic. Algunos fueron relevantes, la mayoría fueron triviales

La Guerra es un momento crucial en la vida de cualquiera que haya tenido que sufrirla. Aunque llegué a luchar en Corea y luego en la República Dominicana, donde fui herido, Vietnam fue mi Guerra.


Ya han pasado 37 años desde aquello y, afortunadamente, es rara la ocasión en la que pienso en aquellos días en Camboya, Laos y los enclaves de Vietnam de Norte donde pequeños grupos de americanos y locales lucharon contra elementos del ejército norvietnamita mucho más numerosos. En lugar de eso, veo viñetas, algunas exóticas, otras más mundanas:

*El olor de Nuc Nam
*El calor, la humedad, el polvo
*El humo azul de las motocicletas en los atascos
*Elefantes moviéndose silenciosamente sobre la hierba
*Duras expresiones en la mirada detrás de la sonrisa de cada civil que encontrábamos en los pueblos
*El rugido de un tigre en una montaña de Laos
*Una mujer estrujándome la mano mientras mi médico le ayudaba a dar a luz
*Los vestidos tradicionales de las chicas que bajaban en bici hacia Trang Hung Dao
*Mis dos años como Oficial de Notificación de Bajas en Carolina del Norte, Virginia y Maryland

Era 1967, acababa de regresar de 18 meses en Vietnam y las bajas se incrementaban. Me mudé con mi familia desde Indianápolis a Norfolk, alquilé una casa, inscribí a mis hijos en su quinto o sexto colegio y compré un segundo coche.

Una semana más tarde conduje 10 millas hasta la base de Little Creek, Virginia y me estiré el uniforme antes de entrar en mi nueva oficina.

La apariencia es muy importante para los marines de carrera, aunque yo ya no era, si alguna vez lo había sido, un Marine de póster.


Había vuelto de mi tercera estancia en Vietnam tan solo 30 días antes y a mi 1,80 m de altura acompañaban sólo 58 Kg. de peso, 16 por debajo de mi peso ideal. Mi propio uniforme me quedaba ridículamente grande, mi piel seguía estando amarilla por la medicación contra la malaria y sospecho que había adquirido un tic, o dos.

Enderecé mis hombros, entré en la oficina, miré al cartel donde aparecía el nombre del sargento de personal y me presenté, “Sargento Jolly, soy el teniente coronel Goodson, estas son mis órdenes y mi carpeta de historial”
El sargento Jolly se detuvo, me miró muy cuidadosamente, cogió mis órdenes y me tendió la mano, la chocamos y me dijo “¿Cuánto tiempo ha estado usted allí coronel?”, “18 meses esta vez”, contesté. Jolly suspiró y dijo “debe ser usted un poco lento aprendiendo mi coronel”. Y yo sonreí.
“Bien coronel, le enseñaré su despacho y luego le llevaré a conocer al sargento mayor”, “No - dije - prefiero ir directamente a conocerle”. Jolly asintió y bajó la voz “El sargento mayor, verá, ha estado en este puesto los últimos dos años, está muy apretado, estoy preocupado por él.” Yo asentí.

Jolly me guió hasta la oficina del sargento mayor. “Sargento mayor, éste es el coronel Goodson, el Nuevo comandante de la oficina”, el sargento mayor se levantó, extendió su mano hacia mi y dijo “Encantado de volver a verle coronel”, “Hola Walt, ¿cómo estas?”, El sargento Jolly me miró, alzó la vista al cielo en un gesto de paciencia, salió de la habitación y cerró la puerta.


Me senté un rato con el sargento mayor, tomamos la obligada taza de café y hablamos sobre conocidos en común. Su estrés era palpable. Finalmente le dije “¿Walt, qué diablos te ocurre?”, él giro su silla, miró por la ventana y dijo “George, desearás estar de vuelta en Vietnam antes de que acabes tu destino aquí. Estoy en el Cuerpo desde 1939, estuve en el pacífico 36 meses, en Corea 14 meses y otros 12 en Vietnam. Ahora vengo aquí y entierro a esos chicos. No puedo más.” “OK Walt - le dije – Si es lo que quieres yo personalmente enviaré tu solicitud de retiro, y haré cuanto esté en mi mano para agilizarlo en el Cuartel General”

El sargento mayor Walt Xxxxxxx se retiró 12 semanas después. Había sido un buen marine durante 28 años, pero había visto demasiada muerte y demasiado sufrimiento. Estaba machacado.


Durante los siguientes 16 meses, hice 28 notificaciones de muerte, llevé a cabo 28 funerales militares e hice 30 notificaciones a familias de marines muy gravemente heridos o desaparecidos en combate. La mayor parte de los detalles de aquellas notificaciones se han borrado, afortunadamente, de mi memoria. Sin embargo, cuatro de ellas aún permanecen:

MI PRIMERA NOTIFICACIÓN


Mi tercer o cuarto día en Norfolk.

Me notificaron la muerte de un marine de 19 años. Recibimos una llamada de teléfono desde el Cuartel General de los Marines. Nos comunicaron:

*Nombre, rango y número de identificación
*Nombre, dirección y número de teléfono de los parientes más cercanos
*Fecha y algunos detalles sobre la muerte del marine
*Día aproximado en el que el cuerpo llegaría al aeropuerto de la base naval de Norfolk
*Una fuerte recomendación de si el ataúd debía permanecer abierto o cerrado.

La familia del muchacho vivía en la frontera de Carolina del Norte, a unas 60 millas de distancia. Cogí un coche oficial del Cuerpo, crucé la frontera con Carolina del Norte y, llegado al pueblo del chico, paré en una tienda / gasolinera para preguntar la dirección.

Había tres personas en la tienda. Un hombre y una mujer se aproximaban a la pequeña ventanilla del servicio postal llevando un paquete. El tendero, ahora en funciones de cartero, les saludó por su nombre. “Hola John, buenos días señora Cooper”

Me quedé petrificado. El familiar más cercano a mi muerto se llamaba John Cooper y era su padre.

Me enderecé, me acerqué a ellos y dije “Discúlpenme, ¿son ustedes los señores Cooper?”

El padre me miró, miró mi uniforme, comprendió, se dobló y vomitó. Su mujer le miró horrorizada y luego me miró a mí. Cuando comprendió la escena, entró en colapso y se desmayó muy lentamente. Afortunadamente me dio tiempo a cogerla antes de que chocara con el suelo.

El dueño de la tienda cogió una botella de whiskey del mostrador y la ofreció al Sr. Cooper quien bebió.

Contesté allí mismo a sus primeras preguntas antes de llevarles a casa en el coche oficial. El tendero cerró la tienda y nos siguió en su furgoneta. Estuvimos en su casa aproximadamente una hora antes de que comenzara a llegar familia.

Llevé al tendero a su tienda en mi coche, me lo agradeció y me dijo “Señor, yo no haría su trabajo ni por un millón de dólares”, “Yo tampoco” le contesté.

Recuerdo vagamente haber conducido de vuelta a Norfolk. Violando unas cinco normas del Cuerpo, fui directamente a mi casa conduciendo el coche oficial, acompañé a mi familia en la cena sin probar bocado y luego me fui al porche y pasé la noche entera allí, sólo.

Mis marines me dejaron en paz durante días. Acababa de hacer mi primera notificación de muerte.

LOS FUNERALES

Pasaron los meses con más notificaciones y más funerales. Pedí prestados marines a la reserva local del Cuerpo de Marines y les enseñé cómo se lleva a cabo un funeral militar: cómo llevar un ataúd, cómo disparar las salvas, cómo doblar la bandera, etc.

Cuando le entregaba la bandera a la madre, viuda o padre siempre decía, “Todos los Marines les acompañamos en su sufrimiento”. Había aprendido a decir la fórmula oficial “En nombre de una nación agradecida…” pero realmente no creía que la nación estuviera agradecida, así que siempre empleé mi propia fórmula.
Algunas veces, mis emociones afloraban y me costaba hablar. Cuando eso ocurría, sólo entregaba la bandera y agarraba su hombro. Ellos solían mirarme y asentir.

En una ocasión, una madre me dijo “siento muchísimo que tenga usted este trabajo tan horrible”. Mis ojos se llenaron de lágrimas, me agaché y la besé la frente.

Seis semanas después de mi primera notificación, tuve la segunda. Era de un joven soldado de primera clase. Conduje hasta casa de su madre. Como siempre, vestía uniforme y conduje un coche oficial de los marines. Aparqué delante de la casa, inspiré profundamente y entré en el porche. De pronto la puerta se abrió y apareció una mujer de mediana edad. Me miró y salió corriendo hacia la parte de atrás de la casa diciendo “¡NO, NO, NO!"

