sábado, 17 de julio de 2010

El granito de arena



Recuerdo que hace mucho tiempo vi un fantástico reportaje sobre los JJ.OO. de Barcelona '92. Lo curioso y más interesante de dicho documental no eran las marcas deportivas que allí se consiguieron, ni si USA ganó chiquicientasmil medallas y España xcientas, si ganamos el oro en fútbol o el rollo de banderas que se montó cada vez que uno de los nuestros ganaba algo, que llevaba la nacional, la de su comunidad, la de su provincia, la de su pueblo y el pendón del abuelo Ataulfo que estuvo en las guerras Carlistas.

El programa iba sobre la organización de los juegos, antes, durante y, también, después.

Si no recuerdo mal era de TVE, y combinaba con rigor, buen gusto y una dosis de humor, escenas y testimonios de la preparación de dichos juegos desde mucho tiempo antes de que comenzaran.

Recuerdo una entrevista realizada años después con el director de la agencia que había ideado, dirigido y realizado los espectáculos de apertura, flecha volando de por medio, y clausura.

Este buen hombre había sufrido una monumental depresión tras la finalización del evento y había pasado, al parecer, por tratamiento psiquiátrico.

Después de dedicar años de esfuerzo y dedicación, con tensión y estrés, a que todo saliera perfecto, como así fue, se había sentido vacío, había tenido la certeza de que el momento de su vida había pasado y nunca volvería a tener una oportunidad así. Afirmaba que hubiera hecho cualquier cosa, subrayado en cualquier cosa, para que todo hubiera vuelto a empezar otra vez, por tener la oportunidad de volver a revivir aquello, a sentir las pulsaciones, la carga de trabajo... el momentum.

Ningún encargo ni trabajo después le resultaba satisfactorio, ni le llenaba, ni lo consideraba interesante, y seguía, una y otra vez, considerando Barcelona como la cúspide de su carrera tanto profesional como vital, el resto era ir cuesta abajo.

Hace poco hablé con un compañero de estudios. Es un yankee de Illinois con una cabeza privilegiada para las matemáticas. Tiene un doctorado por el MIT (la mejor escuela de ingeniería del mundo) en ingeniería aero-espacial y se dedica, literalmente, a diseñar cohetes espaciales... "una actividad como otra cualquiera", como dice él.

Se dedicaba, mejor dicho.

Llevaba 8 años trabajando en un programa que acaban de suspender, la nueva generación de cohetes de la NASA. Mala suerte.

Su reacción, sin embargo, dista mucho de la anterior. Aparte del cabreo que arrastra por lo que considera una decisión equivocada, no le concede más importancia. "Hacemos nuestro trabajo tratando de mejorar lo que otros hicieron antes que nosotros y confiamos en que los siguientes dejen nuestro trabajo a la altura del betún y nos superen con creces. Eso será bueno para todo el mundo y es así como tiene que ser, y nos hace sentir muy bien"

Si señor, con dos cojones.

Si nuestra clase política tuviera un 5% de esa filosofía España sería una potencia mundial. Una potencia de verdad.

Si los jetas que se agarran al poder tuvieran la obligación de pensar que están de paso y que sólo deben aportar su granito de arena al bien común en España habría muy poco paro. Si los politicuchos de turno fueran conscientes que tienen que hacerlo mejor que el anterior y que el siguiente lo tiene que hacer mejor que ellos tendrían un esquema de "trabajo" muy diferente al que tienen ahora.

Si un concejal tomara el trabajo del anterior concejal como punto de partida y se dedicara a mejorarlo preocupándose, además, de que el siguiente pueda seguir esa progresión por el bien del que paga impuestos, esto no sería la merienda de negros en que se ha convertido la administración pública.

Pero claro, los políticos actúan como el buen organizador de actos inaugurales, y les aterra pensar en que un día se les pueda acabar el chollo, que su momento haya pasado, que nunca gocen de privilegios y prevendas, que vuelvan a ser unos don nadie, sin puesto ni tarjeta.

Y así nos luce el pelo, señoras y caballeros. Tenemos una clase política con un ego tan acentuado que les impide tener un mínimo de decencia. Y encima piensan que tienen razón y que los demás o somos tontos o nos chupamos el dedo.

Arribistas, con honrosas excepciones, mal formados, o sin formación alguna, saben que cuando se acabe el chollo les costará encontrar algo que iguale estatus, ingresos y reconocimiento. Habrá pasado su momentum, todo será ir cuesta abajo.

