lunes, 1 de junio de 2009

De como Rocket se rompió el pito y conoció a Maruja "La Rulos" (II Parte)


En la parte izquierda de la sala, la que da abiertamente al pasillo por el que se mueven los médicos y enfermeras en turno de urgencias, hay una yonki, en no muy buen estado, que a duras penas se tiene derecha en la silla. Frente a ella al otro lado de la sala, en la parte derecha, hay una señora de unos cincuenta y tantos, rulos con redecilla en la cabeza, bata de guatiné, zapatillas de andar por casa de felpa con relleno de borrego y cara de mala leche, se le aprecia un hematoma de considerables dimensiones en la rodilla derecha.

Siguiendo con la vista otros dos metros, también en la parte derecha, un joven de unos 20, camiseta del Che, cascos y discman con música irreconocible pero a un volumen infame, tiene la ceja izquierda rota, pero no se aprecian más contusiones, así que probablemente se ha dado un “trompazo” él sólo. Se queja bastante “¡Mmmm, mmmm!”, pero dudo que sea consciente que el resto lo sabemos, con el volumen de música que se gasta no puede oír ni sus pensamientos.

Por último, en un rincón apartado de todo el mundo, un hombre serio, con gafas montadas al aire y cara perfectamente afeitada. Viste informal, pero se nota a la legua que lleva ropa tan cara que no tiene ni que llevar un logotipo visible. De su bolsillo derecho cuelga un llavero con la estrella de Mercedes, y en su muñeca izquierda luce un Rolex Submariner que brilla más que los fluorescentes del techo. Se ha traído el portátil y no para de aporrear las teclas mientras nos mira de soslayo, como diciendo “yo no debería estar aquí con esta chusma”. No se le aprecia ninguna contusión, casi se diría que no tiene nada evidente, claro que nunca se puede fiar uno de las apariencias, si está en urgencias por algo será.

Yo me siento entre el del portátil y el muchacho de la música, a una distancia prudencial de ambos, equidistante. No es la sala de espera de urgencias de un hospital un sitio donde apetezca tener una animada charla sobre Nietzsche, y éstos dos parecen tener cara de tener la misma opinión al respecto. Claro que Murphy y su dichosa ley siempre están ahí para tocarnos las pelotas.

- ¡Ay, Señor bendito! – dice la señora de los rulos con voz que simula ser baja pero que es perfectamente audible.
- ¡Cristo soberano! – dice a continuación.

Rocket piensa que esta mujer, en algún momento, la va a montar, y que maldita la gracia que le va a hacer que además de estar tocado donde más duele, le vengan a recitar el rosario (Misterios Gozosos los primeros) o el último capítulo de “Cristal” o como se llame el culebrón de moda. Las alarmas de Rocket se han disparado, “La rulos” tiene ganas de cháchara y él es el único que parece en disposición de dársela. “El estirao” está con su portátil, el muchachuelo con su música y la yonki a Venus en un barco o, me temo, ya de regreso a nado. Rocket sabe que el peligro es inminente.

- ¿Ya usté qué le pasa? – pregunta “La Rulos” a Rocket tras haber buscado insistentemente su mirada.
- Pues no lo sé, para eso estoy aquí, para ver si me lo dicen – contesta Rocket tratando de dar por zanjada la conversación.
- ¡Ah! – dice ella un tanto desilusionada por la respuesta y la falta de espíritu comunicativo.

Rocket suspira aliviado, su táctica ha dado resultado, la ha bloqueado antes de que ella tuviera una respuesta preparada, un hilo de conversación al que agarrarse. ¡Pero que ingenuo que es Rocket!

- Pues yo me he caído, sabeusté – contraataca “La Rulos”
-“Joder” - piensa Rocket
- No sé muy bien cómo ha sido, pero un visto y no visto, de pie y de repente de rodillas en el suelo, no le digo más. Un mamporrazo.
- ¡Uy, pues si se ha mareado usted lo mejor es que esté tranquila y espere que venga un médico, no hable ni haga nada, que puede ser peor! – dice Rocket en un último esfuerzo por detener lo que se avecina.
- ¡Quiá!, si lo de los mareos es de las cerviciales, que lo tengo yo sabido de hace tiempo, ¡pero la rodilla…!, ¡es que me duele a rabiar!.
Rocket sonríe, impasible el ademán, aunque por dentro está que trina. “¡Me tenía que tocar la plasta”
- Ea, pues no se preocupe que eso se lo van a curar en un momento, tenga paciencia mujer.

A Rocket, desde pequeño, le han enseñado a tratar de ser amable con la gente. En algún momento del proceso de aprendizaje Rocket se debió perder en los detalles, porque siempre le pasa lo mismo. De amable, a veces, le toman por tonto, o por gilipollas, y eso es algo que, como todo el mundo sabe, no soporta..

En un gesto inesperado, “La Rulos” se levanta con dificultad de su sitio y se va a sentar, pasito a pasito, al lado de un estupefacto Rocket.

- No le importará a usté que me siente aquí a su lado, ¿verdad?, es que a mi los sanatorios me dan así como un poco de congoja.
- No mujer, no se preocupe - miente Rocket.
- Fíjese usté. Cinco criaturas paridas y aún ni una miaja me gustan los hospitales. No me acostumbro.
- Nadie, mujer, nadie se acostumbra.
- Pues eso, eso mismo es lo que me decía mi difunto Mariano, pobre él, que Dios le tenga en su gloria.