Los vecinos comenzaban a llegar cuando salí corriendo tras ella, la abracé y la dije unas cuantas estupideces para tranquilizarla. Se desmayó. La llevé en brazos hacia el interior de la casa, ocho o nueve vecinos nos siguieron, diez o quince minutos más tarde llegó su marido con un par de sanitarios. No tengo recuerdo de cómo dejé aquel lugar, pero recuerdo que el funeral tuvo lugar unas dos semanas más tarde. La madre nunca me miró, el padre sólo lo hizo una vez y meneó la cabeza con tristeza.


(Continuará...)

lunes, 30 de noviembre de 2009

No lo consienta Señor

Su Majestad,

Debo haber leído mal o el periodista debe estar mal informado. Leo, sin terminar de creerlo, que Su Majestad está realizando gestiones con la Santa Sede para acelerar la nulidad del matrimonio de S.A.R. Doña Elena.

Verá Señor, con todos mis respetos, no lo entiendo.

¿Cuál habría de ser la causa de tal nulidad?. Es obvio y evidente que el matrimonio fue consumado en, al menos, dos ocasiones. O eso o D. Jaime tiene sobrados motivos de queja y demanda, pero no parece ser él quien ande en esas rogativas.

Dado, pues, que no hay tampoco duda sobre la voluntariedad de los esponsales, y que el matrimonio se celebró sin más defecto de forma que el olvido por parte de Su Alteza de pediros permiso antes de pronunciar los votos, ¿que razón se puede esgrimir para anular el himeneo?

Soy agnóstico, lo reconozco Señor, pero criado y educado en una fuerte moral católica que respeto y, probablemente, transmitiré a mis descendientes si algún día los tuviera.

No soy de los que opina que el matrimonio sea indivisible, las pruebas de fallidos matrimonios de compañeros, familiares y amigos nos lo demuestran casi a diario, pero jamás entendí la proliferación de anulación de matrimonios eclesiásticos.

Puedo entender que quieran hacerlo aquellas personas con sobrados y reglamentados motivos, aún cuando el mal aliento no forme parte de ellos, pero me parece la compra de una bula el resto de los casos, es decir, el 95% de los que conozco.

Puedo entenderlo en el caso de folclóricas, famosas de pretendida alta clase e indecisas niñas de papá, por aquello de volver a forrarse con el siguiente reportaje de la nueva boda en el HOLA o sentirse otra vez las princesitas de la fiesta por un día, pero no me cabe en la cabeza, Señor, el motivo que Su Alteza pueda esgrimir para solicitar tal dispensa.

La cimentación de la monarquía en España es, como Su Majestad sabe, muy endeble y basada en tradiciones que vienen de antiguo. Nada hay que objetar a una separación, o incluso divorcio, de una de Sus Altezas si sus matrimonios no fueran lo felices o adecuados que cualquier pareja requiere y merece, pero flaco favor haría a la Institución que algunos hemos jurado defender con nuestra propia sangre, si los indecisos, los descreídos o los detractores entienden o comprueban que los miembros de la Familia Real obran con capricho en temas tan importantes para millones de personas como el que nos ocupa. Debe evitarse, Majestad, la sensación de antojo.

Es duro oficio el de Infanta de España. No me cabe duda de ello. Los privilegios del título serán, estoy seguro, poca cosa comparados con las obligaciones. Pero es que así es como tiene que ser.

Confío, por lo poco que la conozco, que Doña Elena estará pensando en contraer matrimonio por segunda vez. No me cabe duda de ello porque me consta que es persona consciente, cariñosa y creyente. Y querrá que ese nuevo matrimonio sea consagrado por la Iglesia Católica, pero es que, Señor, no se puede tener todo en esta vida, y las imágenes de una segunda boda de Doña Elena no creo que fueran a hacer ningún bien a la Monarquía por incomprensibles. Que se case si ese es su deseo, pero ya sabe Su Majestad cuál es la única vía coherente para hacerlo, y no pasa por una iglesia sino por un juzgado.

Haga caso Su Majestad a éste su humilde súbdito, deje estar las cosas del Tribunal de la Rota en su sitio y convenza a S.A.R. de desistir en su intento, no vaya a ser que haya quien se empeñe en comparar al Rey de España y su familia con otra cosa.

Dios guarde a Su Majestad muchos años,
Rocket Launcher

martes, 24 de noviembre de 2009

Pasaba por aquí



Pues eso, pasaba por aquí y me he dicho, "¡coño Rocket!, ya que estás, ¿por qué no escribes algo?" y me he contestado que "¡no!, ¿que para qué?".

Y es que debe ser que, a fuerza de hacerme viejo, me debo estar convirtiendo en un recalcitrante reaccionario, y ya saben ustedes que llevo mal lo de cumplir añitos y sus consecuencias psicológicas.

Sufro de intolerancia a la tontería, al mamoneo, a los pusilánimes, meapilas, progres de salón y putiactrices. No soporto los presentadores de guardia, las "colaboradoras" millonarias, las noticias ñoñas y los reportajes de cámara oculta. Enfermo con los agoreros del desastre, los periodistas "wall street" y los opinadores disconformes, los opositores a todo, siempre.

Me la bufan los especiales sobre prostitución, los hábitos sexuales de los españoles o la comparativa contra los países escandinavos. Me da igual si un sueco se beneficia a su mujer, su vecino, su perro o a todos al mismo tiempo un 42% más o menos que yo. Que manía con el jodido morbo tenemos en España.

Se me revuelve el estómago cuando leo que Belén Esteban es "la voz del pueblo", y mal lo debemos estar haciendo cuando la voz de nuestra conciencia, el Pepito Grillo de nuestro espíritu cívico, es el tal Risto Mejide. ¡Joder!

De política ni hablamos. Maldita pandilla de inútiles interesados.

Se refugia uno en la lectura, y se encuentra con que Stieg Larsson (ya saben, el celebérrimo best seller post-mortem) tenía una opinión muy bien formada sobre la titularidad y soberanía de Gibraltar, Ceuta y Melilla. Por supuesto lo españoles no salimos bien parados en ninguno de los tres casos. ¡Manda huevos, ni leyendo le dejan a uno en paz!

Por último, si abre un periódico, rompe uno a llorar de pura pena y rabia.

En medio de este caos, de esta desolación, sólo hay algo que ofrece algo de consuelo y alivio, una buena cerveza fresquita.

Así que con su permiso, y hasta que se me pase el cabreo y las ganas de prenderle fuego al mundo, yo a lo mío y ustedes a disfrutar.

martes, 20 de octubre de 2009

Au Revoir Madame

Es difícil hablar de la gente que sale de tu vida, aún más si es gente tan excepcional como Ana.

Ana le daba un nuevo sentido a la palabra discreción. Puede imaginarse el lector a una persona tímida, apocada, siempre a la sombra quizás de su marido, pero no era éste el caso.

Ana tenía un estricto sentido del saber estar, y su forma de ser era fiel reflejo de sus convicciones. "No pueden querer mandar dos en el mismo barco, Rocket, eso no funciona". Así que asumía su papel de "poder" en la sombra de manera enérgica pero delicada, aconsejando y apoyando en las decisiones sin ser ella quien las tomara si no le correspondían o, por el contrario, impidiendo cualquier tipo de intromisión que no fuera un buen consejo cuando era su misión decidir.

Y ha sido una excelente consejera.

Siempre tuvo un elevado sentido de la responsabilidad, del deber. Nunca la he visto escurrir el bulto por pesada o dura que fuera la tarea, no sólo por su increíble capacidad de trabajo, sino por su firme convicción de que uno tiene que hacer lo que le corresponde, de lo contrario otro tendrá que hacerlo por uno, y eso es profundamente injusto.

Jamás la he visto cambiar uno sólo de sus principios, forjados con el ejercicio de una voluntad de hierro, ni aunque mantenerlos le costara alguna que otra penuria. No era de ese tipo de personas. El transfuguismo, y no sólo el político, le provocaba nauseas. "Roma no paga traidores".

Era una persona dulce, pero no empalagosa, suave, pero no blanda, cariñosa, pero no melosa.

No escatimaba cumplidos si eran necesarios, pero no perdonaba la crítica si era de justicia. No era de las que creía que los cercanos tenían que tener razón o haber actuado correctamente sólo por serlo. De sus "lecturas de cartilla" he aprendido siempre mucho, lecciones que no tienen precio. Ese sentido de la ecuanimidad terminaba de redondear su carácter hasta convertirla en una persona verdaderamente excepcional.

Desconfiaba, y me incitaba a desconfiar, de los aduladores y lameculos, de los que siempre me daban la razón. "Recuerda Rocket que, como decía Quevedo, bien puede haber puñalada sin lisonja, pero pocas veces hay lisonja sin puñalada".

