En las misiones de reconocimiento e inteligencia lo importante no es llegar y acumular información, sino ser capaz de volver a casa para entregarla.
La zona en la que se encuentran es un avispero, ya no sólo oyen fuego de fusilería – señal de que están demasiado cerca – sino ametralladoras pesadas y artillería. Palabras muy mayores. Hora de volver. Sin embargo la cautela guía sus pasos, y toman más precauciones que nunca para encontrar una ruta de vuelta que eluda, en la medida de lo posible, las vías que las diferentes facciones utilizan para llegar al “fregao”. Una ruta “C” que no estaba planificada.
A los franceses no les gusta nada la situación, demasiados blindados, demasiado armamento pesado, demasiadas señales de radio, demasiado de todo. Los británicos comparten su idea y los españoles aprovechan para estudiar y analizar tanto como les es posible; ya que es una putada estar allí, al menos, que sirva de algo. Radomir tiene miedo, como los demás, pero lo oculta, o controla, con la misma profesionalidad que el resto. Si el intérprete hubiera sido militar habría sido uno de los buenos, de los muy buenos.
Deciden hacer marcha doble para ganar un poco de espacio en la vuelta. No es fácil avanzar en un terreno tan escarpado pero es necesario alejarse de esa zona lo antes posible, sin prisa, pero sin pausa. Son muchos días de comida fría, de dormir a la intemperie, de adrenalina fluyendo. El cansancio ya se nota en lo que se deja entrever a través de las pinturas, que ya han formado un todo con la piel de la cara.
A medida que avanzan van entrando en zona con menos “tránsito”, se han alejado de cualquier carretera, camino, pista o sendero por el que pueda entrar algo que no sea infantería en fila india, no quieren tener “contacto” con medios mecánicos, contra esos no tienen nada que hacer.
Hacen, por fin noche, en un monte a unos 20 kilómetros hacia el sur. Desde la cima se puede ver una carretera estrecha a unos 4 ó 5 kilómetros. Hay tráfico militar, pero están demasiado lejos para suponer una amenaza. Es un buen sitio para tomar aliento y descansar, al día siguiente quieren volver a forzar la marcha para acortar el regreso.
Durante la guardia de los españoles, la más dura de sus vidas, Radomir se ausenta un momento haciendo un gesto, suponen que para tener un minuto de intimidad higiénica, pero pasan los minutos y no vuelve. Algo no va bien. Alertan al resto, algo ha ocurrido, quizás se ha caído y herido, o quizás ha sido “interceptado” por alguna patrulla. En cualquier caso hay que buscarle. Esperan al más tenue amanecer para empezar a buscar, los franceses se apostan para proporcionar cobertura, los británicos y los españoles dibujan un perímetro imaginario y se reparten los cuadrantes. Es difícil buscar cuando pueden ser ellos los buscados, pero lo hacen de la manera más “sigilosa” posible. Cuando han cubierto cada uno su cuadrante, vuelven al punto de origen. Nada. No ha sido un accidente, no se hubiera alejado tanto en plena noche. A Radomir lo han “cazado”.
A uno de los franceses le ha parecido ver un grupo a pie que llegaba hasta la carretera, paraba un camión y subía en él, pero tampoco puede jurarlo. Hay mucha distancia y sus prismáticos se rompieron hace dos días. Demasiada distancia, quizás, para que sea la patrulla que, previsiblemente, ha capturado a Radomir.
La zona en la que se encuentran es un avispero, ya no sólo oyen fuego de fusilería – señal de que están demasiado cerca – sino ametralladoras pesadas y artillería. Palabras muy mayores. Hora de volver. Sin embargo la cautela guía sus pasos, y toman más precauciones que nunca para encontrar una ruta de vuelta que eluda, en la medida de lo posible, las vías que las diferentes facciones utilizan para llegar al “fregao”. Una ruta “C” que no estaba planificada.
