martes, 22 de diciembre de 2009
El bebedor solitario
Se sienta sólo al fondo de la barra de uno de esos bares que han visto tiempos mejores.
En su día el local fue un sitio de postín frecuentado por actores, modelos, empresarios y personajes que, en general, se podían permitir lo que cobraban por los cócteles que era, para gusto y disfrute de los habituales, un disparate.
Hace ya tiempo que la madera perdió su fuste, el cuero verde se ha envejecido hasta parecer sólo una mala imitación, las botellas de ginebra parecen añejas y los cuartos de baño piden a voz en grito un alicatado y, quizás, algo más de limpieza.
Ahora es refugio de putas viejas, perdedores, trapicheros de droga de mala calidad y ruidosos comerciales adictos al gin tonic de media tarde que beben para tener el valor de mentir sobre ventas millonarias que, en realidad, nunca llegaron a cerrar.
Él se sienta sólo en el rincón donde acaba la barra. Ha pasado los cincuenta y viste discreto pero elegante. Bebe whiskey con hielo y permanece ausente al paisanaje que frecuenta esa cloaca. Él sólo bebe y calla. No se muestra en absoluto interesado en nada de lo que ocurre a su alrededor, no lee el periódico, ni habla por el móvil. Sólo se sienta, pone un billete de 50 euros sobre la mesa y bebe tanto como dicha cantidad pueda costear.
Permanece con la mirada fija en un punto indeterminado frente a él, ausente, circunspecto, ajeno a todo.
A veces alguna novata del oficio que trata de ganarse la vida con los clientes del bar intenta iniciar una conversación con él. Algo que siempre suele ser parecido a “hola guapo, ¡qué solo estás!, ¿me invitas a una copa?”. Y él, sin girar la cabeza ni dirigirle la mirada responde un escueto “No”.
Los vendedores de relojes de pega, los de las rosas marchitas o incluso algún comercial que se ha adelantado a sus compañeros y parece sufrir por no tener a quien contar el último chiste, intentan también arrancarle, a veces, alguna otra palabra, involucrarle en sus propósitos, hacerle su cómplice. Todo es inútil, la respuesta sigue siendo “No”.
Viene al bar, con una regularidad tan matemática como inexplicable, todas las tardes del segundo y cuarto miércoles de cada mes, y permanece entre 3 y 4 horas dependiendo de la velocidad a la que beba. Eso es lo único que parece variar en su modus operandi, la única diferencia en una sucesión idéntica de imágenes idénticas.
Sólo se sienta, hace un gesto al camarero, que ya conoce la consigna, y bebe.
En una ocasión los comerciales, haciendo gala de un insoportable cinismo, invitan a tomar una copa al director comercial de la empresa en la que trabajan para despedirse de él ante su próxima pre-jubilación. El mismo al que han criticado, insultado, despellejado y faltado al respeto en cada uno de sus encuentros en ese bar, siempre sin que él estuviera delante.
Cuando éste entra saluda a los comerciales sin demasiado entusiasmo, repara en la presencia del solitario bebedor del final de la barra y camina hasta él. Le saluda, éste se levanta y le devuelve el saludo con una sonrisa, se estrechan las manos y hablan durante unos cuantos minutos. El “autista” como le han apodado los ingeniosos comerciales, es más alto de lo que creían, y también más atractivo.
Todos los comerciales han quedado estupefactos por la interacción del misterioso personaje con su próximo ex-jefe y reducen la voz mientras cuchichean conjeturas sobre ambos.
Cuando su mando vuelve todos le interrogan sobre él, le acosan a preguntas, le piden explicaciones, ¿quién es?, ¿de qué le conoces?, ¿por qué bebe?
El maduro directivo queda impresionado por la insana curiosidad de sus subordinados. Tuerce el gesto, va a hablar pero hace una pausa, se lo piensa y sugiere un juego. Cada uno deberá deducir, de lo que han podido observar a lo largo de los meses, cómo es la vida de ese hombre.