Fue una persona firme, no cabe duda de ello, y sin embargo rara vez era brusca. Sólo a veces, cuando hablaba de política, se exaltaba un poco, y todos cuantos estábamos a su alrededor nos reíamos de ello.

Ha sido una excelente compañera de viaje durante toda mi vida.

El pasado día 13 de octubre moría en el Hospital Puerta del Mar de Cádiz, Ana, mi madre.

Una verdadera dama.

P.D.

Quien esperara un panegírico lleno de ternura y sensibilidad se equivocaba. Esas cosas se quedan en la intimidad. Doña Ana merecía que se hablara de su caracter y forma de ser mucho más allá del ámbito familiar, de su valía como el extraordinario ser humano que ha sido, además de madre y esposa.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Solidaridad

Angel, al que no tengo el gusto de conocer de nada, me pidió vía email el pasado viernes que me sumara a una de las tantas iniciativas que circulan por internet.

Ésta, en concreto, animaba a los bloggers a escribir sobre la solidaridad, en cualquiera de sus vertientes y facetas, desde un punto de vista personal.

La solidaridad es como los ferraris, todo el mundo habla de ellos pero nadie los arranca.

Hace poco un grupo de insensatos campistas me llamaron insolidario a voz en grito por echarles de una propiedad privada. Curioso el concepto que tenemos de la solidaridad. Concepto de quita y pon, según nos vaya la feria en ello, he de decir.

La solidaridad debería ser un algo absoluto, inequívoco, no sujeto a interpretaciones ni objeto de apropiación, pero creo que, como el concepto de justicia, eso es una quimera.

Ayer un militar español murió en Afganistán. Su BMR pisó una mina, poco importa ahora si convencional o improvisada, e hizo, al parecer, volcar el vehículo. El resultado son dos huérfanos que, si no me equivoco, cobrarán una pensión de mierda hasta que sean mayores de edad y una indemnización de cuatro perras por no volver a ver a su padre, nunca, jamás.

Hoy por la mañana en todas las tertulias radiofónicas, un alto porcentaje de los contertulios de las principales cadenas de radio (Onda Cero, SER, COPE y Punto Radio que yo haya podido oír) abogaban por una retirada de las tropas de Afganistán e, incluso, alguno lo exigía por solidaridad con las familias de los 90 compatriotas que han perdido la vida en este conflicto. Por solidaridad.

Me pregunto si sabemos lo que hacemos en Afganistán y me respondo que no, que nadie parece darse cuenta de algo tan evidente.

Estamos en Afganistán por dos motivos fundamentales. El primero por seguridad, para demostrar a una panda de extremistas asesinos y analfabetos y a todos cuantos les secundan, apoyan e imitan en medio mundo que no hay sitio en la tierra donde se puedan esconder para preparar y trazar sus planes contra nosotros. Y el segundo para demostrarles a éstos mismos y a todos cuantos les jalean, justifican o disculpan, que no pensamos consentir que nos digan cómo vivir, ni que nos lleven de vuelta a la edad media o a la de las cavernas.

En ese empeño no hay gente que esté dispuesta a morir. No tenemos suicidas en nuestras filas, no los necesitamos. Pero en ese empeño, digo, sí que hay gente que está dispuesta a asumir riesgos para cumplir órdenes, para realizar las tareas asignadas. Es mentira que estemos allí para reconstruir un país. Nuestra verdadera misión es devolver a Afganistán al Siglo XX (el XXI sería pretencioso) y asegurar su estabilidad para que puedan "crecer" por sí solos, sin seguir los caprichosos designios de terroristas mesiánicos, señores de la guerra o del opio, reyezuelos, jefes de tribu o el primer jodido desaprensivo que sea capaz de comprar un poco de poder.

Yo soy solidario con el cabo que murió ayer, y soy solidario con su familia y con sus compañeros, soy solidario con las dos soldados que, con dos pelotas, se prestaron voluntarias para conducir camiones en un convoy de riesgo cuando sus compañeros masculinos desobedecieron y dijeron que no irían.


Soy solidario con las niñas afganas que, no muy lejos de Herat, tienen que andar kilómetros, cargadas como mulas y tratadas como tal, para llevar agua a sus casas. Soy solidario con los que opinan que la libertad no es gratuita, que hay que ganarla cada día porque siempre hay quien nos la quiere arrebatar. No por medios violentos obviamente, éstos deben ser siempre la última opción, sino con el ejercicio de nuestra propia libertad y la defensa de la de nuestro vecino.

Soy solidario con los que enseñan el corán como una religión, no como una doctrina y soy solidario con los que piensan que Dios no existe pero respetan las creencias ajenas siempre y cuando éstas no atenten contra la dignidad o sean meras estafas. Y sí, soy solidario con los británicos, americanos, holandeses, polacos, italianos, neozelandeses, australianos, suecos y noruegos, daneses, franceses, búlgaros, turcos, checos, griegos, portugueses, belgas, alemanes, canadienses y soldados de otra veintena de nacionalidades que, cada día, se juegan su pellejo en Afganistán pensando, estando convencidos, que con eso preservan el nuestro.

Soy solidario con los que, de uniforme o no, se levantan cada día en las zonas del mundo más castigadas con miseria y destrucción, esas zonas donde la palabra ayuda significa mucho más que hacer una llamada telefónica o descargar un coche.

Soy solidario con mi vecino, soy solidario con mi portero, soy solidario con el frutero de Mercadona, el conductor de autobús de la línea 115, el policía municipal, el Director de Marketing de Vodafone y el ama de casa que cada mes se las ve y se las desea para que le cuadren las cuentas. Soy solidario con el soldado y el Tte. General. Soy solidario con la gente de bien.

Y déjenme que les diga una cosa, soy profundamente, visceralmente, insolidario con los que, por un mero asunto laboral, han saboteado en Santa Bárbara la puesta a punto de unos nuevos vehículos que, de haber sido acabados a tiempo, habrían sido entregados en Afganistán y, quizás, haber evitado la muerte del cabo Ancor.

La RAE define solidaridad como la "adhesión circunstancial a la causa o la empresa de otros".

Y yo hoy, como ayer y mañana, me solidarizo con quienes tienen una visión justa de la sociedad, no homogénea, ni monolítica, sino simplemente justa.

Ya dije cuál era mi sentido de la justicia en http://ustedporquienmetoma.blogspot.com/2009/03/los-desmemoriados.html


No sé Ángel si era exactamente ésto lo que ibas buscando, pero es lo que me ha salido.

Descanse en paz el Cabo D. Cristo Ancor Cabello, y que su sacrificio no sea en vano.

lunes, 5 de octubre de 2009

Maldita Nerea

Nada, no hay forma. Llega uno al último año de la treintena, en fase ya de vejestorio total y no hay forma de que algo le sorprenda. Hablo de música, claro. Otro día hablamos de los telediarios.

Pero insisto, más de lo mismo. Es como si la creatividad se hubiera convertido en una máquina de hacer fotocopias. Nada nuevo bajo el sol, salvo unas pocas, poquísimas sorpresas muy de vez en cuando.

Además, el hecho de que todas las cadenas de radio se hayan pasado del formato "fórmula", que permitía a nuevos grupos darse a conocer, a "el baúl de los recuerdos" en el que todas y cada una de las cadenas ponen la misma música, al mismo tiempo y sólo tiran de "grandes éxitos de ayer y hoy", no facilita que haya algo que sorprenda, que refresque un poco el alma de los que añoramos tiempos donde surgían grupos dignos con una música fantástica un día sí y otro también.

Es como si en España ya no se formaran grupos musicales, nadie compusiera y los músicos se dedicaran, exclusivamente, a hacer versiones de temas de los 70, los 80 y hasta los 90.

Pero yo he encontrado una perla, uno de esos grupos que te llama la atención la primera vez que los oyes y que te gustan, aún más, cuando tienes oportunidad de comprobar como dejan las canciones de redondas, lo bien que tocan y, sobre todo, que las letras son maduras. No están escritas en el cuarto de baño de un avión, se nota que se han sentado con lapiz y papel hasta dejarlas de forma que comunican muy bien lo que quieren.

Carecen, hasta ahora, de cualquier tipo de promoción en las cadenas musicales nacionales, son uno de esos grupos secretos que, sin embargo, tienen miles de seguidores en internet.

Se lo han currado, y eso les concede, todavía, un poco más de mértio.