Rocket calla “¡no por Dios, la historia de Mariano no!”

- Murió de un cancer de pulmón, sabeusté, cinco años hace que me falta, ¡el pobrico!.
- Pues lo siento mucho señora.
- Gracias, hijo, gracias. Un hombre bueno y cabal. Un poco golfainas, pero buen marido y buen padre. Ni una vez la mano encima me puso, en treinta años, ¡fíjese!. Era conductor de autobús, en la EMT, hacía la línea 12. ¿Va usté mucho en autobús?
- No señora. Yo viajo mucho, y cuando estoy en Madrid uso mi coche. Por la comodidad.
- Si ya se le ve a usté, ya. Un señorito, y muy bien educao. Tie usté muy buena planta. Loquitas debe traer usté a las mozas.
- Pues no se crea usted, no – dice Rocket mientras empieza a pensar en las tribus del norte de la India famosas por saber suicidarse tragándose su propia lengua.
- ¡Ná!, a las niñas de hoy en día sólo les gustan los melenudos esos que salen pegando gritos por la tele. El mundo al bies, lo que yo le diga. ¿Y en qué me ha dicho usté que trabajaba?
Rocket está a punto de decirle la verdad cuando ocurre un acontecimiento inesperado. La yonki se cae de la silla.

Puedo jurar que el “cardenal” de “La Rulos” no era ni falso, ni fingido, y que los golpes capaces de generar semejantes hematomas tienen, necesariamente, que ser muy dolorosos, especialmente en la rodilla. Sin embargo nuestra "pesadilla" particular salta como un resorte de su asiento y se cruza, casi a la carrera, la sala para tratar de incorporar a la yonki.

Rocket se ha quedado sentado, sin saber muy bien qué hacer. Por un lado la yonki le importa una mierda “ya vendrá alguien a ayudarla, y si no que le parta un rayo, ella se lo ha buscado” y por otro lado le ha dejado impresionado la reacción de “La Rulos”. Cuando ve los esfuerzos de ésta por tratar de levantar, no más de 40 kilos pero a peso muerto, a la yonki del suelo, Rocket decide actuar. Se levanta y le ayuda. La Yonki huele a una mezcla de mugre, orín y miseria. No puede ni articular palabra, y apenas puede abrir los ojos. Tiene el pelo sucio, la cara sucia, las manos sucias, las uñas sucias. Todo ella es, ¿cómo decirlo?, desolación.

A todo ésto los otros dos “enfermos” no han hecho sino mirar, un poco atónitos, la escena.

- ¡Ay, hijo, muchas gracias! Es usté muy amable.

Levantamos a la yonki. Yo quiero sentarla, pero “La rulos” me dice que no. “Mejor tumbada” me dice, “no vaya a ser que se vuelva a caer”.

Dejamos “el fardo” tumbada en varios asientos. Yo hago intención de volver a mi sitio, pero “La rulos” se queda aún un momento más asegurándose que la yonki no se va a caer, que se queda tumbada pero estable.

Vuelven ambos, Rocket ayudando a “La Rulos” que ahora anda con dificultad, al asiento.

- Maruja García, para servirle a usté.
- Launcher, Rocket Launcher, un placer.
- Es usté un caballero. Da gusto. No como éstos, que ni una pestaña han movido.

El muchacho de la música no se entera de nada. Está en su mundo. En su mundo dolorido, porque la ceja se le está hinchando a ojos vista.

El otro personaje, sin embargo, parece tener un momento de bravura mal entendida.

- ¡Oiga señora, cállese de una vez, métase en sus asuntos y déjenos en paz a los demás!

No le ha caído bien desde el principio este tipejo a Rocket. Tiene un algo que no le gusta un pelo. Nadie se lleva un portátil a urgencias, y menos en 1998. Nadie está perfectamente bien afeitado a las 3 de la mañana. Nadie se pone de punta en blanco para ir a un hospital

- Cállate tú, monín, y muestra un poco de respeto, no vaya a ser que te tragues el portátil - dice Rocket.

No es que Maruja le caiga bien, pero no piensa consentir que el gilipollas de “el estirao” se haga el gallo en su gallinero.

- ¡Oiga! – repite el afectado - ¡No le consiento…
- ¡A CALLAR, COÑO!

No nos engañemos. Rocket no tiene media hostia. Al menos no en apariencia. Es todo huesos y fibra. Pero sabe usar la voz. ¡Vamos que si sabe!

“El estirao” pone cara de indignación, pero se calla. Maruja mira a Rocket sin decir una palabra, pero en sus ojos se puede ver que le considera una especie de caballero andante, le mira con admiración.

La hemorragia no cesa y la mancha es cada vez mayor. Rocket sabe que Maruja se ha dado cuenta cuando han incorporado a la yonki, pero no le ha dicho ni mu. Una vez sentados Maruja le habla en voz Baja.

- ¿Quiere que llame a un médico D. Rocket?
- ¡Ni hablar doña Maruja!

(Continuará)





1 comentario:

AndresCalamaross dijo...

Esto promete Rocket pero no tardes tanto tronco...........