Todos aceptan el reto, al fin y al cabo son comerciales, se supone que deben saber cómo son las personas antes de tratar en profundidad con ellas, deben tener una fina empatía que les permita anticipar las respuestas negativas y neutralizarlas antes de que se produzcan. “No” no es una palabra que le guste a un comercial.
Comienza uno de los más veteranos, quiere rematar pronto el juego, darles una lección a sus más noveles compañeros. Es alto, luego norteño, probablemente mal divorciado, cuernos de por medio, bebe para olvidar. Acaso es funcionario y por eso siempre va por las tardes, nunca le han visto por las mañanas, y siempre en miércoles, lo que indica algún tipo de turno, eso quiere decir que es funcionario, bien del ministerio del interior, bien del de defensa, bien del de exteriores que son los únicos que hacen guardias fuera del consabido “ocho a tres”. Él apuesta por el de interior. En cualquier caso es un cornudo que ya ha perdido el tren de la recuperación. A su edad sólo le queda ser un perdedor, está bien jodido, ese no remonta.
Una vez entiende que ha terminado, el jefe, da turno al siguiente, un “águila” de 35 que presume de ser el mejor comercial de la empresa. Le considera un fracasado, no hay más que verle, un hombre que se precie nunca bebe sólo porque para eso están los amigos, como en su caso. Éste no tiene, lo que indica que los hombres no se fían de él, traicionó a un amigo, le fue, o intentó serlo, infiel con su mujer y desde entonces soporta la pena de la culpa y la vergüenza y es demasiado mayor para hacer nuevas amistades. No les gustaría que su mujer estuviera allí, no se fía de ese tipo.
El tercero en discordia es un nuevo fichaje procedente de la competencia, una joven promesa de 28 años que cerró un acuerdo espectacular con un cliente de su antigua empresa y, una vez fichado, se arregló para derivar a la nueva. Desde entonces no ha vuelto a cerrar un acuerdo y siempre es el primero en estar en el bar. Es el impenitente cuentachistes del grupo, el relaciones públicas local, y en alguna ocasión ha tratado de mantener contacto con el “autista”. Es además el autor del mote.
Da por sentado que ese hombre tiene un problema de salud, es muy posible que sus visitas al bar coincidan con algún tipo de tratamiento establecido, no una quimio, obviamente, pero sí algún tipo de rutina. Él, o quizás algún familiar suyo, su mujer, un hijo, la madre. Sí, eso es, alguien cercano a él tiene cáncer y pasa aquí las horas que dura la quimio, amargado y consumido por el dolor de ver que las cosas no mejoran.
El último en hablar es el más joven del grupo. Un jovenzuelo que apenas si acaba de cumplir los 24. Está fascinado con la sagacidad de sus colegas, él no tiene tanta imaginación o empatía o lo que sea. El tipo se considera a sí mismo más aburrido, quizás tenga menos talento porque trabaja más horas en la oficina que el resto. Prepara más a conciencia las visitas, lleva una agenda de todos los contactos, se esfuerza por detallar los presupuestos, habla y tiene el doble de reuniones con los posibles clientes. La falta de experiencia le obliga a esforzarse más, a asegurarse de qué es lo que sus clientes necesitan, le da miedo perder alguno de los ocho acuerdos que ya ha conseguido cerrar este año. Por eso paga siempre una ronda extra por ser el último en llegar al bar, y por eso es el que menos habla y más escucha a sus compañeros, tratando de aprender siempre algo.
Él pasa, no tiene una opinión formada sobre ese señor. En su opinión no hace nada malo, no se mete con nadie y además no parece emborracharse, no parece triste ni desesperado, sólo ausente. Cuando se va, camina derecho y tieso y no parece vacilar o tambalearse. Además se ha fijado que cada vaso lleva mucho hielo y poco whiskey y que los 50 euros le dan para siete copas, con lo que sumado al contenido de cada una de ellas no es, en realidad, tanto alcohol. También se ha fijado que sólo pide y paga a un camarero, al más mayor de todos, ignora al resto. Parecen tener un pacto. Fuera de eso no puede aportar más, salvo que la ropa es de muy buena calidad, que siempre viste diferente y que va perfectamente planchado. ¡Ah! Y que visita al peluquero cada semana, siempre lleva el pelo exactamente igual de largo y arreglado.