La canción que incluyo es la perfecta definición de un desamor, de cuando las cosas se mueren, se apagan, se acaban. No es mi favorita, pero les animo a que busquen y escuchen más, especialmente "Piedra, papel y tijera", "Después de todos estos años" o, para los que estén muy enamorados y anden de vez en cuando por el Foro "Tu mirada me hace grande"

Señoras y señores, desde Murcia y Salamanca con ustedes "Maldita Nerea"






"Y sólo digo que / Nunca quise hacerte daño / Pero todo se nos fue / Y aunque ahora somos como extraños / Yo jamás te olvidaré"

¿Qué quieren que les diga?, a mi me encanta.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Amsterdam



¡Por fin acabo una entrada!

Me cuesta encontrar un rato de tranquilidad para poder escribir alguna de mis estupideces, pero ya no es por desidia, es por simple falta de tiempo.

Flandes, Flandes. Y su capital Amsterdam, tierra de promisión para los que sueñan con la libertad del Siglo XXI. Ya sabe el lector.

No me refiero a la posibilidad de elegir libremente a los representantes del pueblo en sufragio universal, ni a la escolarización obligatoria y gratuita, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley o el derecho a la propiedad privada. No, me refiero a la posibilidad de fumarse un porro o irse de putas de manera “legal”.

En el imaginario de los post-adolescentes españoles, Amsterdam se presenta como una suerte de nueva Babilonia donde las fuentes manan vino y los perros se atan con longaniza. Pero quizá no sea tan fiero el león como lo pintan.

Visito Holanda por motivos profesionales con bastante frecuencia, y suelo disponer en cada viaje de tiempo libre para visitar, con mis colegas de otros países, la ciudad de los canales, la Venecia del Norte.

Nunca fui fumador de “chuflos”, con mis ducados (“bullshit” decían los Yankees) tenía suficiente, y si alguna vez probaba alguno tampoco le sacaba todo el “partido” que se suponía.

Con respecto al puterío, nunca he sido muy partidario. Mi ego masculino me ha impedido ser usuario de tan ancestral servicio, porque pagando no puntúa y uno tiene su prurito de vanidad. Bien es cierto que el resultado de mis “gestiones” particulares no era siempre exitoso, pero es lo que había, ya saben ustedes, “vacas gordas y vacas flacas”. Eso si, jamás he puesto objeción a que los demás ejerzan su libertad de “visitar” determinados sitios o personas y darse un capricho, o un atracón, a cambio de un pecunio. Allá cada cual con su vida y su moral.

Si que me ha preocupado siempre que los profesionales del “amor” (ellas y ellos, que desde que Loles León afirmó ser usuaria habitual de “compañía” masculina de pago, el asunto de los putos está muy en voga) ejercieran su trabajo desde una decisión personal, sin mafias, imposiciones o chantajes.

Pues bien, esa es la única diferencia entre Amsterdam y España en relación al sexo de pago. Allí quien ejerce la prostitución lo hace libremente. Venden su cuerpo a cambio de vil parnés y, quizás, por ello irán al infierno de cabeza, pero lo harán con sus impuestos pagados, su sanidad en regla, sus derechos y obligaciones satisfechos como cada hijo de vecino y, además, con el carnet de su sindicato que, según he podido leer, cuenta con unas tasas de afiliación cercanas al 100%. Es decir, se irán a tomar el té o hacer el guarro con Belcebú, pero desde el punto de vista de ciudadanos tendrán su expediente más limpio que el de Santo Tomás Moro.

El hecho de que sea legal, la prostitución digo, genera algunos usos y costumbres que chocan con las prácticas pseudo-clandestinas de otras latitudes, incluidas éstas en las que nos encontramos los que leemos este blog. Los escaparates del Barrio Rojo, por ejemplo, suelen ser punto obligado de visita por todos aquellos turistas que pasen por la ciudad. Choca ver a señoritas (o señoras) en mínima ropa interior en un escaparate insinuándose y contoneándose al paso de cualquiera al que consideren un cliente potencial. Las hay que superan en espectacularidad y medidas a las modelos de playboy, otras siguen otro patrón de belleza, las hay más jóvenes, más maduras, gorditas, flacas, altas, bajas, negras, blancas, rubias, morenas, pelirrojas, asiáticas, latinas y, prácticamente, cualquier canon que uno pueda imaginar. Un colmado de carne, según unos, una oferta amplia, según otros.

El caso es que no hay explotación, ni chulos, ni mafias, ni engaños, ni victimismo. Fin de las diferencias.

Por lo que respecta a los clientes, no creo que vayan a encontrar otro comportamiento que el esperado en estos casos en cualquier parte del mundo. Tampoco creo que haya más diferencia con respecto al acuerdo de servicios que se alcancen con las meretrices y sus primos los prostitutos.

Oía la pasada semana en el aeropuerto de Amsterdam mientras esperaba para embarcar de vuelta a la península, a dos caballeros (más bien diría mastuerzos) españoles quejándose de que las putas holandesas eran igual de expeditivas (entiéndase su intención de ir “directamente al grano”) que las españolas, y voceaban, casi, su indignación por un viaje en busca de la nueva frontera del vicio que se había quedado en, cito, “dos polvos con prisa y a la puta calle”.

Volvemos al imaginario colectivo. En Amsterdam la prostitución es legal, pero las prostitutas no te van a buscar a pie del avión a entregarte su cuerpo cuán amante despechada. No sé, pero no creo. Y el que es feo, gilipollas y maleducado lo es aquí y en la Conchinchina. Si para los putos y putas del mundo lo de su cuerpo es negocio, aún más lo será con los que no tienen tirón ni en su casa. Por bocazas y por soplagaitas.

Algo parecido ocurre con el tema de los porros. Aunque resulte difícil, créame el lector, no todos los holandeses fuman porros.

De verdad.

Las madres no utilizan el hachís o la marihuana como complemento dietético para sus querubines, los deportistas no lo consumen, los ejecutivos no lo usan como relajante muscular y las ancianas no alegran sus últimos días en este valle de lágrimas fumándose unos porretes. Su consumo es legal y, verdadera novedad, su comercialización también, pero al margen de ser un atractivo turístico adicional, la vida de la ciudad no gira en torno a su producción, comercialización y consumo.

No hay una secreta camaradería entre fumadores de porros. No se hacen furtivas y esotéricas señas por la calle. No hay patrones de conducta que les identifique. No, no hay nada de eso.

Si antes hablaba de los españoles tripones, puteros y bocazas, ahora lo hago de los post-adolescentes preuniversitarios con la mayoría de edad recién estrenada, y la mental aún por estrenar, y ganas de relatar sus hazañas con el consumo del cannabis.

Veamos pequeñines míos, fumarse diez canutos en una noche no sólo es una jodida barbaridad, sino que me cuesta mucho trabajo creer que hayáis sido capaces de hacerlo y seguir de marcha. Además, ¿cuánto dinero tienen estos niñatos para irse dos días a Amsterdam, comprar más de 40 porros de rojo libanés, polen del rif y no sé cuántas otras exóticas variedades de cannabis (que, sospecho, no son baratas), salir de marcha, beber alcohol a mansalva (éste si que sé que no es barato), y pagarse un hotel, viaje, comidas etc?

“Amsterdam es guay tío, pero la gente no tiene mucha marcha y el tío del coffe shop, ¡un cabrón, menudo precio!” le decía uno al otro mientras escondían sus dilatadas pupilas de la poca luz que había en la terminal parapetándose tras dos estrambóticas gafas de sol.

Así que antes de salir para España, remití un email al Excmo. Ayuntamiento de Amsterdam en el que les rogaba encarecidamente que, siguiendo la visión que en España se tiene de tan hermosa ciudad, y antes las inquietantes opiniones vertidas (vomitadas quizás) por mis compatriotas en sus periplos de vuelta, recapacitasen e incrementasen la cantidad y calidad de los servicios que con tanta fruición son demandados por los españoles.

En lo sucesivo, proponía yo, espero que haya una amplia variedad de putos y putas en las escalerillas (ahora finger) de los aviones con origen en nuestra piel de toro que propongan y proporcionen favores sexuales gratuitos y apasionados a todos cuantos viajen en su interior. Pueden ofrecer, adicionalmente y a modo de bienvenida y prueba de buena voluntad, porros de todas las variedades habidas y por haber acompañados de copazos sin dosificador, hongos alucinógenos, birras múltiples y un sofá cama para descansar, brevemente, antes de continuar con la fiesta.

Aún no me han contestado, pero estoy seguro que lo harán.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Desidia


Apático. Así es como me he quedado después de las vacaciones. En blanco, sin ideas, desidioso y remolón. Y no es serio, no lo es. El que tiene un blog tiene un compromiso, ¿o no?