A ninguno se le ocurrirá pensar que da igual, que el siguiente tiene que hacerlo mejor y que eso es bueno para todo el mundo, y por supuesto eso no les hará sentirse bien.

¿Puede alguien explicarme por qué el principal problema de España es la sentencia del Estatut en lugar de 4 millones de parados, empresas cerrando cada día, una economía que da penita, un problema de terrorismo sin resolver, unas administraciones que siguen maltratando al ciudadano, un sistema educativo equivalente al del Tíbet, unos universitarios que terminarán trabajando de barrenderos, unos profesionales que tendrán que cobrar en B si quieren tener clientes y, en general, una sociedad que parece haber perdido la confianza en sí misma y que tiene recurrir a méritos deportivos para inflarse un poco de orgullo?

Lo digo porque yo no entiendo nada.

Claro que como astrobiólogo mi preocupación mayor es Marte, y por desgracia cada día encuentro más motivos para ocuparme más de ese planeta que de la porción de éste en el que vivimos y que ocupamos los españoles.

Porque aquí ni Dios piensa en el granito de arena.

Por cierto, ¿he comentado ya en alguna ocasión que tengo una entrada pendiente sobre la posibilidad de vida en Marte?

viernes, 9 de julio de 2010

Jenny

Cruzaba esa plaza cada día. Era 2002 en un pueblo no famoso pero muy notorio de Estados Unidos.

La cruzaba para ir a clase, volver a la residencia, salir a cenar, ir a la sala de estudio, dar un paseo, salir a correr o a "pimplarme" 4 cervezas o casi cualquier otra actividad cotidiana.

Casi se podría decir que la vida en el pueblo se hacía alrededor de esa plaza o, al menos, que era paso obligado para todo lo que tuviera un mínimo de interés.

En la plaza era habitual encontrar músicos, mimos, monologuistas y, en general, cualquier tipo de artista que pueda actuar sin más escenario ni tramoya que un espacio de metro y medio por metro y medio en una transitada plaza. Desde negritos de no más de 13 años con un increíble sentido del ritmo que son capaces de hacer música con dos baquetas y un cubo de basura, hasta un chino exiliado tocando un diabólico instrumento de cuerda -de una sola cuerda para ser exactos- que producía sonidos muy similares a los de un gato cabreado. Éste último gozaba de muy poco predicamento entre la concurrencia, pero parecía importarle muy poco a juzgar por el fervor con el que seguía maltratando los oídos del prójimo.

Los había que usaban micro y los había que cantaban a pleno pulmón, tratando de elevar sus notas por encima del ruido ambiente.

Había prácticamente de todo.

Mentiría si dijera que me fijé el primer día en ella. Era una de esas chicas que no llaman la atención al primer golpe de vista ni al primer toque de oído. Una de esas personas que son discretas aunque se paseen desnudas por la calle. Pero algo debió llegarme al subconsciente porque aquella noche me metí en la cama pensando en una melodía, un ritmo y una voz que no podía identificar. Una melodía sin música he de decir, algunos acordes, un timbre, un ritmo indeterminado, no reproducible y esa desagradable sensación de “¡¿de dónde demonios viene esa música?!”

La mañana siguiente la plaza estaba ocupada por otros artistas y ella esperaba su turno para ocupar su espacio. Estaba sentada en un murete junto a la funda rígida que contenía su guitarra y un pequeño amplificador. Miraba con mucho atención a los músicos que tocaban en ese momento, sonreía y llevaba el ritmo moviendo las piernas adelante y atrás, como una niña pequeña.

Recuerdo que pensé que era muy mona, simpáticamente guapa, agradable. No me hubiera vuelto a fijar en ella si no hubiera encontrado a un amigo en plena plaza y hubiera comenzado a hablar con él. En ese lapso de tiempo comenzaba su "turno" y, aunque me pillaba de espaldas, el primer ronroneo de su guitarra acústica me hizo saber que la melodía que me rondaba por la cabeza había salido de ese instrumento, y que la voz que oí a continuación era el timbre que había echado de menos desde el día anterior.

Me giré y ahí estaba ella, haciendo pruebas de sonido con su guitarra y con su voz mientras movía ruedecitas en el pequeño amplificador. Seguía sonriendo.

A mi interlocutor pareció sorprenderle que perdiera por un momento el hilo de la conversación por fijarme en la "gorrilla", pero le resultó divertido y me informó de que esa chica llevaba tocando ya algunos días por allí.

Cuando comenzó a cantar el que comenzó a sonreír fui yo.