El jefe reflexiona un momento antes de empezar a hablar.
"Ese hombre era el dueño de una empresa que comenzó de la nada con 18 años. Es de San Lucar de Barrameda, pero montó su empresa en Sevilla. La vendió hace 4 años a los 54 a una multinacional que le pagó una millonada por ella y, además, le ofreció un puesto en el consejo de administración. Está felizmente casado con una mujer de la que sigue enamorado y que es una señora estupenda. Tienen cinco hijos, tres chicas y dos chicos que sacan buenas notas y hacen deporte. Los mayores empiezan a dar algún quebradero de cabeza a los padres porque les gusta una música muy extraña y visten sólo ropas de surf, pero de momento no les han dado ningún disgusto gordo aparte de llegar algún día fuera de hora o llegar oliendo a alcohol. Regañina y el mes correspondiente sin salir"
"Sigue levantándose temprano cada día porque en toda su vida no ha hecho otra cosa, y ha vuelto a montar dos pequeños negocios, sin muchas ambiciones, con dos de sus antiguos empleados que siempre le demostraron sentido común y ganas de desarrollar cosas. No es un hombre de excesos. Vive en una casa grande pero normal, no conduce un coche excesivamente llamativo y es más de comer en casa que de visitar los restaurantes de moda"
"Viene aquí por dos razones principales. La primera por fidelidad al que parece el camarero viejo, que en realidad es el dueño y fue quien le presentó a su mujer 20 años atrás, cuando este sitio era la creme de la creme en bares de copas, y la segunda para que nunca, nunca se le olvide de dónde viene, de ser un tipo normal, en una familia no precisamente acomodada, un tipo corriente que con tesón y buen ojo, pero también con una dosis de suerte, fue capaz de conseguir algo verdaderamente bueno. Viene aquí para que no se le olvide nunca que, ojalá que no, las cosas siempre pueden empeorar y tendría que venir a un sitio como éste por obligación, no por gusto"
"Viene a veros a vosotros, perdedores de mierda, a ver en lo que él se podría haber convertido si no fuera porque no se dejó llevar por un pequeño golpe de suerte o por la autocomplaciencia que a vosotros os sobra a raudales. Viene aquí a curarse en humildad en cabeza ajena, a no perder el norte, a no convertirse, aún ahora, en todo lo que vosotros representáis. Viene a tener siempre presente que el futuro hay que seguir currándoselo, no dormirse en los laureles. No ser un apestoso"
"Señores, diría que ha sido un placer trabajar con ustedes, pero mentiría, son ustedes tres el grupo más patético que he visto en mi vida, siempre pensando mal del prójimo, siempre riéndose de la desgracia ajena, haciendo gracietas a costa del personal, trabajando mal y pensando que lo hacían bien. Son ustedes unos gilipollas"
Miró al joven del grupo que mostraba la misma cara de asombro que el resto y dijo. “Vente conmigo, tú no eres como ellos, que les jodan, ya están acabados antes de haber empezado. Tú tienes futuro”
Y cada segundo y cuarto miércoles de cada mes el misterioso bebedor sigue acudiendo al mismo antro y haciendo exactamente lo mismo que el miércoles anterior, que hará el miércoles siguiente. Sólo que últimamente ha notado que hay menos barullo en el bar, ¡ah!, son los comerciales, ya ninguno para por allí.
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6 comentarios:
yo, que a priori, ya soi otro fracasado, pero que creo tener cierta experiencia, no me creo la historia, es el "sueño americano" seguro que tiene una cena de noche buena perfecta, sin política ni cuñados pesados.
Yo que nací derrotado, me suena a cuento de autoayuda, y si, creo que se puede ser feliz en la derrota, aunque sólo sea imaginando el dolor de los otros.
Estoy con el viejo.
Estimados viejo y Kenia.