Da igual, excepto por mi permanente jugueteo con el golf y con dejar de fumar, no soy de los que dejan las cosas a medias, y me irrita tener el blog más intermitente que la filmografía de Woody Allen. ¡Maldita sea mi estampa!

Y no es que no lo haya intentado, no señor. He empezado cuatro entradas en las dos últimas semanas, de verdad. Pero se me quedan sin fuerza, interruptus, cuando voy por el cuarto o el quinto párrafo… gatillazo literario.

Estoy seguro que las iré recuperando en los meses de frío invierno pero, mientras, las guardo en el cajón de “no apto” y dejo que se reposen y maduren. Con un poco de suerte se pudrirán y ya no estarán ahí cuando quiera tirar de ellas. ¡Que me den, por perezoso y cigarrón!

Nada, cero, nulo, negativo.

También es cierto que el ritmo de trabajo en las últimas semanas ha sido alto, y que la cabeza la tengo más en el quirófano, el plan de marketing, la nueva suspensión, la reunión NATO de la semana que viene, el número del trapecio o el nuevo planeta extrasolar, que en cualquier otra cosa pero, insisto, ésto no es serio.

Quizás debería irme al cine a inspirarme, a encontrar en una historia ajena y ficticia la parte de verdad en la que me pueda sentir reconocido y luego volver delante del teclado y contarla, soltarla, escupirla o vomitarla. Pero es que, salvo honrosas excepciones, el cine actual es una mierda, especialmente el español, y sólo me inspira bostezos o maliciosas sonrisas de medio lado.

Así que, querido lector, no desista usted de pasar por aquí de vez en cuando porque prometo enmendarme y coger velocidad de crucero, lenta pero constante, el día menos pensado

Por cierto, que no escriba no quiere decir que no lea, y a aquellos de ustedes que tiene su propio blog les tengo bastante vigilados, aunque ustedes, quizás, no lo sepan.

martes, 25 de agosto de 2009

De vuelta



Hay personas a las que les he oído decir que no podrían vivir sin trabajar.

¡¡Pues que pobreza de espíritu, coño!!

De vuelta.

martes, 21 de julio de 2009

Radomir el Intérprete (3ª y última parte)

En las misiones de reconocimiento e inteligencia lo importante no es llegar y acumular información, sino ser capaz de volver a casa para entregarla.

La zona en la que se encuentran es un avispero, ya no sólo oyen fuego de fusilería – señal de que están demasiado cerca – sino ametralladoras pesadas y artillería. Palabras muy mayores. Hora de volver. Sin embargo la cautela guía sus pasos, y toman más precauciones que nunca para encontrar una ruta de vuelta que eluda, en la medida de lo posible, las vías que las diferentes facciones utilizan para llegar al “fregao”. Una ruta “C” que no estaba planificada.

A los franceses no les gusta nada la situación, demasiados blindados, demasiado armamento pesado, demasiadas señales de radio, demasiado de todo. Los británicos comparten su idea y los españoles aprovechan para estudiar y analizar tanto como les es posible; ya que es una putada estar allí, al menos, que sirva de algo. Radomir tiene miedo, como los demás, pero lo oculta, o controla, con la misma profesionalidad que el resto. Si el intérprete hubiera sido militar habría sido uno de los buenos, de los muy buenos.

Deciden hacer marcha doble para ganar un poco de espacio en la vuelta. No es fácil avanzar en un terreno tan escarpado pero es necesario alejarse de esa zona lo antes posible, sin prisa, pero sin pausa. Son muchos días de comida fría, de dormir a la intemperie, de adrenalina fluyendo. El cansancio ya se nota en lo que se deja entrever a través de las pinturas, que ya han formado un todo con la piel de la cara.

A medida que avanzan van entrando en zona con menos “tránsito”, se han alejado de cualquier carretera, camino, pista o sendero por el que pueda entrar algo que no sea infantería en fila india, no quieren tener “contacto” con medios mecánicos, contra esos no tienen nada que hacer.

Hacen, por fin noche, en un monte a unos 20 kilómetros hacia el sur. Desde la cima se puede ver una carretera estrecha a unos 4 ó 5 kilómetros. Hay tráfico militar, pero están demasiado lejos para suponer una amenaza. Es un buen sitio para tomar aliento y descansar, al día siguiente quieren volver a forzar la marcha para acortar el regreso.

Durante la guardia de los españoles, la más dura de sus vidas, Radomir se ausenta un momento haciendo un gesto, suponen que para tener un minuto de intimidad higiénica, pero pasan los minutos y no vuelve. Algo no va bien. Alertan al resto, algo ha ocurrido, quizás se ha caído y herido, o quizás ha sido “interceptado” por alguna patrulla. En cualquier caso hay que buscarle. Esperan al más tenue amanecer para empezar a buscar, los franceses se apostan para proporcionar cobertura, los británicos y los españoles dibujan un perímetro imaginario y se reparten los cuadrantes. Es difícil buscar cuando pueden ser ellos los buscados, pero lo hacen de la manera más “sigilosa” posible. Cuando han cubierto cada uno su cuadrante, vuelven al punto de origen. Nada. No ha sido un accidente, no se hubiera alejado tanto en plena noche. A Radomir lo han “cazado”.

A uno de los franceses le ha parecido ver un grupo a pie que llegaba hasta la carretera, paraba un camión y subía en él, pero tampoco puede jurarlo. Hay mucha distancia y sus prismáticos se rompieron hace dos días. Demasiada distancia, quizás, para que sea la patrulla que, previsiblemente, ha capturado a Radomir.

Sólo cabe una solución, a nadie le gusta tomarla, pero han de acelerar el paso y salir de aquella zona cuanto antes. Si le interrogan terminará hablando, y puede dar información de cómo y dónde localizarles. Pasan a Plan “D”, cambio de ruta, aún más hacia el sur para tratar de hacer después un ángulo recto y tratar de alcanzar, al día siguiente el pueblo donde hicieron noche. No entrarán esta vez, pero desde ahí tienen varias alternativas, una de ellas descender hasta la carretera del Neretva que une Mostar y Sarajevo, esperar el paso de un convoy e identificarse. No es del todo ortodoxo, pero puede funcionar.

Les pesa en la conciencia dejar a Radmoir a su suerte, no poder hacer nada, caiga en las manos que caiga puede pasarlo muy mal. Es posible que la mayor parte de los combatientes no tengan ni la más mínima idea de hacer las cosas de acuerdo a un mínimo orden militar, no saber nada de tácticas, ni tener conocimientos de la más mínima doctrina que no sea la política, pero han aprendido a ser crueles y a no sufrir al infringir sufrimiento. Son verdugos profesionales. Y Radomir tiene información, no sabe nada de inteligencia, pero ha visto lo que ha visto y ha oído lo que ha oído. Sabe mucho más de lo que le gustaría.

Fuerzan el paso pero, una vez más, con la cautela que requieren las circunstancias. Cuando consiguen encarar otra vez el valle por el que vinieron les sorprende ver penachos de humo sobre el pueblo en el que hicieron noche. Aún tardarán en llegar, pero es evidente que no es un incendio fortuito. Humo muy negro. Llegan al anochecer, aún pueden oír como blindados abandonan la zona.

Duermen en la ladera alta del valle, y hacen guardias de tres en lugar de guardias de dos. Los que se han ido en blindado podrían venir a pie. La noche es tensa y ni siquiera el cansancio, el agotamiento acumulado, les permite descansar bien. Cuando comienza a amanecer tienen una imagen más clara del pueblo, no hay nadie en la calle, ni en la plaza, ni en ningún sitio. Lo que ardía era la parte de atrás de la casa donde durmieron. Una especie de medio cobertizo medio granero donde el viejo guardaba, al parecer y por lo que pueden ver ahora, algo de leña, un tractor que ahora está calcinado y, probablemente, herramientas y objetos de labranza.

La fachada de la casa está cosida a tiros y los cristales están destrozados. Frente a la puerta de entrada hay un fardo negro en el suelo, algo que parece haber derramado un líquido, pero no saben bien lo que es.

Esperan un rato y deciden bajar al pueblo e intentar averiguar qué ha ocurrido y quién lo ha causado.

Los franceses van delante, ellos son los que mejor saben qué esquina cubre qué flanco y cómo cubrir una zona de casi cualquier tamaño con el escaso calibre que llevan. Los ingleses no están muy felices con la idea de entrar, pero entienden que es algo que hay que hacer. Los españoles, menos operativos, van los últimos, pero saben hacer su trabajo como el mejor. Los franceses cubren la calle, los españoles y los ingleses están a punto de entrar en la casa. No llegan a hacerlo.

