martes, 15 de diciembre de 2009
Memorias de un portador de malas noticias (I Parte)
Curioseando por la red encontré la pasada semana un texto escrito por un Tte. Coronel ya retirado del Cuerpo de Marines de los USA. Lejos de narrar las aventuras del "abuelo cebolleta" en el campo de batalla, este hombre cuenta con simpleza y emoción la que considera la peor misión de su vida, ésto es, la de oficial de notificaciones de bajas a familiares durante la guerra de Vietnam.
A mí me gustó, no me pregunten porqué. Me parece terriblemente cercano, desoladoramente real.
El militar en cuestión es el LtCol George Goodson y la fuente donde lo encontré es el blog de un cabo de los Marines llamado Wally Beddoe quien, a su vez, lo había extraído de la revista mensual del Cuerpo. La traducción es propia, y he procurado transcribirla tal cual la encontré, añadiendo o modificando por mi parte lo imprescindible para que fuera legible en castellano. En cualquier caso éste es el original http://usmc81.blogspot.com/2009/12/burial-at-sea.html
El texto es largo, así que lo parto en dos entradas. Me gustaría que alguien hiciera algún comentario al respecto. Estoy seguro que es el típico relato que deja una sensación muy distinta a cada uno que lo lea.Y quizás tengamos una sana polémica sobre las impresiones que individualmente nos cause.
A mis 76 años, los hechos de mi vida se me aparecen, en ocasiones, como una sucesión de viñetas, como un cómic. Algunos fueron relevantes, la mayoría fueron triviales
La Guerra es un momento crucial en la vida de cualquiera que haya tenido que sufrirla. Aunque llegué a luchar en Corea y luego en la República Dominicana, donde fui herido, Vietnam fue mi Guerra.
Ya han pasado 37 años desde aquello y, afortunadamente, es rara la ocasión en la que pienso en aquellos días en Camboya, Laos y los enclaves de Vietnam de Norte donde pequeños grupos de americanos y locales lucharon contra elementos del ejército norvietnamita mucho más numerosos. En lugar de eso, veo viñetas, algunas exóticas, otras más mundanas:
*El olor de Nuc Nam
*El calor, la humedad, el polvo
*El humo azul de las motocicletas en los atascos
*Elefantes moviéndose silenciosamente sobre la hierba
*Duras expresiones en la mirada detrás de la sonrisa de cada civil que encontrábamos en los pueblos
*El rugido de un tigre en una montaña de Laos
*Una mujer estrujándome la mano mientras mi médico le ayudaba a dar a luz
*Los vestidos tradicionales de las chicas que bajaban en bici hacia Trang Hung Dao
*Mis dos años como Oficial de Notificación de Bajas en Carolina del Norte, Virginia y Maryland
Era 1967, acababa de regresar de 18 meses en Vietnam y las bajas se incrementaban. Me mudé con mi familia desde Indianápolis a Norfolk, alquilé una casa, inscribí a mis hijos en su quinto o sexto colegio y compré un segundo coche.
Una semana más tarde conduje 10 millas hasta la base de Little Creek, Virginia y me estiré el uniforme antes de entrar en mi nueva oficina.
La apariencia es muy importante para los marines de carrera, aunque yo ya no era, si alguna vez lo había sido, un Marine de póster.
Había vuelto de mi tercera estancia en Vietnam tan solo 30 días antes y a mi 1,80 m de altura acompañaban sólo 58 Kg. de peso, 16 por debajo de mi peso ideal. Mi propio uniforme me quedaba ridículamente grande, mi piel seguía estando amarilla por la medicación contra la malaria y sospecho que había adquirido un tic, o dos.
Enderecé mis hombros, entré en la oficina, miré al cartel donde aparecía el nombre del sargento de personal y me presenté, “Sargento Jolly, soy el teniente coronel Goodson, estas son mis órdenes y mi carpeta de historial”
El sargento Jolly se detuvo, me miró muy cuidadosamente, cogió mis órdenes y me tendió la mano, la chocamos y me dijo “¿Cuánto tiempo ha estado usted allí coronel?”, “18 meses esta vez”, contesté. Jolly suspiró y dijo “debe ser usted un poco lento aprendiendo mi coronel”. Y yo sonreí.
“Bien coronel, le enseñaré su despacho y luego le llevaré a conocer al sargento mayor”, “No - dije - prefiero ir directamente a conocerle”. Jolly asintió y bajó la voz “El sargento mayor, verá, ha estado en este puesto los últimos dos años, está muy apretado, estoy preocupado por él.” Yo asentí.
Jolly me guió hasta la oficina del sargento mayor. “Sargento mayor, éste es el coronel Goodson, el Nuevo comandante de la oficina”, el sargento mayor se levantó, extendió su mano hacia mi y dijo “Encantado de volver a verle coronel”, “Hola Walt, ¿cómo estas?”, El sargento Jolly me miró, alzó la vista al cielo en un gesto de paciencia, salió de la habitación y cerró la puerta.