Tenía una voz especial, distinta. No era una copia de nada que yo pudiera identificar, era auténtica, diferente, dulce y fuerte, muy fuerte, al mismo tiempo. Cantaba country, un country moderno, con toques de pop y de rock, sin perder las raíces folk del género. Sin duda la música era llevadera, comercial, fácil de entender, pero ella con su voz hacía que no se pareciera a nada que hubiera oído antes... y yo había oído prácticamente de todo.

No era una virtuosa de la guitarra, o no daba esa sensación, pero el conjunto de voz y música era fascinante. Ese primer día me quedé más de cuarto de hora viéndola cantar. Me producía un efecto narcótico, de calma, de alegría, de felicidad, de descanso. Me encantaba esa voz.

A los dos días volvía a estar en la plaza, cantaba canciones diferentes al día anterior, pero en esencia era el mismo estilo. Me fijé esta vez más en ella y la vi de una forma diferente, seguía siendo discreta, mona, pero había ganado en belleza porque, de hecho, la chica era muy atractiva. Mucho más de lo que un primer golpe de vista hubiera hecho sospechar. Esperé a que acabara la canción y me acerqué a echarle un dolar en la funda de su guitarra. Lo hice mirándole a los ojos por la curiosidad de saber si ella me devolvería la mirada, y lo hizo. "Thanks guy"

Durante algunos días, siempre que coincidí con ella en la plaza seguí el mismo ritual. Me dejaba hipnotizar una rato por su maravillosa voz y por su sonrisa y cuando mis obligaciones me reclamaban esperaba el momento entre dos canciones para echarle un dólar en su funda mirándole a los ojos. "Thanks guy" decía siempre respondiendo a esa mirada.

Al cabo, quizás, de un par de semanas de encuentros discontinuos descubrí que no llevaba menos de un billete de cinco dólares, pero me pareció que esa voz, esa sonrisa y esos ojos bien merecían los cinco "pavos". Sin embargo su respuesta fue diferente esta vez.

- ¿No me vas a dejar un dólar?
- Cantas muy bien, creo que cinco dólares son pocos, me gusta tu voz y, la verdad, no tengo cambio.
- ¡Gracias!, ¿tú no eres de por aquí, verdad?
- No, soy español
- Pues muchas gracias español, me gusta cuando echas un dólar en mi funda, y me gusta que te guste mi música. ¿cómo te llamas?
- Rocket
- Encantada Rocket, soy Jenny. Me ha gustado conocerte.
- A mi también Jenny

Durante muchos días más de ese verano vi y hablé con Jenny, supe que era de San Bernardino, California y que tenía 23 años. Supe que tocaba en una banda que tenía un éxito limitado, pero que podía vivir de la música y que aprovechaba los veranos para hacer de "gorrilla" en ese pueblo y en la gran ciudad que había a 30 kilómetros. Supe que le gustaba porque la gente solía ser agradable con ella y que sólo una vez había tenido un problema con un amigo de lo ajeno, pero que ya lo había olvidado "En el país más poderoso del planeta todo el mundo parece tener miedo Rocket"

Supe que no había una turbia historia de cantante de carretera, que nadie había intentado abusar de ella, que no había tenido una infancia difícil ni había sido una adolescente rebelde. Supe que su novio se ponía a veces un poco celoso por su profesión, pero era un buen tipo y lo asumía. Supe que cada día sabía un poco más de España porque se molestaba en leer cosas sobre nuestro país cuando llegaba a casa. "Por tu dólar Rocket tienes derecho a culturizarme un poco, aquí nadie sabe nada que no sea de USA, es una pena"

Y supe que Jenny era una de las personas más alegres, más sonrientes y con más magnetismo que he conocido en mi vida pero, por encima de todo, que cantaba country mucho mejor de como lo harían los ángeles.

Y aún hoy en día echo un poco de menos esa voz...

sábado, 3 de julio de 2010

¡Que no, coño, que no bailo!



Una vez más han hecho lo que más detesto en este mundo, me han tomado por gilipollas.

El verano predispone a salir, a disfrutar, eso es evidente. Yo, aunque en los últimos años he refrenado mis actividades nocturnas de manera considerable, sigo teniendo cierta predisposición, especialmente en verano, a tomarme mis cervecitas acompañadas de buenas, y no demasiado sanas, viandas.

Algunas veces, y de nuevo especialmente en verano, a este festival de tapeo le sigue una o varias copas, ya se sabe que el alcohol tiene propiedades salutíferas en el proceso digestivo.