El teniente francés para en seco su carrera antes de llegar a la esquina, luego continúa para coger su posición, hace un gesto. Lo que hay en la calle es un ser humano. Eso frena a los españoles, uno se queda en el quicio de la puerta de entrada el otro se acerca a comprobar el cuerpo. Es la nuera del matrimonio de la casa. Ella y su hijo. Les han disparado con un calibre muy pesado, algo equivalente a nuestras 12,70 mm, les han partido a ambos por la mitad. La pobre muchacha llevaba al niño en brazos, probablemente corría intentando llegar a casa. Todavía sujeta con fuerza la parte superior del torso del niño, las partes inferiores de ambos están a más de medio metro de distancia. Tiene los ojos abiertos, y una mueca de terror, de pánico, de sorpresa.

Se oye un “¡clean!” desde dentro de la casa. Cuando los españoles van a entrar el escocés se cruza con ellos precipitadamente. Sale a la calle a vomitar. Los horrores no han acabado.

La parte baja de la casa está destrozada, se han empleado a fondo para no dejar títere con cabeza. El inglés está en lo alto de la escalera, hace un gesto a los españoles para que suban. Hay tres habitaciones y un cuarto de baño.

En la primera habitación está la madre. La vieja. Le han reventado el cráneo con un objeto contundente que no parece una culata. Aunque no son forenses, al abrir más la puerta saben que ha sido con una maza para ablandar la carne, hay restos de cráneo pegados a ella.

El inglés les advierte que lo que van a ver en la siguiente habitación es aún peor.

Lo que se encuentran es a la hermosa mujer rubia después de que se hayan ensañado con ella. La imagen es muy dura. Está sobre la cama, sólo quedan algunos jirones de ropa alrededor de su cintura, el resto del cuerpo está desnudo. Tiene la vagina completamente destrozada y el ano también. Hay sangre y restos de semen en su cuerpo y en las sábanas. Los pezones están también destrozados y parecen haber sido mordidos, uno cuelga medio arrancado. Tiene una cinta en la boca, demasiado apretada porque le ha desencajado la mandíbula antes de que muriera. Hay mechones de su pelo arrancados por todas partes. Estaba amarrada a la cama con cuerda de cáñamo y se desencajó un hombro, probablemente al intentar forcejear. Está llena de moratones, excepto en la cara. En cualquier caso el hematoma alrededor de su cuello delata que ha muerto estrangulada, probablemente cuando se cansaron de “jugar” con ella.

En la tercera habitación está el padre, tiene un tiro en la sien.

El inglés consuela en un gesto muy cariñoso al escocés, que está desconsolado y llora como un niño. También los españoles han quedado profundamente afectados, mareados, asqueados. Han llorado, vomitado y maldecido. Cuando los franceses ven las escenas reaccionan aún con más vehemencia. Se oyen insultos en los tres idiomas. Por un momento incluso descuidan la guardia, no les importaría que algún hijo de puta de los causantes de semejante “proeza” apareciera de nuevo por el pueblo, con blindado o sin él.

El odio sabe a metal.

Peor aún es cuando uno de los franceses se arrodilla para sacar algo brillante que sobresale de debajo de la cama. Es un enganche de una correa de cuero con un colgante… el colgante que los españoles le regalaron a Radomir el día antes de comenzar la misión. ¡Que hijo de la grandísima puta!

Toman nota de la inscripción que aparece en la fachada y salen del pueblo. Saben que los vecinos siguen estando allí, pero nadie ha asomado ni una pestaña por las ventanas.

A partir de entonces toman menos precauciones en la vuelta, casi desean encontrarse con alguien, hacer justicia, repartirles hostias hasta averiguar qué les impulsa a cometer semejantes barbaridades.

Esperan a la llegada de un convoy y salen al paso. Es español. El capitán al mando se rasca la cabeza varias veces antes de entender porqué dos españoles acompañados de 4 extranjeros visten ese uniforme, presentan ese aspecto, usan ese material, van indocumentados y no quieren decir ni de dónde vienen ni qué han hecho. Sólo piden que se informe a una persona concreta de la base española en Mostar y que les den transporte hasta llegar allí.

Tuvieron que entregar el armamento porque no se fiaban, y viajaron en la parte trasera de un camión vacío hasta la base. Una vez allí les quitaron inmediatamente de en medio. Debrief, tras dabrief, tras debrief. El resto no es importante.

Dos días después les hacen saber que el nombre real de Radomir no era Radomir, y no era croata, no tenía dos preciosas niñas rubitas ni soñaba con la paz. Su verdadero nombre era Miroslav y era un oficial de inteligencia serbio que había pedido "excedencia" para unirse a la “causa” de los serbios de Bosnia. Alguien en Bruselas o donde cojones fuera había hecho muy mal su trabajo. Ahora todos se explicaban su comportamiento marcial, su rapidez para entender todo lo relacionado con la marcha, su capacidad para seguir el ritmo, para ser uno más. Y también entienden que les han puesto en bandeja a los serbios una información muy valiosa. Su misión no ha servido para nada.

La inscripción de la casa significa “traidores”.

Comencé el relato diciendo que de vez en cuando encuentras gente muy especial en las más extrañas y desagradables circunstancias, gente que te sorprende y que se te queda grabada, marcada, para siempre. Ese es el caso de Radomir, el mayor hijo de puta sobre la faz de la tierra.

jueves, 9 de julio de 2009

Radomir el Intérprete (II Parte)



Han sabido antes de salir que las cosas en el Norte no andan muy bien, hay dos puntos muy calientes en el mapa, Bihac y, como no, Sarajevo. Toda la línea que une esos puntos está siendo lo más parecido a un frente de batalla. La OTAN ya ha bombardeado a los serbios y algunas de sus instalaciones, pero procurando causar el menor daño posible. Los croatas de bosnia prestan apoyo a los musulmanes y el Ejército del Gobierno de Sarajevo, y los serbios de Krajina acuden en ayuda del ejército serbio bosnio. Todo es un gran desbarajuste de intereses, siglas y facciones.

Su misión parte del sur por lo que, en principio, no están en pleno “fregao” pero se dirigen hacia Sarajevo y es más que probable que, a medida que avancen los días, haya mucho movimiento de tropas de refresco y refuerzo a lo largo de la ruta. Al fin y al cabo es lo que van buscando.

La organización de la marcha es clara. Los británicos salen siempre por delante. Esos tíos son increíbles, simplemente desaparecen, se funden con el paisaje, se esfuman. Pueden tener uno a sólo cuatro o cinco pasos y no darse cuenta de que está ahí, mirándoles, estudiándoles, agazapado. El resto saben de sus habilidades, su fama les precede, pero una vez en acción sorprende ver lo profesionales que son, lo bien que saben hacer su trabajo. El más sorprendido es, sin duda, Radomir, que no ha tenido oportunidad de ver cómo entrenaban en España..

Siempre llevan una delantera de entre 20 minutos y media hora, son la avanzadilla que evita, en la medida de lo posible, encuentros desagradables. Cuando localizan algo de interés se detienen, uno regresa para encontrarse con el grupo y el otro se queda y estudia el terreno para encontrar el mejor punto de observación. Una vez que se reúnen, los que desaparecen son los franceses, que se separan para proporcionar cobertura en caso de ser localizados.

Han ensayado todo esto durante tres semanas y lo tienen mecanizado. Los españoles son los más torpes en estas lides, pero su misión es la de estudiar qué hacen aquellos a los que han ido a observar, cuántos son, hacia dónde se dirigen, qué material poseen, cómo se organizan, con quién se comunican, cuáles son sus planes, etc. En eso no son malos del todo, aunque siempre es mucho más cómodo hacerlo en una sala, cómodamente sentados en una silla estudiando fotos que aguantando lluvia de manera prácticamente ininterrumpida a miles de kilómetros de casa. Radomir les ayuda con las transmisiones de onda corta que consiguen interceptar. No es difícil extraer información porque apenas si utilizan códigos, nadie espera ser escuchado estando en casa. Eso dice mucho de la preparación real de estos “ejércitos”, a caballo entre el voluntariado exaltado y la leva obligada en pueblos y aldeas.

Por lo demás Radomir se las apaña con bastante soltura, nadie les ha contado nada al respecto, pero todos intuyen que Radomir sabe lo que se hace, no es una carga, ni una rémora, sigue perfectamente el paso, se ha habituado de manera casi inmediata a la operativas más habituales. No le corresponde hacer guardias, pero las hace con los españoles. En definitiva, es uno más.

Llueve prácticamente sin cesar desde que salieron, y lejos de ser una mala noticia es algo que les viene muy bien. La visibilidad disminuye, pero si lo hace para ellos que quieren observar lo hace aún más para los observados que no sospechan que lo son.