Me senté un rato con el sargento mayor, tomamos la obligada taza de café y hablamos sobre conocidos en común. Su estrés era palpable. Finalmente le dije “¿Walt, qué diablos te ocurre?”, él giro su silla, miró por la ventana y dijo “George, desearás estar de vuelta en Vietnam antes de que acabes tu destino aquí. Estoy en el Cuerpo desde 1939, estuve en el pacífico 36 meses, en Corea 14 meses y otros 12 en Vietnam. Ahora vengo aquí y entierro a esos chicos. No puedo más.” “OK Walt - le dije – Si es lo que quieres yo personalmente enviaré tu solicitud de retiro, y haré cuanto esté en mi mano para agilizarlo en el Cuartel General”
El sargento mayor Walt Xxxxxxx se retiró 12 semanas después. Había sido un buen marine durante 28 años, pero había visto demasiada muerte y demasiado sufrimiento. Estaba machacado.
Durante los siguientes 16 meses, hice 28 notificaciones de muerte, llevé a cabo 28 funerales militares e hice 30 notificaciones a familias de marines muy gravemente heridos o desaparecidos en combate. La mayor parte de los detalles de aquellas notificaciones se han borrado, afortunadamente, de mi memoria. Sin embargo, cuatro de ellas aún permanecen:
MI PRIMERA NOTIFICACIÓN
Mi tercer o cuarto día en Norfolk.
Me notificaron la muerte de un marine de 19 años. Recibimos una llamada de teléfono desde el Cuartel General de los Marines. Nos comunicaron:
*Nombre, rango y número de identificación
*Nombre, dirección y número de teléfono de los parientes más cercanos
*Fecha y algunos detalles sobre la muerte del marine
*Día aproximado en el que el cuerpo llegaría al aeropuerto de la base naval de Norfolk
*Una fuerte recomendación de si el ataúd debía permanecer abierto o cerrado.
La familia del muchacho vivía en la frontera de Carolina del Norte, a unas 60 millas de distancia. Cogí un coche oficial del Cuerpo, crucé la frontera con Carolina del Norte y, llegado al pueblo del chico, paré en una tienda / gasolinera para preguntar la dirección.
Había tres personas en la tienda. Un hombre y una mujer se aproximaban a la pequeña ventanilla del servicio postal llevando un paquete. El tendero, ahora en funciones de cartero, les saludó por su nombre. “Hola John, buenos días señora Cooper”
Me quedé petrificado. El familiar más cercano a mi muerto se llamaba John Cooper y era su padre.
Me enderecé, me acerqué a ellos y dije “Discúlpenme, ¿son ustedes los señores Cooper?”
El padre me miró, miró mi uniforme, comprendió, se dobló y vomitó. Su mujer le miró horrorizada y luego me miró a mí. Cuando comprendió la escena, entró en colapso y se desmayó muy lentamente. Afortunadamente me dio tiempo a cogerla antes de que chocara con el suelo.
El dueño de la tienda cogió una botella de whiskey del mostrador y la ofreció al Sr. Cooper quien bebió.
Contesté allí mismo a sus primeras preguntas antes de llevarles a casa en el coche oficial. El tendero cerró la tienda y nos siguió en su furgoneta. Estuvimos en su casa aproximadamente una hora antes de que comenzara a llegar familia.
Llevé al tendero a su tienda en mi coche, me lo agradeció y me dijo “Señor, yo no haría su trabajo ni por un millón de dólares”, “Yo tampoco” le contesté.
Recuerdo vagamente haber conducido de vuelta a Norfolk. Violando unas cinco normas del Cuerpo, fui directamente a mi casa conduciendo el coche oficial, acompañé a mi familia en la cena sin probar bocado y luego me fui al porche y pasé la noche entera allí, sólo.
Mis marines me dejaron en paz durante días. Acababa de hacer mi primera notificación de muerte.
LOS FUNERALES
Pasaron los meses con más notificaciones y más funerales. Pedí prestados marines a la reserva local del Cuerpo de Marines y les enseñé cómo se lleva a cabo un funeral militar: cómo llevar un ataúd, cómo disparar las salvas, cómo doblar la bandera, etc.
Cuando le entregaba la bandera a la madre, viuda o padre siempre decía, “Todos los Marines les acompañamos en su sufrimiento”. Había aprendido a decir la fórmula oficial “En nombre de una nación agradecida…” pero realmente no creía que la nación estuviera agradecida, así que siempre empleé mi propia fórmula.
Algunas veces, mis emociones afloraban y me costaba hablar. Cuando eso ocurría, sólo entregaba la bandera y agarraba su hombro. Ellos solían mirarme y asentir.
En una ocasión, una madre me dijo “siento muchísimo que tenga usted este trabajo tan horrible”. Mis ojos se llenaron de lágrimas, me agaché y la besé la frente.
Seis semanas después de mi primera notificación, tuve la segunda. Era de un joven soldado de primera clase. Conduje hasta casa de su madre. Como siempre, vestía uniforme y conduje un coche oficial de los marines. Aparqué delante de la casa, inspiré profundamente y entré en el porche. De pronto la puerta se abrió y apareció una mujer de mediana edad. Me miró y salió corriendo hacia la parte de atrás de la casa diciendo “¡NO, NO, NO!"
Los vecinos comenzaban a llegar cuando salí corriendo tras ella, la abracé y la dije unas cuantas estupideces para tranquilizarla. Se desmayó. La llevé en brazos hacia el interior de la casa, ocho o nueve vecinos nos siguieron, diez o quince minutos más tarde llegó su marido con un par de sanitarios. No tengo recuerdo de cómo dejé aquel lugar, pero recuerdo que el funeral tuvo lugar unas dos semanas más tarde. La madre nunca me miró, el padre sólo lo hizo una vez y meneó la cabeza con tristeza.
(Continuará...)
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