Asimismo, por seguir con los antecedentes que hagan comprender lo que a continuación relato, los fabricantes de bebidas alcohólicas aprovechan el verano, y el susodicho aumento de demanda, para lanzar y promocionar nuevos mejunjes y brebajes que, en la mayor parte de las ocasiones, suelen fracasar estrepitosamente.

En un fútil intento por evitar ese marcado destino, los “alquilistos” (ingeniosísimo y originalísimo apelativo que acabo de inventar para definir a los fabricantes de bebidas “nocturnas”) invierten inmensas cantidades de pasta y ponen en marcha las más rocambolescas promociones para convencerte de que te aficiones por su nuevo potingue.

Al tajo.

Tras unas excelentes tapas, me llevan, un tanto a regañadientes he de reconocer, a un famoso local de moda. Al entrar ya advierto, por la profusión de carteles, banderitas, gorritas, regalitos y mariconaditas varias que hay en marcha la promoción de una nueva bebida alcohólica basada en el tequila. Mal asunto porque a mi las bebidas espirituosas me gustan las de toda la vida, ni tengo edad, ni ganas, para nuevos experimentos alcohólicos.

Nos advierte una amable señorita que la promoción no ha comenzado, pero que luego habrá “muchas sorpresas” para que “nos enamoremos” de la nueva poción, a lo que respondemos con una mirada que expresa tanta emoción como la que sentimos el día que nació el heredero de la corona noruega.

Nos aproximamos a la barra enfrascados en una discusión que poco tiene que ver con ambientes festivos y pedimos a la camarera que nos pongan un “churuflús”. La camarera nos vuelve a advertir que “está a punto de empezar una gran sorpresa que nos va a enamorar” y nos recomienda que nos esperemos porque a lo mejor decidimos cambiar de comanda y “engancharnos” con la nueva bebida.

Sin perder el temple ni la paciencia, le digo que si nos ha visto cara de tener ganas de esperar o, en su defecto, engancharnos a algo que no sean nuestras tradicionales copas, a lo que responde que no, que la verdad es que no, pero que seguro que luego cambiamos de opinión.

Andábamos especulando en la cantidad que deberían abonarnos para que se obrara el milagro de nuestro cambio de criterio cuando la “gran sorpresa” entra por la puerta.

Cinco impresionantes modelos de grandes y generosos pechos y más bien escasa ropa acompañadas de tres modelos masculinos de más enormes, si cabe, bíceps portando camisetas de lycra tan ceñidas que parecen tatuajes. Es decir, ellas con las “bartolas” y el “bull de Estambul” prácticamente al aire y ellos con todo tan ceñido que un simple grano supone un montículo apreciable a simple vista.

Esa parece ser “La gran sorpresa”.

Su misión consiste, por lo que se ve, en “animar” el consumo de su potingue bailando un ratito con el personal que lo pida.


Bailando con el personal.

No sé si lo he comentado alguna vez, pero no me gusta bailar. No es que se me de mal, es que no me gusta. No es que sea un pato mareado o carezca del sentido del ritmo, en absoluto, es simplemente que no me gusta. Insisto en este punto porque, de verdad, no me gusta. Que quede claro.

“La tropa calienta bragas/braguetas” comienza su despliegue táctico por el local. Nosotros observamos la maniobra y elegimos un punto desde el que no podamos ser flanqueados o cogidos por la retaguardia. La esquina sur de la barra parece ser un buen punto de observación que nos permita mantenernos al tanto de sus movimientos al tiempo que nos facilita la “contención de hostiles” si fuera necesario.

Hay gente que pierde la cabeza por hacerse una foto o charlar cinco minutos con una tía buena. Sin desagradarme la idea, a mi no me quita el sueño. Me parecería fantástica si uno fuera el artífice y protagonista del encuentro, no si la interlocutora cobra por decirte dos gilipolleces y posar mientras le pones la mano en la cadera. Los pilotos, que tenemos el culo pelao de estar en circuitos y trabajar con azafatas, sabemos de lo que hablamos.

El primer intento del enemigo se produce a los seis minutos de la apertura de hostilidades. Una rubia de aspecto húngaro y piernas de medio kilómetro quiere bailar conmigo, “enamorarme” para que me pida uno de sus combinados.

Nones, date una vuelta por ahí guapa, aquí pinchas en hueso. No insiste demasiado porque, en definitiva, ella no cobra por bailongueo. Primera contención satisfactoria. Vuelta a las labores de observación.

La gente babea por el jodío meneillo con los “guapos” y me temo que son aún peores las féminas que los machos. Gritan, se contonean, buscan el contacto con los “cachas”, se divierten, se gustan. En fin, parecen pasarlo pipa. Allá cada uno con sus gustos y aficiones.