A los franceses no les gusta nada la situación, demasiados blindados, demasiado armamento pesado, demasiadas señales de radio, demasiado de todo. Los británicos comparten su idea y los españoles aprovechan para estudiar y analizar tanto como les es posible; ya que es una putada estar allí, al menos, que sirva de algo. Radomir tiene miedo, como los demás, pero lo oculta, o controla, con la misma profesionalidad que el resto. Si el intérprete hubiera sido militar habría sido uno de los buenos, de los muy buenos.
Deciden hacer marcha doble para ganar un poco de espacio en la vuelta. No es fácil avanzar en un terreno tan escarpado pero es necesario alejarse de esa zona lo antes posible, sin prisa, pero sin pausa. Son muchos días de comida fría, de dormir a la intemperie, de adrenalina fluyendo. El cansancio ya se nota en lo que se deja entrever a través de las pinturas, que ya han formado un todo con la piel de la cara.
A medida que avanzan van entrando en zona con menos “tránsito”, se han alejado de cualquier carretera, camino, pista o sendero por el que pueda entrar algo que no sea infantería en fila india, no quieren tener “contacto” con medios mecánicos, contra esos no tienen nada que hacer.
Hacen, por fin noche, en un monte a unos 20 kilómetros hacia el sur. Desde la cima se puede ver una carretera estrecha a unos 4 ó 5 kilómetros. Hay tráfico militar, pero están demasiado lejos para suponer una amenaza. Es un buen sitio para tomar aliento y descansar, al día siguiente quieren volver a forzar la marcha para acortar el regreso.
Durante la guardia de los españoles, la más dura de sus vidas, Radomir se ausenta un momento haciendo un gesto, suponen que para tener un minuto de intimidad higiénica, pero pasan los minutos y no vuelve. Algo no va bien. Alertan al resto, algo ha ocurrido, quizás se ha caído y herido, o quizás ha sido “interceptado” por alguna patrulla. En cualquier caso hay que buscarle. Esperan al más tenue amanecer para empezar a buscar, los franceses se apostan para proporcionar cobertura, los británicos y los españoles dibujan un perímetro imaginario y se reparten los cuadrantes. Es difícil buscar cuando pueden ser ellos los buscados, pero lo hacen de la manera más “sigilosa” posible. Cuando han cubierto cada uno su cuadrante, vuelven al punto de origen. Nada. No ha sido un accidente, no se hubiera alejado tanto en plena noche. A Radomir lo han “cazado”.
A uno de los franceses le ha parecido ver un grupo a pie que llegaba hasta la carretera, paraba un camión y subía en él, pero tampoco puede jurarlo. Hay mucha distancia y sus prismáticos se rompieron hace dos días. Demasiada distancia, quizás, para que sea la patrulla que, previsiblemente, ha capturado a Radomir.
Sólo cabe una solución, a nadie le gusta tomarla, pero han de acelerar el paso y salir de aquella zona cuanto antes. Si le interrogan terminará hablando, y puede dar información de cómo y dónde localizarles. Pasan a Plan “D”, cambio de ruta, aún más hacia el sur para tratar de hacer después un ángulo recto y tratar de alcanzar, al día siguiente el pueblo donde hicieron noche. No entrarán esta vez, pero desde ahí tienen varias alternativas, una de ellas descender hasta la carretera del Neretva que une Mostar y Sarajevo, esperar el paso de un convoy e identificarse. No es del todo ortodoxo, pero puede funcionar.
Les pesa en la conciencia dejar a Radmoir a su suerte, no poder hacer nada, caiga en las manos que caiga puede pasarlo muy mal. Es posible que la mayor parte de los combatientes no tengan ni la más mínima idea de hacer las cosas de acuerdo a un mínimo orden militar, no saber nada de tácticas, ni tener conocimientos de la más mínima doctrina que no sea la política, pero han aprendido a ser crueles y a no sufrir al infringir sufrimiento. Son verdugos profesionales. Y Radomir tiene información, no sabe nada de inteligencia, pero ha visto lo que ha visto y ha oído lo que ha oído. Sabe mucho más de lo que le gustaría.
