Apático. Así es como me he quedado después de las vacaciones. En blanco, sin ideas, desidioso y remolón. Y no es serio, no lo es. El que tiene un blog tiene un compromiso, ¿o no?
Da igual, excepto por mi permanente jugueteo con el golf y con dejar de fumar, no soy de los que dejan las cosas a medias, y me irrita tener el blog más intermitente que la filmografía de Woody Allen. ¡Maldita sea mi estampa!
Y no es que no lo haya intentado, no señor. He empezado cuatro entradas en las dos últimas semanas, de verdad. Pero se me quedan sin fuerza, interruptus, cuando voy por el cuarto o el quinto párrafo… gatillazo literario.
Estoy seguro que las iré recuperando en los meses de frío invierno pero, mientras, las guardo en el cajón de “no apto” y dejo que se reposen y maduren. Con un poco de suerte se pudrirán y ya no estarán ahí cuando quiera tirar de ellas. ¡Que me den, por perezoso y cigarrón!
Nada, cero, nulo, negativo.
También es cierto que el ritmo de trabajo en las últimas semanas ha sido alto, y que la cabeza la tengo más en el quirófano, el plan de marketing, la nueva suspensión, la reunión NATO de la semana que viene, el número del trapecio o el nuevo planeta extrasolar, que en cualquier otra cosa pero, insisto, ésto no es serio.
Quizás debería irme al cine a inspirarme, a encontrar en una historia ajena y ficticia la parte de verdad en la que me pueda sentir reconocido y luego volver delante del teclado y contarla, soltarla, escupirla o vomitarla. Pero es que, salvo honrosas excepciones, el cine actual es una mierda, especialmente el español, y sólo me inspira bostezos o maliciosas sonrisas de medio lado.
Así que, querido lector, no desista usted de pasar por aquí de vez en cuando porque prometo enmendarme y coger velocidad de crucero, lenta pero constante, el día menos pensado
Por cierto, que no escriba no quiere decir que no lea, y a aquellos de ustedes que tiene su propio blog les tengo bastante vigilados, aunque ustedes, quizás, no lo sepan.
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