Cuando creemos que la situación está bajo control, una de las “enamoradoras” con enormes pechos y cuerpo espectacular hace una segunda intentona con un movimiento rápido por el sitio que menos esperábamos. Es mejicana, el acento la delata. Es bajita, pero, sinceramente, tiene un cuerpo de quitar el hipo. Es graciosa, pero no simpática. Tiene, en definitiva, el aspecto de una actriz porno de primera categoría.

Insiste en lo de bailar, la respuesta sigue siendo la misma, insiste en el tema, misma respuesta. Hay algo que me irrita, no me mira a los ojos cuando me habla. Se lo tiene demasiado creído. No es mi problema, ella sabrá, pero parece que por momentos el tema deja de ser una cuestión promocional para convertirse en una cuestión de amor propio. Un tío no quiere bailar con ella, algo falla en su esquema mental. “Dale güey, un bailecito”, nones, “un ratito no más”, que no, “¿eres gay?, quieres que venga uno de mis amigos a bailar contigo?”, lo estás arreglando princesa, “pues bailemos, tu mujer no se enfadaría, es algo inocente”, no estoy casado y no tengo pareja, solo que no quiero bailar.

Se hace la indignada, gira bruscamente sobre sí misma y desaparece de mi campo de visión en menos que lo cuento. Esta segunda oleada ha sido dura. La mejicana es pelín insistente. ¿He comentado ya que es un bellezón?, pero leches, cuando es que no, es que no.

Inicio total de hostilidades, aparece uno de los cachas marcado con acento brasileño y me pregunta por qué no quiero bailar con su amiga que, además, “es súper caliente” afirma. Me da igual, no quiero bailar, no quiero beber la puta bebida y no quiero que me toquen los cojones, y le sugiero que matice su lenguaje porque parece que habla de una prostituta en lugar de una “animadora”. El colega se pira, estoy por dar el incidente por cerrado. Ingenuo.

En cinco minutos aparece una chica más mayor que no va desvestida como el resto, esto es, es atractiva y lleva ropa con los mismos colores pero normal, holgadita. Se identifica como jefa de la promoción y me pregunta si me han molestado los “enamoradores”. Le digo que no, que no se preocupe y cuando parece que han quedado las cosas como Dios manda se descuelga con la pregunta, ¿y entonces por qué no quieres bailar?

Me quedo mirándola a los ojos durante 5 segundos antes de contestar. Sopeso si la respuesta va a ser draconiana, sutil o bestia.


Le digo que como español me asiste el derecho a no hacerlo. Se ríe y me dice que no sea aguafiestas, que me libere, que se me ve un poco tenso. Le contesto que no, que lo que pasa es que no me sale de los cojones que se crean que me voy a poner a aplaudir como un oso de circo solo porque una tía buena me proponga “un bailecito”, que, además, me parece una promoción muy divertida para el que le guste ese tipo de cosas, pero no para mi, y que aunque las tías están de romper y los tíos son todos uno adonis me parece una horterada que dice muy poco de quien la ha diseñado. Además, le digo que yo el tequila me lo tomo como me enseñaron mis compadres mejicanos, solo, sin sal ni limón ni, por supuesto, mezclado con vaya usted a saber qué mierda de azúcar.

Me dice que soy pelín borde y le digo que, efectivamente, así es, pero que algo tendré cuando llevan 20 minutos dándome el coñazo y amargándome la noche cuando el local está lleno de gente. Se disculpa y dice que dará orden de que no me vuelvan a molestar. Se lo agradezco y le confirmo que espero que así sea.

La camarera me dice que tengo los “huevos de plomo”, expresión que he de reconocer que me hizo gracia, y que por ella me pondría otro churuflús de parte de la casa, pero que no puede por ser el día de la promoción del invento en cuestión. Le digo que me lo ponga igual que mis copas me las pago yo.

Nadie volvió a molestarme, aunque las “desvestidas” decidieron castigarme intensificando el erotismo de los bailes que hacían cerca de nosotros mientras nos miraban a los ojos fijamente. Por desgracia en algunas ocasiones belleza e inteligencia no van de la mano, que desperdicio de cerebros.

Cuando finalmente dan por terminado su “performance”, al parecer tienen que ir a más locales esa noche, la mejicana hace un bonito gesto en nuestra dirección con su dedo corazón apuntando al techo mientras que el resto permanecen en posición de recogimiento en su puño.

Lo que quieres reina, pero yo no bailo.