El segundo y el tercer día ya han tenido encuentros con patrullas y vigías. Hasta ahora todo ha ido bien. Los ingleses dieron el aviso por radio de manera muy precisa, es la única situación en la que está permitido el uso de ésta. Ha bastado no moverse para no ser localizados, pero en el segundo de los encuentros, una patrulla bosnia, pasó tan cerca que los franceses llegaron a montar el arma y quitar el seguro.

Cuando llevan cuatro días y ya han acumulado bastante información, entran en la zona más sensible. Hasta ahora todo lo que han visto, más o menos en las inmediaciones del río Neretva (muy conocido por las tropas españolas de UNPROFOR) pertenece a uno de los bandos, que en realidad son dos, pero la zona en la que se internan, dejando atrás el río, tiene movimiento de todas las facciones implicadas. La cosa se puede complicar un poco más porque es un terreno más montañoso y, además, es zona de combate. A todos se les pasa alguna vez por la cabeza aquello de “qué cojones pinto yo aquí”.

En la tarde del cuarto día se recibe un escueto “stop” por radio. Los británicos han encontrado algo que no les gusta. El resto del grupo espera agazapado la llegada de éstos con la explicación de qué ocurre y cómo actuar. Están en la ladera de un valle un poco más escarpado de lo habitual. No es buena zona para ser descubiertos, y para colmo hay un pueblo en el valle. Donde hay pueblos hay gente, donde hay gente hay ojos…

25 minutos más tarde aparece el primero de ellos. Lo descubren cuando lo tienen encima, sus movimientos son muy lentos y eso no es buena señal, nada buena. Se aposta a su lado y hace una señal de “silencio absoluto”. Confirmado, algo no va bien. ¿Dónde está el escocés? A los quince minutos aparece éste para tranquilidad de todos, que empezaban a temerse lo peor. Tienen el avance cerrado en todas direcciones, de hecho tampoco se puede retroceder, viene de comprobarlo. Hay que esperar allí y rezar por tener un poco de suerte. Creen que en pocos minutos se van a empezar a oír disparos. Una patrulla de unos 8 o 10 bosnios musulmanes y algo similar a una compañía de serbio bosnios están a punto de encontrarse. Mal asunto para los bosnios que tienen una inferioridad numérica aplastante.

Efectivamente. Se comienza a oír fuego de fusilería a un kilómetro o algo más, aunque en un valle es difícil calcular distancias por el sonido. Aquello es una ensalada. El tiroteo dura más de diez minutos. Luego hay silencio.

Dejan pasar una hora y los británicos vuelven para echar un vistazo. Tardan aún otra hora larga, interminable, en volver. No ha habido prisioneros. 9 bosnios, varios de ellos con tiros en la cabeza, los han dejado amontonados. Parece que los serbios se estaban cobrando alguna vendetta. Se dirigen al norte, a Sarajevo, los bosnios están apretando el cerco de la ciudad y son tropas de refuerzo, no dejan a nadie del enemigo por el camino, no pueden cargar con prisioneros.

Radomir propone bajar al pueblo, que parece estar tranquilo, y hacer noche allí. El resto opinan que es muy arriesgado. Si son descubiertos aquello es una ratonera. Radomir insiste, conoce ese pueblo, mujeres y ancianos, no quedan hombres, es tranquilo y sabe que las cosas no andan muy bien últimamente, a cambio de dinero son capaces de darles cobertura por una noche. Nadie les va a buscar en el pueblo porque cualquier bando intenta no pasar por ellos. Además, por lo que han visto, todo el mundo parece tener mucha prisa por llegar al “frente”, esa línea imaginaria que parte de Gorazde y llega hasta Bihac y que los serbio bosnios consideran que es la frontera natural de Serbia.

Nadie sabe cómo pero el bueno de Radomir les convence. Los franceses le acompañarán, por seguridad, hasta el límite de la vegetación, luego Radomir entrará solo. Conoce la casa que está en la linde del pueblo, la más próxima al bosque que cae del valle y cree que no tendrá muchos problemas en negociar.

La señal. Con muchas precauciones los miembros del equipo van entrando en la casa y se van cubriendo hasta que el último está dentro. Es ya noche cerrada, es improbable que nadie les haya visto, aunque los pueblos siempre tienen vecinos indiscretos.

La casa es humilde, la decoración es muy similar a la de un pueblo de España, muebles viejos y pasados de moda hace décadas, suelos de terrazo, trastos por doquier, un colgador con todo tipo de cazadoras y chaquetas, todas de tela, nada de tejidos sofisticados. Un fogón de gas y la encimera de la cocina-salón, llena de cacharros, cacerolas, cucharones, etc.

La familia está compuesta por una pareja de ancianos y dos mujeres jóvenes, una de ellas con un niño de pecho. No hablan con los “invitados”, apenas si les miran y urgen a las jóvenes a que hagan lo propio. Sin embargo la juventud de la madre, sospechan que no llega a los 18, y la belleza de la otra joven, más mayor, no han pasado desapercibidas. El escocés abre mucho los ojos cuando mira a los españoles, el gesto lo dice todo.

Radomir nos cuenta que la mayor es hija del matrimonio. Su marido y su hermano, la joven morena es su cuñada, han sido “reclutados”, no nos dice el bando, aunque los rasgos de la familia son claramente eslavos, no así los de la joven madre, morena y con facciones claramente de bosnia musulmana. El claro ejemplo de que todo iba perfectamente bien antes de la guerra.

Hacen guardias, pero es confortable estar a cubierto, poder cambiarse a ropa seca y estar calientes. El abuelo, que a pesar de su aspecto no debe tener más de cincuenta años, protege sin dormir la subida a la segunda planta donde, por lo visto, están los dormitorios. Es evidente que opina que en el precio de la casa no está incluida la compañía. Aún así, las féminas, féminas son, y esa noche la señora y señorita parecen tener repentinos ataques de sed, porque bajan divertidas y con frecuencia excesiva para beber agua. El abuelo no parece nada contento con esta repentina necesidad y las riñe y prohíbe bajar en lo sucesivo.

A las 04:00 de la mañana, antes de que amanezca, abandonan la casa. Radomir paga lo establecido y se deshace en agradecimientos para la familia. Las muchachas se han despertado y se despiden con la mano desde lo alto de la escalera según van saliendo, uno a uno y con máxima cautela, de la casa.

Cuando suben otra vez a la parte alta del valle observan el pueblo y la casa y esperan para ver si ha habido algún movimiento. No, todo sigue tranquilo.

En la medida en que acercan a Sarajevo comienzan a ver movimientos más masivos de tropas y los primeros medios mecánicos desde que partieron. Hasta ahora todo infantería, ahora mucha mejor organización, blindados, incluso algún carro. Hay acumulación de tropas. Se prepara algo gordo.

Cuando están observando, tomando notas, oyen, lejanos, los motores de un reactor. En menos de 15 segundos dos Tornados británicos les sobrevuelan a muy baja cota y prácticamente en la vertical, van con postcombustión eso quiere decir que están saliendo de una zona caliente. Los ingleses esbozan detrás de la pintura de sus caras una sonrisa de orgullo que deja ver el blanco de sus dientes. Los aviones no llevan nada bajo los planos, y es seguro que no han salido de su base así, por lo que es más que probable que hayan dejado un par de “regalos” por el camino. En resumen, están demasiado cerca de Sarajevo, y lo que haya que ver aquí ya lo están viendo otros desde el aire con mucha mayor claridad, y además pueden hacer fotos. Allí no pintan nada, esa zona saturada de tropas excede su misión, es un riesgo innecesario.

Es hora de volver a casa, pero en el regreso les aguardan un par de sorpresas…

viernes, 3 de julio de 2009

Radomir el Intérprete (I Parte)

De vez en cuando encuentras gente muy especial en las más extrañas y desagradables circunstancias, gente que te sorprende y que se te queda grabada, marcada, para siempre.

Bosnia Herzegovina otoño de 1994. El conflicto está en plena efervescencia. Los bandos incumplen sistemáticamente cualquier tipo de acuerdo alcanzado y las páginas de noticiarios y periódicos de todo el mundo reflejan, cada día, la dureza, la crudeza, la crueldad de una guerra a caballo entre el nacionalismo exacerbado y las venganzas personales.

Las tropas españolas ya cumplen allí su misión como parte del contingente bajo mandato de Naciones Unidas (UNPROFOR), son llamadas fuerzas de interposición, pero su verdadera misión es la de aprovisionamiento de poblaciones aisladas, la intermediación en el intercambio de prisioneros, la reconstrucción de vías e infraestructuras y, sobre todo, la de control de un alto el fuego que nunca es tal. Es decir, una fuerza de paz que tiene que ir armada hasta los dientes (es un decir porque no les dejan) porque, en muchas ocasiones, los que deben ser ayudados no quieren dicha ayuda y, encima, la emprenden con el mensajero.