Fuerzan el paso pero, una vez más, con la cautela que requieren las circunstancias. Cuando consiguen encarar otra vez el valle por el que vinieron les sorprende ver penachos de humo sobre el pueblo en el que hicieron noche. Aún tardarán en llegar, pero es evidente que no es un incendio fortuito. Humo muy negro. Llegan al anochecer, aún pueden oír como blindados abandonan la zona.
Duermen en la ladera alta del valle, y hacen guardias de tres en lugar de guardias de dos. Los que se han ido en blindado podrían venir a pie. La noche es tensa y ni siquiera el cansancio, el agotamiento acumulado, les permite descansar bien. Cuando comienza a amanecer tienen una imagen más clara del pueblo, no hay nadie en la calle, ni en la plaza, ni en ningún sitio. Lo que ardía era la parte de atrás de la casa donde durmieron. Una especie de medio cobertizo medio granero donde el viejo guardaba, al parecer y por lo que pueden ver ahora, algo de leña, un tractor que ahora está calcinado y, probablemente, herramientas y objetos de labranza.
La fachada de la casa está cosida a tiros y los cristales están destrozados. Frente a la puerta de entrada hay un fardo negro en el suelo, algo que parece haber derramado un líquido, pero no saben bien lo que es.
Esperan un rato y deciden bajar al pueblo e intentar averiguar qué ha ocurrido y quién lo ha causado.
Los franceses van delante, ellos son los que mejor saben qué esquina cubre qué flanco y cómo cubrir una zona de casi cualquier tamaño con el escaso calibre que llevan. Los ingleses no están muy felices con la idea de entrar, pero entienden que es algo que hay que hacer. Los españoles, menos operativos, van los últimos, pero saben hacer su trabajo como el mejor. Los franceses cubren la calle, los españoles y los ingleses están a punto de entrar en la casa. No llegan a hacerlo.
El teniente francés para en seco su carrera antes de llegar a la esquina, luego continúa para coger su posición, hace un gesto. Lo que hay en la calle es un ser humano. Eso frena a los españoles, uno se queda en el quicio de la puerta de entrada el otro se acerca a comprobar el cuerpo. Es la nuera del matrimonio de la casa. Ella y su hijo. Les han disparado con un calibre muy pesado, algo equivalente a nuestras 12,70 mm, les han partido a ambos por la mitad. La pobre muchacha llevaba al niño en brazos, probablemente corría intentando llegar a casa. Todavía sujeta con fuerza la parte superior del torso del niño, las partes inferiores de ambos están a más de medio metro de distancia. Tiene los ojos abiertos, y una mueca de terror, de pánico, de sorpresa.
Se oye un “¡clean!” desde dentro de la casa. Cuando los españoles van a entrar el escocés se cruza con ellos precipitadamente. Sale a la calle a vomitar. Los horrores no han acabado.
La parte baja de la casa está destrozada, se han empleado a fondo para no dejar títere con cabeza. El inglés está en lo alto de la escalera, hace un gesto a los españoles para que suban. Hay tres habitaciones y un cuarto de baño.
En la primera habitación está la madre. La vieja. Le han reventado el cráneo con un objeto contundente que no parece una culata. Aunque no son forenses, al abrir más la puerta saben que ha sido con una maza para ablandar la carne, hay restos de cráneo pegados a ella.
El inglés les advierte que lo que van a ver en la siguiente habitación es aún peor.
Lo que se encuentran es a la hermosa mujer rubia después de que se hayan ensañado con ella. La imagen es muy dura. Está sobre la cama, sólo quedan algunos jirones de ropa alrededor de su cintura, el resto del cuerpo está desnudo. Tiene la vagina completamente destrozada y el ano también. Hay sangre y restos de semen en su cuerpo y en las sábanas. Los pezones están también destrozados y parecen haber sido mordidos, uno cuelga medio arrancado. Tiene una cinta en la boca, demasiado apretada porque le ha desencajado la mandíbula antes de que muriera. Hay mechones de su pelo arrancados por todas partes. Estaba amarrada a la cama con cuerda de cáñamo y se desencajó un hombro, probablemente al intentar forcejear. Está llena de moratones, excepto en la cara. En cualquier caso el hematoma alrededor de su cuello delata que ha muerto estrangulada, probablemente cuando se cansaron de “jugar” con ella.