Eso de nacer derrotado me suena a "cliché" de "doy pena a ver si ligo..." la derrota nunca es dulce ni divertida, ni conozco a nadie que quiera o acepte instalarse en ella de manera permanente y no tenga instintos autodestructivos. Si por casualidad alguien es feliz en su derrota es que no la considera tal y, por tanto, ya no es un derrotado.
En cualquier caso, los "malvados" comerciales de la historia no eran felices en la "derrota" ajena, sino porque se consideraban por encima del "derrotado", porque eran una panda de gilipollas "aprioristas" (¿dónde he oído yo esta palabra hace poco?).
Es cierto que quizás me he pasado un poco con la felicidad del bebedor, y sí, suena un poco a "sueño americano", pero como casi todas las historias de los que no nos dedicamos a ésto de escribir, el personaje es parcialmente real y está basado en alguien que conozco. A lo peor luego su mujer le pone los cuernos con un regmiento de caballería (caballos incluidos), sus niños esnifan pegamento o él es chapero voluntario en algún local gay de los de "cuarto oscuro", pero tampoco eso era especialmente relevante en la historia.
Y estoy seguro que ustedes, como yo, son más amigos de personajes con claroscuros, ni ángeles ni demonios, antihéroes a la española. Pero no me salió así la historia, mis personajes tienen la mala costumbre de tener vida propia y hacen lo que les sale de los huevos en más de una ocasión y el bebedor quería tener esa vida.
Se agradece la crítica y, en lo sucesivo, les daré un poco más de caña a los personajes. Se ve que eso del sufrimiento ajeno gusta.
Saludos,
Rocket
P.D.
Curiosamente, y aunque no lo pone en mi perfil, soy también psicoanalista y he escrito varios libros de autoayuda entre los que destacan "¿cómo sobrevivir al divorcio con su pene?" y "el buhonero feliz, o cómo ser un estafador y caerle bien a todo el mundo"
Saberse fracasado o derrotado, es cierto, puede ser una victoria, pero dolorosa al fin, admitir la derrota y ademas instalarse en ella es simplemente supervivencia, lo extraño es admitir esto en público.
Esos malvados comerciales son felices, porque consideran fracasado al "señor afortunado" no por que este lo sea, sino porque lo imaginan así, es muy habitual que uno se sienta feliz, más por la desgracia ajena que por la propia alegria, es cuestión de comparativa y menor esfuerzo, mirar hacia arriba y reir, es más difícil que reirse del pequeño.
No sea petulante hombre, los personajes nunca poseen vida, Unamuno decía que hay algunos revoltosos que intentan escapar del control del escritor, es a esos a los que tenemos que prestar más atención para no perderlos en la incoherencia.
En relacción a su faceta de psicoanalista, podriamos discutir un poco sobre el "señor afortunado" creo que podriamos descubrir en el una alta porción de fracaso.
Señor viejo,
Muy guerrillero le veo a usted.
Verá, el comentario que dice usted de Unamuno es una novela llamada "Niebla", en la que algún personaje se revela contra el escritor. En realidad es una reflexión sobre el libre albedrío y, ya que lo menciona, un tostón de mucho cuidado que tuve que leer cuando estaba en el cole hace ya... muchos años.
Cuando digo que mis personajes tienen vida es que la historia, a veces, no se desarrolla como uno la tenía pensada, la personalidad que uno les crea influye en los siguientes pasos de una forma que no se tenía pensada. No quiere ello decir que me hablen y me lleven la contraria, de esquizofrenia bien, gracias.
Y en cuento a la derrota, los derrotados, etc, pues usted mismo. Si quiere ser usted un perdedor está usted en su derecho. A mi los perdedores no me gustan, son un coñazo para tomarse una caña con ellos, todo el día llorando.
Saludos,
Rocket
Dentro de un ratillo me volveré a leer el relato y los comentarios.
Bueno, seré sincero, esta noche que acabo de salir de trabajar y estoy bajo mínimos.
Cuando lo vuelva a releer todo, opinaré, ya que ahora mismo no se si me ha gustado mas el relato o la serie de comentarios al respecto.
;-)
Un saludo!
Juan Pedro
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