La misión no es por tanto fácil y ya han muerto allí unos cuantos soldados españoles, algunos de ellos por accidentes, otros bajo fuego hostil, algo que suena a película americana hasta que se ve la escena real de un médico militar español intentando salvarle la vida a un compañero herido por fuego de mortero mientras un francotirador trata de volarle la cabeza. Otro día hablaremos de mi concepto de heroísmo.

Algunos de los países que intervienen en UNPROFOR, Francia a la cabeza, están empezando a cansarse de las continuas violaciones del alto el fuego, el coste en bajas, la mala prensa internacional, el peso de la opinión pública, etc. y deciden que, quizás, es el momento de aumentar la “presión” sobre las partes. Eso requiere de información sobre el terreno, pero los contingentes actuales, “cascos azules”, tienen muy limitadas sus zonas de influencia y tránsito, y apenas si llegan a ver nada más allá de unos cuantos kilómetros delante de las alambradas de sus bases y unos cuantos metros detrás de las lindes de los caminos y carreteras por los que transcurren los convoyes que tienen que escoltar. Voces cada vez de mayor rango y experiencia en los cuarteles generales de los países involucrados en la operación de “mantenimiento de paz” dicen que ha llegado la hora de la OTAN.

Alguien en Bruselas recoge la sutil indicación y decide que recopilar datos de inteligencia para tener una “big picture” de las zonas de operaciones en las que se podría intervenir requiere de muchas cosas: reconocimiento vía satélite o aéreo, pago a confidentes, utilización de la información de organismos no militares (Cruz Roja y ONGs de toda clase y condición) y, sobre todo, equipos sobre el terreno que sean capaces de determinar posición y fuerza de los diferentes bandos y facciones, sobre todo de aquellas que no pertenecen a un ejército, llamémosle, regular.

Hay varios equipos, desconocen cuántos, que serán infiltrados en diferentes zonas de ambas partes del frente y deberán recopilar cuanta información sea posible en un periodo de una semana. Las operaciones no están “respaldadas” por la OTAN, que se supone no puede poner ni un solo pie en el terreno, ni por supuesto por ningún ejército de ningún país miembro de ésta. Los mimetizados no pertenecerán a los de ningún ejército regular de la OTAN, lo mismo ocurrirá con el material, el armamento, la munición, las raciones… todo será extraño, algo exótico. Si algo ocurre, como ser descubiertos y detenidos (o peor) por alguna patrulla de alguno de los bandos, estarán solos. Sólo pasadas unas semanas, y si tienen suerte, se movería, in extremis, algún resorte de liberación. Nunca bajo tutela civil, siempre militar y siempre por vía de contactos a alto nivel.

Simplemente ellos no estarán allí, no quedará ningún registro de su presencia... en ningún sito.

El equipo lo componen, decisión tomada en Mons, dos SAS británicos especialistas en reconocimiento, dos paracaidistas franceses que darán protección al tandem de inteligencia, y dos españoles con la misión de recopilar y analizar los datos obtenidos.

Se ha decidido que este equipo se entrene en España durante tres semanas, es otoño, comienza a hacer frío y las inmediaciones del acuartelamiento donde tendrán su base provisional tienen un perfil orográfico, unas condiciones meteorológicas, una vegetación y una composición muy similares al de la zona donde desarrollarán la misión. Luego tendrán una semana de adaptación al terreno en una de las bases UNPROFOR en Bosnia y desde allí comenzarán la misión.

Hay personal de 4 ejércitos diferentes con los que estudiarán, en tiempo record, no sólo qué se pretende con la misión, sino tácticas, historia, nociones de yugoslavo, datos actuales de inteligencia, posibilidad de operaciones alternativas y, por supuesto toda una retahíla de “protocolos” de actuación si algo sale mal. Además se familiarizarán con el equipo y armamento que utilizarán y que no han usado nunca antes, ni siquiera los paracaidistas franceses que han disparado hasta con escobas.

El encuentro de los seis es cordial, todos hablan inglés fluido y los ingleses (en realidad un inglés y un simpatiquísimo escocés) hacen esfuerzos por suavizar su cerrado acento. A fuerza de roce y buena voluntad, terminan por tener muy buena relación. Es gente seria, profesional, consciente de que si algo sale mal algunos gobiernos y organismos se podrían ver muy comprometidos pero que, en cualquier caso, lo peor se lo van a llevar ellos. El ambiente es, pese a todo, muy bueno. El resto sospecha que entre los dos franceses (un teniente y un cabo) hay algo más que respeto profesional, pero les importa un carajo, allá cada uno con lo que haga en su casa.

Tras las tres semanas en España, son enviados a una base en Bosnia donde completarán, ya sobre el terreno, la última semana de preparación de la misión. Para su sorpresa, allí son informados que no serán 6 sino 7 los miembros del equipo. Se incorpora Radomir, un croata de Rika (Rijeka) de 36 años que ha colaborado con UNPROFOR en varias ocasiones, sobre el que se tiene plena confianza y que actuará como intérprete de las comunicaciones de radio que se puedan captar a lo largo de la misión o en el caso de que haya contacto con locales. Para todos supone un alivio no tener que depender de su misérrimo yugoslavo para, llegado el caso, entender qué está ocurriendo a su alrededor.

Radomir es un tipo simpático, franco, ha sido marinero profesional y habla el inglés perfectamente. Se le ve un hombre dotado para las relaciones personales, parlotea el español y el francés muy decentemente y habla sólo cuando tiene que hacerlo, incluso cuando cuenta chistes, cosa que hace con muchísima gracia.

Al ser un civil, Radomir no asiste a parte de los briefing y reuniones que tiene el resto del equipo, no practica con el armamento, y en general se le deja al margen de los detalles más “íntimos” de la operación, pero sí asiste a las sesiones de preparación y elección de rutas porque, además de ser quien mejor conoce el terreno, él también va a ser parte del equipo y corre igual o peor riesgo que el resto de miembros.

Poco a poco, Radomir se va ganando su confianza, y eso es importante, porque ya se han producido varios casos de intérpretes que no interpretan o, mejor dicho, interpretan a su antojo y beneficio en lugar de traducir, con el consiguiente riesgo.

Radomir está casado, tiene dos preciosas niñas rubitas de grandes ojos azules y sueña con la paz, con que nadie en su antiguo país, en su nuevo país, se mate simplemente por pertenecer a una u otra etnia, una u otra religión. Es un tipo pragmático, no un romántico, sabe que lo primero es acabar con la guerra, y después construir una sociedad muy fuertemente basada en la nueva constitución, con vocación marcadamente europeista. Sabe que el turismo será una buena fuente de ingresos una vez se hayan reconstruido y mejorado las infraestructuras y, en general, se muestra optimista con el futuro a medio plazo. Por eso colabora de forma activa con UNPROFOR.

Es especialmente cordial con los españoles, los “toreros” como les llama él a sabiendas que es un topicazo que, a veces, puede no hacer gracia. Pero Radomir es así, no es una persona dócil, es simplemente uno más en el equipo y como tal bromea y toma el pelo. A lo largo de la semana le han cogido mucho cariño, se hace querer. Su forma de ser, seguro de sí mismo y graciable en el trato, pero sin considerarse un inferior, les ha convencido. Encaja perfectamente en el espíritu militar del grupo.

Sabe escuchar las historias de los demás, y tiene un don para contar historias de sus travesías, de su vida personal, de su ciudad, de su mundo. Se le da bien hacer preguntas, eso es algo que no ha pasado desapercibido, y los ingleses comienzan a llamarle Bobby al juzgar que podría perfectamente trabajar en Scotland Yard.

Los españoles le regalan, el día antes de iniciar la operación, y a modo de amuleto, un colgante con correa de cuero que consiguieron en la ciudad próxima al cuartel donde realizaron el entrenamiento. Lo compraron en un mercadillo de artesanía una noche que salieron a cenar con sus compañeros para enseñarles aquello del “Spanish Tapas”, por si tenían la remota posibilidad de hacer “amistad” con alguna fémina a lo largo de su estancia en Bosnia. Radomir, consciente del significado real del detalle, casi se emociona un poco, y lo agradece como si fuera una joya. ¡Buen tipo este Radomir!

Llega el día D y, tras dejar en una caja cualquier objeto o documento que pueda identificarles, el equipo, ataviado con indumentaria, material y armamento no clasificables, sale con absoluta discreción de la base en Bosnia a las 04:00 de la madrugada. Comienza una operación a la que ni siquiera se le ha puesto nombre, o no uno que ellos conozcan.