En la tercera habitación está el padre, tiene un tiro en la sien.
El inglés consuela en un gesto muy cariñoso al escocés, que está desconsolado y llora como un niño. También los españoles han quedado profundamente afectados, mareados, asqueados. Han llorado, vomitado y maldecido. Cuando los franceses ven las escenas reaccionan aún con más vehemencia. Se oyen insultos en los tres idiomas. Por un momento incluso descuidan la guardia, no les importaría que algún hijo de puta de los causantes de semejante “proeza” apareciera de nuevo por el pueblo, con blindado o sin él.
El odio sabe a metal.
Peor aún es cuando uno de los franceses se arrodilla para sacar algo brillante que sobresale de debajo de la cama. Es un enganche de una correa de cuero con un colgante… el colgante que los españoles le regalaron a Radomir el día antes de comenzar la misión. ¡Que hijo de la grandísima puta!
Toman nota de la inscripción que aparece en la fachada y salen del pueblo. Saben que los vecinos siguen estando allí, pero nadie ha asomado ni una pestaña por las ventanas.
A partir de entonces toman menos precauciones en la vuelta, casi desean encontrarse con alguien, hacer justicia, repartirles hostias hasta averiguar qué les impulsa a cometer semejantes barbaridades.
Esperan a la llegada de un convoy y salen al paso. Es español. El capitán al mando se rasca la cabeza varias veces antes de entender porqué dos españoles acompañados de 4 extranjeros visten ese uniforme, presentan ese aspecto, usan ese material, van indocumentados y no quieren decir ni de dónde vienen ni qué han hecho. Sólo piden que se informe a una persona concreta de la base española en Mostar y que les den transporte hasta llegar allí.
Tuvieron que entregar el armamento porque no se fiaban, y viajaron en la parte trasera de un camión vacío hasta la base. Una vez allí les quitaron inmediatamente de en medio. Debrief, tras dabrief, tras debrief. El resto no es importante.
Dos días después les hacen saber que el nombre real de Radomir no era Radomir, y no era croata, no tenía dos preciosas niñas rubitas ni soñaba con la paz. Su verdadero nombre era Miroslav y era un oficial de inteligencia serbio que había pedido "excedencia" para unirse a la “causa” de los serbios de Bosnia. Alguien en Bruselas o donde cojones fuera había hecho muy mal su trabajo. Ahora todos se explicaban su comportamiento marcial, su rapidez para entender todo lo relacionado con la marcha, su capacidad para seguir el ritmo, para ser uno más. Y también entienden que les han puesto en bandeja a los serbios una información muy valiosa. Su misión no ha servido para nada.
La inscripción de la casa significa “traidores”.
Comencé el relato diciendo que de vez en cuando encuentras gente muy especial en las más extrañas y desagradables circunstancias, gente que te sorprende y que se te queda grabada, marcada, para siempre. Ese es el caso de Radomir, el mayor hijo de puta sobre la faz de la tierra.
4 comentarios:
Tan interesante como horrible, como podemos los humanos hacer esas barbaridades......, y lo peor de todo, es no es creatividad Mr. Rocket, gracias por la lectura........
Como siempre, sin palabras.
Maldita sea, Rocket, tenía la esperanza de que esto fuese un relato inventado, pero viendo las entradas que van engrosando este apartado del blog, empiezo a temerme que sea real como la vida misma, lo que me apena bastante.
La guerra, mi querido Cachalote, debería ser siempre inventada, una "metirijilla" para entretener y divertir.
"Hazañas Bélicas" en tecnicolor con sangre de atrezo, munición de fogueo y descansos para tomar rebanadas de nocilla con el enemigo.
Por desgracia no es así...
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